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Arlet festejó quedarse embarazada apenas un mes después de su boda, pero los sentimientos con respecto a ese hijo, o el heredero, como ella prefería llamarlo para separar sus sentimientos del verdadero propósito que tenía el niño, fueron encontrados

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Arlet festejó quedarse embarazada apenas un mes después de su boda, pero los sentimientos con respecto a ese hijo, o el heredero, como ella prefería llamarlo para separar sus sentimientos del verdadero propósito que tenía el niño, fueron encontrados.

Por un lado pensó en Jaques como siempre lo hacía, y por el otro, pensó en Ewen. Se había encariñado mucho con su esposo en el último mes y había descubierto que era un hombre gentil en todos los aspectos de su vida en cuanto conferían a su esposa. No le gustaba la idea de que Ewen la odiara el día que tuviera que marcharse, pero que no lo hiciera era mucho pedir.

¿Por qué tenía que estar en esa posición? Odiaba el papel que le había tocado jugar en su vida, pero era consciente de que por más quejas que tuviera, todo seguiría igual.

A Jaques no lo había visto en ningún momento, pero mantenían una comunicación por cartas que llegaban a la casa de campo y también salían de ella con un personal exclusivo que Jaques había contratado para ellos.

No era fácil, Arlet no dejaba de sentirse una traidora hacia ambas partes. Hacia Ewen cada vez que le escribía a Jaques o solo pensaba en él, y hacia Jaques cada vez que su esposo la besaba o le hacía el amor.

Estaba en una encrucijada, pero no podía dar su brazo a torcer y faltar a la primera promesa que había hecho en su vida.


En sus siete meses de gestación ya estaba planeando los últimos detalles de su escape. Esa tarde le envió la carta a Jaques y abandonó la casa de campo para regresar al palacio donde Ewen la esperaba para recibir a unos invitados, al parecer el heredero de la empresa petrolera más grande de Sourmun y su esposa.

La reunión no la entusiasmaba mucho, como ningún otro deber oficial que le hubiese tocado a excepción de las nuevas organizaciones para patrocinar que le asignaran. A Arlet le gustaba ayudar, o mejor dicho, la idea de apoyarlos económicamente y con su nombre, pero no le hacía mucha gracia tener contacto con tanta gente. Ella no era sociable por naturaleza y le suponía mucho esfuerzo ser amistosa cuando la había criado aislada del resto del mundo, en especial de los comunes como sus padres siempre los habían llamado.

A veces, ni siquiera una cantidad ofensiva de dinero podía compensar el hecho de no pertenecer a la nobleza.

Llegó justo dos minutos antes que arribaran los Collingwood al palacio, pero a Ewen no le importó y ni siquiera le llamó la atención. Por suerte la reina no estaba presente, porque ella nunca perdía la oportunidad para regañarla.

Cesar Collingwood, un hombre que no podía ser mayor que Ewen, llegó junto a su esposa, Glenda, que también estaba embarazada. No le tomó mucho tiempo ver que aunque Glenda no poseía sangre noble, por su exorbitante fortuna se creía una de ellos y no tardó en tratarla como a una igual tomando como tópico que las dos estuviesen esperando un hijo con pocos meses de diferencia.

Glenda y Cesar ya tenían una hija, Zoe, de cinco años, quienes aseguraban que era una pequeñita brillante y perfecta. Arlet enseguida sintió lastima por la otra niña que venía en camino y elevó una plegaria para que fuese igual o más brillante que su hermana, porque de lo contrario, su vida terminaría pareciéndose mucho a la suya y no era algo que le deseara a nadie.

—Me agradan —dijo Ewen una vez que los invitados se marcharon y ella arrugó la nariz.

—No podría decirte nada sobre él porque su mujer no me dejó oír nada más que su propia voz.

Ewen soltó una risotada y la besó en los labios. —Mi pobre amor —musitó sonriendo aún—. Lamento que tengas que pasar por esto, pero no me cabe duda que podrás controlarla.

Ella asintió, porque la confianza que él depositaba en ella, elevaba su autoestima. —Claro. Si es realmente necesario lo haré. ¿Crees que serán de ayuda para la economía de tu padre?

El príncipe no lo dudó. —Lo serán. Son una fuente de oro puro. Haremos grandes negocios con los Collingwood, amor, lo presiento.

Arlet asintió. Le interesaban mucho más los negocios que soportar a la charlatana de Glenda, pero sabía también, que soportarla era una buena forma de invertir su tiempo porque su esposo sería recompensado con creces. Y si había algo que ella deseaba era que Ewen tuviera todo lo mejor. Tal vez como una forma de redimirse por la traición futura o quizás solo porque se preocupaba por él.


***


La semana que se cumplían sus ocho meses de embarazo, Arlet comenzó a sentirse mal, y el médico de la familia diagnosticó que había entrado en trabajo de parto de forma temprana, para sorpresa y miedo de todos.

La reina estalló en cólera y la culpó por no haberse cuidado lo suficiente, pero nadie reparó en sus quejas. Parecía que era costumbre de Cristal molestarse por todo y su familia había optado por ignorarla la mayoría de las veces, lo que hacía su vida mucho más fácil. Pero para ella no era tan fácil cuando se quedaban a solas. Y dado que era la única mujer en la familia, a excepción de Jenna que estaba ocupada con su propio embarazo, eso era algo frecuente.

—La gente hablará. ¿Y si el Consejo no cree que sea una parto temprano? —Se lamentó Cristal cuando quedaron solas en el cuarto.

Arlet estaba explotando de dolor y su nivel de tolerancia había ido disminuyendo con cada contracción.

—¿Y qué podrían pensar? —Preguntó de mal humor, con lágrimas saltándoles de los ojos. Necesitaba que su esposo estuviera con ella y alejara a la reina bruja de su lado, pero Ewen aún no había llegado de una reunión en una ciudad vecina.

Cristal le dio una mirada irritada y volvió a sentarse en un sofá cerca de la cama en la que habían acostado a Arlet en la clínica.

—Podrían pensar que el bebé no fue concebido dentro del matrimonio, por supuesto. Ewen está en una posición muy frágil como hijo menor, ya lo sabes. Todo depende del Consejo. También podrían poner en duda que el hijo no sea de Ewen. Ahí todo sería peor.

Los ojos de Arlet se abrieron de par en par. —¿Cómo se atreve a sugerir eso?

Cristal hizo un gesto despectivo con la mano. —No importa lo que yo sugiera sino lo que el Consejo crea, querida.

La joven estaba tan adolorida que el enojo se multiplicaba por diez de una forma increíblemente fácil. —Pero es usted quien lo está sugiriendo, sin embargo. ¿Por qué creerían algo semejante? —insistió y no le dio lugar a responderle porque continuó por sí sola—. No todas somos iguales, Majestad. Si el Consejo se creyó que Víctor era hijo del rey, ¿por qué tendrían dudas acerca de mi hijo?

 Si el Consejo se creyó que Víctor era hijo del rey, ¿por qué tendrían dudas acerca de mi hijo?

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Los secretos de la reina #Descontrol en la realeza 0.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora