Diecinueve

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"La verdadera pérdida es aquella, en la que se olvida.
Entonces realmente se muere."





El frío suelo le recibió. Su mirada fija en el techo, nunca habría pensado que morir sería tan cálido. La sangre bañando el suelo, aún boca abajo pudo verlo alejarse. Sus nuevas víctimas ya en su mira.

Algo debía hacer. No podía simplemente ver y resignarse ante la muerte.

Un crujido le hizo saber que ya es estaban en sus manos.

"Perdóname charlotte"
Pensó con dolor.

Richard nunca quiso fallar.

De él dependía la felicidad de su único ser amado.
Sus brazos temblorosos arrastraron su maltrecho cuerpo, las irregularidades del suelo clavándose en su herida; ardía, sangraba, dolía.

Este sufrimiento le traía recuerdos de una vida, que ahora le parecía tan lejana.

Si se concentraba lo suficiente, podía oír claramente. Ruegos, lagrimas, gritos y desesperación.

Siempre había sido así, el sufrimiento eterno de su pobre y frágil corazón. Un siglo después esas heridas al fin cicatrizado, podía respirar en paz y todo gracias a ella.

Richard podía sentir su corazón estrujarse ante los recuerdos y mimos maternales de charlotte, una mujer que sin duda alguna fue al infierno y regreso más poderosa.

-Cómo el ave fénix.-susurro-. Siempre regresando de sus cenizas.

La mirada empañada, sin poderle permitir ver más que siluetas sin forma. Anhelando ser fuerte.

Su herida cada vez sangrando más, el dolor siendo cada vez más intenso. Sentía perder la poca lucidez en si.

Richard salio del juego.

Pánico. El pánico invadía cada célula del cuerpo de Dante, sus manos temblando aferraban el cuerpo de Helena. Siendo su escudo contra Efessto, quien les sonreía como el gato que se comió al canario.

-No se resistan, hagan las cosas más fácil y no por mi.-dante quiso objetar, pero un movimiento con la mano de Efessto lo hizo callar-. No podrán salir de aquí, eso ya deberían de haberlo aceptado. Cuán más rápido acepten su destino, más pronto tendré a Charlotte en mis manos, no sean estúpidos.

-¡No! ¡Nunca lo lograrás y cuando ella este libre! . . . ¡Suplicaras! Irá tras tu adorada zorra y ten por seguro que no quedará nada de ella que salvar.-soltando el agarre sobre ella y empujando a Dante lejos-. ¡Nada!

-Eso no nos ayuda en nada, Helena.-le murmuró Dante tratando de llegar a ella-. Ven aquí, amor.

-Escucha a tu estúpido hombre.-suspirando teatralmente-. Regresa y súplica a mis pies. Tal vez sea piadoso; aunque no puedo negar las ganas que tengo de desmenbrarlos.

Tomando en un ágil movimiento el frágil cuello de Dante, les haría conocer el mayor miedo de sus miserables vidas.

Sangrarian.

Y al destruir sus almas, compondria la más hermosas de las sinfonías.
Sus sueños, recuerdos, metas, anhelos, miedos. Todo. Todo seria suyo.

-¡Dante! ¡amor!.-la sonrisa en el rostro de Efessto creció más, ante la patética desesperación en la voz de ella-. ¡No lo hagas! Ten piedad. Piedad, por favor.

-Ruega, súplica. Muestra quien tiene el control, tal vez me convence tu sinceridad y desesperación.-le dijo él.

Resignada y dejando el poco orgullo que le quedaba. Sus rodillas tocaron el suelo; lágrimas bañando su rostro y sus ojos mostrando la profunda resignación y algo más que se ocultaba.

Cazador De AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora