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La tarde había pasado con lentitud. Aunque Akaashi no notó eso. Para él el tiempo se detuvo en el momento en el que se encontró con los dos kitsunes. Toda la tarde hablaron de lo ocurrido en su ausencia. El azabache les contó la manera lenta y dolorosa en la que su padre terminó por perder la razón, con lágrimas en los ojos les describió todas las tardes en las que se vio obligado a quedarse en casa y escuchar los desgarradores gritos de dolor de su madre. Sollozó en el regazo de Shirabu y, como si aún fuera un infante de cinco años, le preguntó por qué su madre lo maldecía una y otra vez.



Esa era una verdad que pocos sabían. Sólo los que fueron empleados en aquel tiempo conocían la verdadera razón de la enfermedad de la madre de Akaashi. La mujer, desde el principio estuvo condenada a morir joven. Cuando niña, ella enfermó de gravedad y eso propició una debilidad. Ella nunca recuperó del todo la salud. Se le advirtió, antes de contraer matrimonio con Akaashi Hajime que, de embarazarse, era muy posible que muriera después de dar a luz al niño. Eso la asustó pues la mujer nunca se caracterizó por ser valiente pero no dijo nada pues de haberlo hecho jamás habría contraído nupcias con Hajime. La familia Akaashi, al ser una de las más importantes, estaba al servicio de los dioses y priorizaban su linaje. Para cada uno de los varones de la familia era una obligación el procrear.



Por ello la mujer calló. La avaricia pudo más que su instinto de supervivencia. O, tal vez, más que la ambición, lo que la guió fue su estupidez. Ella pensó que después de tener un hijo moriría, así que consideró que si su vida iba a ser sacrificada de esa mundana manera, merecía vivir como una reina. No le importaba si eran pocos los años en los que podría vivir sí es que así mantendría un estatus social alto y no volvería a ensuciarse las manos.



Se casó con esa idea y, por algunos años, vivió cómodamente. Vestía lujosas ropas y se permitía costosos caprichos que podían pagar la alimentación (por más de veinte años) de una humilde familia de campesinos. Hajime nunca notó que su esposa era superficial y cruel. A sus ojos ella era una belleza etérea y, secretamente, al llevarla del brazo y presentarla frente a los aldeanos se congratulaba por tenerla todas las noches en su cama, por ser el dueño de semejante hermosura. Él la amaba con un amor caprichoso e infantil, sólo sentía latir con desenfreno su corazón cuando ella era bella y podía levantar la envidia de los demás.



Por ello casi no había disgustos entre ellos. Cada uno entendía su rol y su finalidad. Cuando les comunicaron que era hora de que tuvieran hijos, ella lo aceptó. Varios intentos hicieron falta para que se diera la concepción. Al final la noticia del embarazo fue recibida con alegría por la familia e incluso por Hajime que, tontamente, pensaba que tendría un objeto más que lo hiciera resaltar. Sin embargo, la madre odió al ser que llevaba en el vientre pues éste le ponía un tiempo límite a su vida terrenal.



Frente a la familia de su esposo y frente a este, fingía felicidad e incluso participaba en los infantiles sueños de Hijime por una gran familia. Cuando él preguntaba que es lo que pensaba de su futuro hijo, en lugar de gritarle el odio que sentía por él, amablemente murmuraba lo que se esperaba de ella. Que ansiaba ver a su primogénito crecer, oírlo hablar y tenerlo entre sus brazos para proporcionarle seguridad. Sólo Shirabu sabía lo cruel que era la mujer con su vástago no nacido.

Entre la vida y la muerte [Haikyuu!!] [BokuAka]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora