VIII

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Como Ushijima lo había dicho, él y Akaashi salieron a primera hora de la mañana. La semi-despedida fue más dramática de lo que supuso. Bokuto se lanzó a sus brazos y lo sostuvo contra su pecho. Lloró desconsoladamente y le pidió más de una docena de veces que no lo dejará. Evidentemente el azabache se negaba a quedarse y le repetía que volvería a él. Sin embargo, a pesar de las múltiples promesas Bokuto no se quedaba tranquilo. Así que, con un llanto aún más desconsolado, le pedía que lo llevara con él.



Hizo falta la intervención de Kuroo, las razonables palabras de Tsukishima, las caricias consoladoras de Suga, las burlas de Oikawa y las amenazas de Shirabu para que se pudieran ir. Cuando lograron salir de su zona segura, el kitsune se encargó de ocultarlos mediante su magia. Ambos adquirieron la apariencia de dos ladrones. Akaashi esperaba que con eso pudieran deshacerse de los inconvenientes que en el camino se les pudieran presentar.



Mientras caminaba al lado de Ushijima, advirtió que el sendero que ahora recorrían era diferente por el que transitó en compañía de Bokuto, de Kageyama y Hinata. Mientras observaba lo que había a su alrededor entendió el comentario de Kuroo. Realmente habían tenido suerte de no toparse con esos hombres. El lugar por el que andaban era la entrada a un mercado negro.



Al caminaba por el estrecho sendero observó que había ciertos grupos de personas que se reunían alrededor de jaulas. Dentro de éstas se encontraban hombres, mujeres y niños. Lo único que los prisioneros tenían en común era su belleza fuera de lo común. Ellos resaltaban con una tenue luz al estar rodeados de esa terrible oscuridad. Akaashi cerró con fuerza los puños. ¿Por qué todos eran así de crueles? ¿Por qué permanecían indiferentes ante el llanto de esos inocentes? Se sintió asqueado y desgraciado en igual medida. ¿Cuantos años había vivido ignorante de ello? ¿Qué tan egoísta tenía que ser para pensar que era el único que sufría? Sus heridas espirituales parecían un mal chiste si las comparaba con el agonía que reflejaban los ojos de cada uno de los que estaban siendo subastados.



Ni siquiera quería detenerse a pensar en los oscuros y depravados motivos que llevaban a los compradores a adquirirlos. Akaashi sabía bien para que los querían. Seguramente cada uno de los cautivos terminaría siendo un esclavo sexual. ¿Qué tan bajo debía caer la humanidad para que esa detestable practica no causara la indignación de una revuelta? Lo que predominaba era el egoísmo y la avaricia. Casi todo originado por el hambre y la miseria que experimentaba cada uno.



Siguió andando e intentó que el corazón no se le rompiera. Lamentablemente estaba fracasando estrepitosamente. Con cada paso que daba su corazón se oprimía dolorosamente. ¡Tantos niños desprotegidos! ¡Tantas mujeres abusadas! ¡Tantos seres podridos! Cerró los ojos con fuerza y respiró hondo. El olor a putrefacción llegó hasta sus fosas nasales. Intento seguir avanzando sin escuchar a su conciencia. Pero era difícil. Estaba consciente de que no podía salvar a todos y, aún así, sus pies se clavaron al suelo cuando se detuvo frente a una jaula donde dos infantes lloraban desconsoladamente y se aferraban a los barrotes de la jaula para evitar que se los llevaran.



¿Nadie haría nada para salvar a esos chiquillos del peligro que correrían en manos de ese depravado hombre que ya los observaba con asquerosa lujuria? ¿Todos los presentes ahí permitirían que esos acendrados seres se corrompieran y rompieran para satisfacer los egoístas deseos de los otros? ¡Eran sólo unos niños! ¡La miseria más absoluta no justificaba que los vendieran para salvar el pellejo! Al ver las lágrimas descontroladas que corrían por esas arreboladas mejillas no pudo evitar pensar en Kageyama y Hinata. ¿Qué habría sido de ellos si Akaashi no hubiera llegado a tiempo aquel día que conoció a Bokuto? ¿También los habrían vendido?

Entre la vida y la muerte [Haikyuu!!] [BokuAka]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora