Cuando la noticia salió a la luz, Arlet tuvo que soportar el falso llanto de la reina delante de sus amigos más allegados y hasta de sus padres, a quienes se les hacía difícil disimular que no estaban felices porque su hija hubiese adquirido un rango más alto.
A pesar de que la odiaban, Arlet sabía que ellos sabrían cómo aprovechar ser los padres de la actual reina.
Pero ella no se los pensaba permitir. Ya la habían utilizado bastante, era hora de poner un punto final. Y con el poder que poseía y su siempre desvalorizada inteligencia, se aseguraría de acabar con ellos y sacarlos de su vida para siempre.
Esperó que pasara el funeral y que cesaran sus obligaciones como parte de la familia real. Los aguantó presentes en cada acto y fingió que los amaba y estaba agradecida por tenerlos cerca como de costumbre.
Pero cuando por fin pudo tener un segundo de respiro dos semanas después de que enterraran a su suegro, aprovechó para acorralarlos en un momento a solas.
Cuando entraron a su pequeño despacho, la que había transformado en su sala personal, se sentó detrás del escritorio y les ofreció lo mismo en unos sillones frente a ella.
—¿Qué es esto? —Preguntó la duquesa con su típica voz cargada de desdén.
Arlet sonrió, todo el dolor que le causaba su odio se lo cobraría con creces en solo unos minutos. Cuando supieran lo que había planeado, su desprecio se multiplicaría por diez y ella por fin podría tener algo de paz.
—Los cité aquí porque necesito hablar con ustedes. Tengo una feliz noticia para ustedes. —Los dos la miraron con desconfianza y ella amplió su sonrisa y se recostó en el respaldar de su sillón.
Pensó que debía estar pareciéndose a Víctor con su mirada maquiavélica, pero era de lo más divertido. Casi podía oler el miedo de sus padres por sus próximas palabras y eso la llenaba de gozo.
—Les compré a los dos un pasaje de ida a alguna parte del mundo lejos de aquí —terminó por decir—. Sin fecha de retorno.
Las cejas de su padre se elevaron. —¿De qué estás hablando?
—Lo que has oído. Quiero que se vayan de Sourmun. Ya no quiero tenerlos aquí. Y seamos honestos, a ustedes tampoco les divierte tener que verme.
La madre soltó una carcajada de incredulidad. —¿Y qué te hace creer que nos vamos a marchar solo porque a ti se te ocurra?
Ella se enderezó y clavó los ojos en los de su madre. —Porque soy la reina y tienen que obedecerme. Ustedes me pusieron aquí, ahora lidien con las consecuencias.
—No puedes echarnos del país —espetó su padre.
Ella no demoró en contestarle. —¿Acaso tú no hiciste lo mismo con Jaques?
—Eso fue distinto.
Arlet sonrió. —Porque lo obligaste a marcharse con falsas acusaciones, pues mira esto, padre, yo también tengo una acusación para ti: Has matado al rey. Lo envenenaste.
El Duque se levantó de un brinco. —¿De qué rayos estás hablando?
La joven alzó un dedo y no perdió la calma cuando habló: —Cuida tu tono, me debes respeto.
—¿De dónde has sacado semejante calumnia? Yo no he matado a nadie. Nadie te creería. Todos saben que el rey Thomas falleció mientras dormía.
—Porque alguien lo envenenó. Y tengo pruebas de que fuiste tú, así como tú tienes pruebas de que Jaques envenenó a Ewen. ¿Nos entendemos, padre?
—¡Por supuesto que no! —Gritó apoyando las manos en el escritorio y enfrentándola—. Estás mintiendo. ¿Quién te creería?
—Soy la reina y tu pobre hija, ¿por qué iba a decir una mentira tal? —Actuó ladeando la cabeza y poniendo expresión inocente.
La mantuvo por unos segundos y después volvió a ponerse recta y sonrió con burla.
Su madre se llevó una mano a la cabeza. —Estás loca —la acusó—. No solo mataste a tu hermana sino que ahora quieres arruinarnos la vida a nosotros también.
—Ustedes se lo buscaron, me pusieron aquí a la fuerza. Si hubiesen dejado mi vida en paz, yo estaría casada con un simple Duque y no estaríamos aquí hoy.
La Duquesa miró a su marido en busca de apoyo para sus acusaciones, pero él ya parecía haber aceptado que había perdido la batalla. Arlet había usado sus mismas cartas y dado vuelta la partida.
Arlet apretó los labios con una sonrisa mal contenida. Sentía un cosquilleo en el pecho, esa era la satisfacción de ganar, ya estaba degustando el delicioso sabor del poder.
Cuando salió de su salita luego de que sus padres se marcharan, pálidos, entre asustados y molestos por su actitud y declaraciones, Arlet se topó con Victor.
Hacía casi una semana que no lo veía. Había reducido sus visitas al palacio desde el funeral de su padre e imaginaba que era porque seguía furioso porque sus planes hubiesen fallado y no podía tolerar ver a su hermano en el trono.
—Hola, cuñado —le dijo a modo de saludo y sonrió.
Víctor alzó las cejas, sorprendido y también le devolvió la sonrisa. —Veo que estás animada, querida.
—Acabo de hacer la mejor jugada de mi vida. Logré hacer que mis padres se vayan del país. Para siempre.
—¿Por qué querrías hacer eso?
Ella suspiró. —Porque los odio, ¿por qué más? Mi primera batalla ganada —declaró con satisfacción.
El rubio la miró con lo que parecía ser orgullo. —Así se hace, querida —musitó con un asentimiento—. Esa es la chica que yo conozco. Despiadada, así me gustas más.
Solo porque estaba feliz, Arlet soltó una carcajada. —Nunca pensé que se sentiría tan bien.
—Cuando tus planes salen bien, no hay mayor satisfacción. Pero espero que estés preparada para dar batallas, Arlet. Ahora que eres reina tendrás miles por delante que pelear.
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Los secretos de la reina #Descontrol en la realeza 0.5
General FictionAntes de ser madre, antes de ser la Reina, Arlet fue simplemente una niña. Pero, ¿cómo llegó al trono? ¿Cómo se convirtió en la Reina que todos amaban y odiaban por igual? Arlet tiene muchos secretos, y pronto, van a descubrirlos.