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Detrás de verdes y frondosos árboles se escondía el paraíso

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Detrás de verdes y frondosos árboles se escondía el paraíso. Una hermosa casa blanca de dos plantas se alzaba en el medio de un campo de lomas y pendientes de colores brillantes.

Era una casa familiar, el sueño de toda mujer que se acababa de comprometer con el hombre de su vida.

Tenía un precioso anillo con un diamante de considerable tamaño en el centro y dos zafiros a los costados. Además, en el cuello lucia un collar a juego, la joya más valiosa que alguien le hubiese dado, y no porque también tenía grandes diamantes unidos por otros más pequeños, sino por quién se la había regalado y a quién había pertenecido.

—¿Y qué opinas?¿Crees que será suficiente? —Preguntó Jaques en su oído—. ¿Podrás ser feliz en este lugar?

Arlet se giró sin ser capaz de controlar su expresión. Estaba deleitada, encantada, nunca se había sentido tan feliz como en ese momento.

Quiso hablar, pero tenía tantas cosas para decirle que se le quedaban atascadas en la garganta.

Ella sería feliz en cualquier lado, en una casa pequeña o en un palacio, no notaría la diferencia mientras fuese a su lado. Jaques Reighthoundeth era su felicidad y su salvación. Él la llevaría lejos de sus horribles padres y formarían una familia apartada de ese ambiente en el que los dos habían pasado la mayor parte de su vida hasta ahora, llena de personas ambiciosas por el poder, el dinero y las apariencias.

Estaban ya en el año mil novecientos setenta y uno, y a pasar de pertenecer a la nobleza, sus títulos tenían cada vez menos valor en el mundo, aunque la sociedad selecta de la que formaban parte se negara en rotundo a aceptarlo.

—Te amo, Jaques. Mi madre siempre dijo que no debería decir esa palabra nunca, al menos hasta estar casada y si a mi marido le agrada que se lo diga.

El muchacho, seis años mayor que Arlet sonrió y la tomó por la cintura. Acercó despacio sus labios a los de ella y apenas se los rozó antes de volver a hablar casi en contra de su boca.

—Yo también te amo, Arlet. No me caso contigo porque eres la mujer más bella de todo este mundo, o porque eres la más inteligente, perspicaz y creativa. Quiero casarme contigo porque no imagino mi vida sin ti, porque mi corazón empezó a latir solo por ti desde el día quete conocí.

La joven rubia suspiró. Si no se derretía ante esas palabras, era porque carecía de corazón y alma.

—¿Eso significa que también me amas? —Susurró con las mejillas sonrosadas.

—Sí —contestó Jaques con vehemencia—. Te amo, Arlet.

Jaques le había propuesto matrimonio esa misma tarde, y había sido lo más romántico que alguna vez podría haber llegado a imaginar. Jaques creía que para ella había sido una sorpresa y Arlet nunca le diría que lo había sabido todo de antemano. Además, si no le decía, en su interior ella podía imaginar que no era cierto, que su padre no le había arruinado una parte más de su vida.

El Duque había hablado con él antes para pedirle permiso como era correcto, pero había dejado claro que no quería que se lo contaran a su hija antes que él mismo lo hiciera.

El vil monstruo de su padre no había cumplido con esa parte del trato, por supuesto. Le había informado Arlet lo que Reighthoundeth haría y que ella no tenía permiso a negarse.

Para sus padres, era un milagro que hubiese conseguido un partido tan bueno como el Duque de Reighthoundeth dado que carecía de la perfección de su hermana Shiobban.

A Arlet le daba igual, ella no podía ser más feliz o estar más enamorada de quien era ahora su prometido.

Lo amaba por su buen corazón, por su gran inteligencia y porque era su pase hacia la libertad de la prisión que representaba la casa donde había crecido. Pero por sobre todo, lo amaba por elegirla a ella por sobre Shib, por ser el único hombre, o siendo más clara, la única persona, que la había visto primero a ella y luego de ser rechazado por Shiobban. Ya habían existido varios que había asumido que como la hermana mayor lo había rechazado, podrían conformarse con su hermana pequeña, que se sentiría agradecida por ser tenida en cuenta. Algo que Arlet jamás aceptaría, por supuesto.

La boda no sería pronto, aun tenían que esperar un tiempo más debido a que la madre de Jaques había fallecido un mes atrás y no sería considerado de buen gusto realizar un festejo tan pronto.

Además, su propia madre jamás permitiría que ella se casara antes que la hija predilecta, quien según anunciaban, lo haría muy pronto con el príncipe Ewen, el hijo más joven del Rey de Sourmun. Shiobban sería princesa, y si los rumores eran ciertos, muy posiblemente algún día se convertiría en reina, lo más alto a lo que podría aspirar una mujer de su clase.


Entraron a la casa que estaba llena de muebles antiguos pero que parecían nuevos por lo impecable de su estado. Arlet se maravilló con cada parte perfectamente cuidada de la decoración, y se prometió estudiar cada pieza de arte a fondo cuando tuviera la oportunidad.

Subieron las escaleras y Jaques la condujo por un pasillo con las paredes llenas de pinturas de quienes debían ser ancestros de la familia de su prometido. Entraron en la que él le había indicado que era la habitación principal. Era grande, con una enorme cama de dosel en el centro, un gran ventanal que llegaba hasta el piso y junto a este, un tocador de dos siglos de antigüedad.

Su pecho se llenó de alegría y expectación.Por la influencia de sus padres nunca se había hecho muchas expectativas con respecto al matrimonio. Según ellos, Arlet jamás conseguiría un buen partido, uno adecuado para la hija de un Duque, y lo mejor para ella sería quedarse soltera antes que llenar a la familia de vergüenza rebajándose al casarse con alguien inferior en la escala social.

Pero luego Jaques, quien recientemente había heredado un Ducado, había comenzado a hablarle en un tono diferente al de amigos que habían mantenido durante toda la vida por la cercanía de sus familias y los planes de sus padres para mantenerla solterona de por vida, jactándose de que ella nunca sería tan buena como Shiobban, había sido frustrados.

Ahora ya no tenía miedo a quedarse sola, había encontrado al hombre al lado de quien sería feliz toda su vida. Ya podía imaginar su vida como esposa, como madre, ser dueña de su propia casa. Ni siquiera le importaba ser Duquesa, solo quería tener paz.

Contempló fascinada el tocador con espejo y sus delicadas terminaciones. Jaques se acercó por detrás y la observó por medio de su reflejo.

—Todo es hermoso —compuso ella girándose—. ¿De verdad viviremos aquí?

—Si tú quieres —respondió el joven acomodando su cabello castaño claro hacia atrás antes de tomarle una mano—. Es tuya ahora. La puse a tu nombre.

Arlet parpadeó. —¿Qué? ¿Por qué lo harías?

—Es una seña más de mi compromiso contigo, Arlet. Quiero que quede claro que no importa cuánto tiempo tengamos que esperar, voy a casarme contigo y darte todo lo que alguna vez hayas podido desear.

—Ya tengo todo lo que alguna vez haya podido desear, Jaques —musitó ella con los ojos fijos en los suyos. Y lo decía de verdad, su vida, sin dudas, tenía una nueva luz.

 Y lo decía de verdad, su vida, sin dudas, tenía una nueva luz

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Los secretos de la reina #Descontrol en la realeza 0.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora