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Arlet se resistió a llorar mientras se arregló y esperó que Jaques pasara por ella

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Arlet se resistió a llorar mientras se arregló y esperó que Jaques pasara por ella. Se concentró en buscar soluciones al nuevo problema que había surgido, pero no fue capaz de encontrar nada. La fuerza a la que se enfrentaba era demasiado poderosa, la más fuerte en toda la nación, en todo su pequeño y limitado mundo.

Pero una vez que estuvo en la parte trasera del coche de Jaques, le fue imposible contener el llanto.

Terminó contándole todo. Al diablo su padre y sus secretos, ella no podía rendirse tan fácilmente. No podía perder el amor de su vida por los errores de su hermana.

—Hablaré con él —declaró Jaques acariciándole la mejilla golpeada. Se había maquillado para cubrirlo, pero las lágrimas habían terminado por disolverlo y dejado a la vista el enorme moretón producto del golpe de su padre—. No puede hacerte esto, ya estás prometida conmigo.

—Se supone que no tenía que decirte todo esto, si se entera no sé lo que me haría.

Jaques la abrazó y por primera vez a Arlet no le molestó su muestra de afecto delante del chofer. Era tan reservada que hasta la presencia de los empleados la inhibía.

—Encontraremos una solución, cariño. Ya no llores.

—Pero me ordenó...

—Diles que lo hiciste mientras encontramos una solución. Tal vez el Príncipe rechace la idea, quizás la Reina no apruebe que se case con la hermana de la mujer que le estaba prometida. De todas formas, encontraré la forma de escapar de esta locura.

La mantuvo abrazada contra su pecho y le besó la sien haciendo que su corazón se encogiera de tristeza. Si lo perdía, con él se iría su corazón, ya no le importaría nada, ni vivir.


***


Cuando llegó a su casa, Arlet seguía con el rostro bañado en lágrimas, pero le aseguró a sus padres que había hecho todo tal y como le habían ordenado.

No disimuló su disgusto, estaba destrozada y no iba a ocultarlo para que ellos estuviesen contentos. La posibilidad de no salir bien de todo eso era muy grande. Enfrentarse a su familia, al príncipe y hasta el mismísimo Rey no era un juego de niños. Jaques tenía poder pero no más que quienes los gobernaban desde hacía generaciones.

Subiendo las escaleras, Víctor se vino inmediatamente a su cabeza. Él tenía que ayudarla, estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de separar a Shiobban de Ewen, lo mismo debería aplicársele a ella. El punto era que el Príncipe no consiguiese la esposa que necesitaba para quitarle su lugar en la línea de sucesión.

Pero no podía contarle toda la verdad a Víctor. No confiaba en él y en lo que pudiese llegar a hacer con esa información. Si su familia salía perjudicada, ella también lo haría. Víctor no aparentaba ser un hombre de palabra, si era capaz de tramar un plan en contra de su hermano y su padre, era capaz de hundirla a ella y su familia sin piedad.

Cuando llegó a la puerta de su habitación, la miró y estuvo a punto de entrar, pero el arrebato de enojo ganó y caminó hasta la pieza de su hermana dos puertas más al fondo y entró sin tocar. La rubia estaba acostada en la cama, acurrucada, tapada con su gran frazada de piel blanca y con los ojos cerrados.

La observó mejor y vio sus ojos hinchados y carentes de maquillaje, algo nunca visto en Shiobban desde que tenía quince años.

El sentimiento de odio se apoderó de Arlet, un sentimiento que, a pesar de todo lo que le había hecho su hermana mayor desde que tenía memoria, nunca había aparecido. La odiaba, a ella, al bastardo que llevaba dentro y a sus padres.

Cerró la puerta con un golpe seco con el propósito de despertarla. Saliera o no de esa, se vengaría de ellos, en especial de su maldita hermana.

Shib se tembló y abrió los ojos de repente, asustada. Arlet sonrió con malicia y caminó por el cuarto hasta el tocador donde todavía residía una bandeja con restos de comida que el servicio había olvidado de llevarse.

—¿Alguna vez has odiado a alguien al punto de desear su muerte, querida Shib? —Preguntó con la vista en el cuchillo de la bandeja.

—¿Arlet...? ¿Qué...? —Susurró incorporándose de a poco, pero su hermana menor no le dejó continuar.

—Así es como me siento por ti ahora —murmuró como si no la hubiese oído, al mismo tiempo que tomaba el cuchillo con una mano y lo examinaba—. Pero soy racional y matarte no resolverá mis problemas. En cambio, matar a tu bastardo sí lo hará.

Shib soltó un jadeo y retrocedió en la cama. —¿Cuál es tu problema, Arlet? ¿Te has vuelto loca?

—¿Qué dices? ¿Me dejarías? —Inquirió con una sonrisa y ladeó la cabeza—. Nos ayudaría a ambas. Tú podrías casarte con el príncipe y yo con Jaques. Todos ganamos.

—Sal de mi habitación, estás demente.

Continuó acercándose a ella moviendo el cuchillo entre sus dedos y apuntándole como si intentara medir el espacio que tendría que abrir en el abdomen de su hermana.

—¿Para qué lo quieres de todas formas? Te llenará de vergüenza, arruinará tu vida. La hija del gran Duque teniendo al bastardo del hijo de un chofer. —Soltó una risa burlona—. ¿Te imaginas? ¿Qué dirá la gente?

Se sentó en la cama cerca de Shiobban quien intentó alejarse sin despegar sus ojos del cuchillo, pero Arlet fue más rápida y la sujetó por una muñeca. —¡Suéltame! —Rogó la otra rubia temblando—. ¡Me haces daño!

—¿Daño? —Gritó—. Daño es el que me causaste tú a mí. ¿Y todo por qué? Porque eres una zorra, Shiobban. Por un lado me alegra que no puedas casarte con el Príncipe, ¿quién quiere como Reina a una de mujer de tu clase? Desde luego que yo no.

Shiobban intentó zafarse provocando que Arlet apretara su agarre. Le retorció la mano y apoyó la punta del cuchillo en su vientre. —Arlet, por favor...

—Arlet, por favor —se burló ella soltando una risa y apretando el cuchillo más hondo—. Caíste tan bajo, hermanita. Me das asco. Revolcarse con el hijo del chofer, todavía no puedo creerlo. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Casarte con él, convertirte en todo lo que siempre has despreciado?

Sería tan fácil hundir el cuchillo en su carne, desangrarla y observarla rogarle por ayuda hasta su último aliento... ¿Pero cómo la ayudaba eso a ella? No lo haría, con Shiobban muerta o no, seguía estando atrapada en el asqueroso plan que había ideado su padre.

Y si no podía escapar, si tenía que sufrir, se aseguraría de que su hermana pagara con creces por cada una de sus lágrimas. Matarla era demasiado simple.

Con brusquedad, la soltó y empujó lejos de ella. Clavó el cuchillo en el colchón y se levantó con toda la gracia y elegancia que le habían inculcado.

—Cuando llegue el momento, Shib, desearás que te haya arrancado al engendro que tienes adentro. O incluso mejor, vas a desear estar muerta.

 O incluso mejor, vas a desear estar muerta

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Los secretos de la reina #Descontrol en la realeza 0.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora