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Arlet miró a su prometido y lo notó extraño

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Arlet miró a su prometido y lo notó extraño. No le había prestado mucha atención puesto que estaba más enfocada en averiguar qué haría Víctor esa noche para evitar su boda. Esperaba que no fuese algún escándalo que la dejase arruinada porque sus padres la matarían en cuanto llegase a su casa y entonces ya ninguna lucha tendría sentido.

Pero el príncipe le daba tanto miedo que no sabía qué esperar de él. Tenía la impresión que él solo jugaba para sí mismo y no veía en ella una amiga, sino más bien un peón.

Había salido con Ewen a la terraza a tomar un poco de aire porque dentro había tanta gente que el salón estaba atestado y era fácil sentirse sofocado. Él la había invitado en uno de sus esfuerzos por tener un acercamiento. Tenía que admitir que el príncipe no era nada como ella lo había imaginado. Era amable y educado, no tenía comparación con Víctor ni tampoco podía imaginárselo como esposo de la perfecta y altanera Shiobban. Su hermana no se merecía un marido así de bueno.

Pero más allá de eso, Arlet amaba a Jaques y le era fiel en alma y pensamiento. Ewen no tenía comparación con su amor eterno.

—¿Te sientes bien? —Le preguntó cuando ya no pudo disimular que le era evidente lo pálido que estaba y que no dejaba de toser aunque intentase ocultarlo.

Ewen sonrió. —Sí, solo... Me sentía un poco ahogado entre tantas personas. —Abrió la boca para agregar algo más pero se cortó cuando le vino un ataque más fuerte de tos.

Arlet miró hacia todos lados sin saber qué hacer. ¿Sería apropiado darle unos golpes en la espalda?

—¿Quieres que te busque agua? —Preguntó en cambio.

Él cesó con su ataque y pudo volver a hablar pero en voz más baja y ronca. —Creo que son los nervios, mi padre tiene la costumbre de invitar a sus enemigos a la fiesta y me resulta difícil sobrellevar la tensión que se forma.

—Creo que lo haces perfectamente —murmuró aunque no tenía ni idea porque apenas si lo había visto en la fiesta hasta ese momento—. Hazlo a tu manera, Ewen. Si confía en ti más que en el príncipe Víctor tiene que ser por alguna razón.

Ewen sonrió y quiso responderle, pero terminó llevándose las dos manos a la garganta y sucumbió ante otro ataque de tos. Pero esta vez fue mucho peor. Se puso más pálido y ella notó que se le hacía difícil respirar.

Cuando Ewen cayó de rodillas todavía luchando, la joven entró en pánico. La adrenalina la invadió y se agachó también para intentar ayudarlo pero no lo logró. El príncipe tenía los ojos rojos y llorosos, abiertos de par en par. Se ahogaba cada vez más y ella no tenía idea de qué hacer.

Una vez había visto a un hombre alérgico al maní que había sufrido una reacción similar luego de comer un bizcocho de que contenía el alimento prohibido en su dieta. El hombre había fallecido minutos después de llegar al hospital, según había escuchado luego.

Entonces lo supo. Ese era el plan. Víctor se había asegurado de deshacerse de su hermano de una forma segura. De cortar al problema de los dos de raíz. Pero ella no podía, ahora que lo sabía, no podía dejarlo morir así. Sería tan culpable como él y jamás podría ser feliz con esa carga en su consciencia.

Salió desesperada del balcón y corrió la cortina gritando por ayuda.

—¡Necesito ayuda! ¡El príncipe Ewen se encuentra mal! ¡Necesitamos un médico!

Nunca antes en su vida había llamado tanto la atención como esa noche, pero tampoco lo pensó. No tuvo vergüenza ni pena por armar semejante escándalo, no podía dejar morir a un hombre de esa forma.

Volvió con Ewen y se tiró en el suelo frio con él, tomándolo en sus brazos porque ya había caído de espaldas y seguía luchando con respirar. No sabía qué tenía, también podrían haberlo envenenado.

En pocos segundos se armó un gran revuelo y uno de los invitados, que era el médico de la familia apareció y comenzó a revisarlo rápidamente. Para Arlet todo pasó de forma veloz, pero a la vez, sentía que nada se hacía con la prisa que el momento requería.

Entre el tumulto de gente, aparecieron sus padres y los reyes desesperados por su hijo. Y en algún momento, cuando llegaron con una camilla y subieron al príncipe para llevárselo al hospital, Arlet cruzó su mirada con la de Víctor y a pesar de sus ojos nublados por las lágrimas que la habían atacado en la desesperación, vio la pequeña sonrisa victoriosa que el hombre le hizo en complicidad.

Sus miedos se confirmaron.

Víctor lo había hecho. Él era, o sería el culpable de la muerte de su hermano.

Si lo había temido antes, ahora lo comprobaba. Ese hombre era capaz de cualquier cosa para saciar su propia ambición, incluso arrasar con su propia familia. ¿Qué lo detenía ahora de no acabar con ella también?

El pánico volvió a inundarla. ¿Con quién se había metido? Era obvio que Víctor había esperado que ella lo dejase morir, pero al haber pedido ayuda ahora el plan dependía de la eficiencia de los médicos que lo trataban si es que existía alguna solución para lo que había hecho.

Ahora Arlet se debatía entre dos opciones, rezar para que un hombre inocente se salvara o hacerlo para que no lo hiciera y quedar ella libre para ser feliz con el amor de su vida.

Los secretos de la reina #Descontrol en la realeza 0.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora