Capítulo 18 - Recipiente vacío

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Estaba recostada sobre la cama en la que duermo, mirando fijamente el techo mientras un sentimiento de soledad me consumía. Llevaba así desde que desperté, pero no he sentido la necesidad de moverme o pensar en algo, pues mi mente está en blanco. Podría recordar algún momento e intentar revivirlo, pero soy como un recipiente vacío: sin memorias que me digan quién debo ser. No tengo pasado.

Unos leves toques se escuchan en la puerta, así que decido acomodarme en la cama y cubrirme completamente con las sábanas.

—Adelante —digo en voz alta.

Quien estaba detrás de la puerta era Bulma, que me muestra una suave sonrisa.

—Hola, ¿estás bien? —Asiento con la cabeza, con una forzada sonrisa que se esmera en parecer real—. Hace rato que terminamos el desayuno, ¿no vienes a comer?

—No, gracias. No tengo hambre.

Ella asiente con la cabeza y cierra la puerta. Por mi parte, decido salir de la cama e ir al baño a darme una ducha. Abro la regadera y me quito el pijama que llevo puesto. El vapor llena la habitación y decido meterme a la ducha. Entonces, todos los sentimientos negativos me invaden de golpe, como si estuviera en mi límite. El dolor en mi pecho es tan fuerte que comienzo a sollozar. Mis piernas flaquean y caigo al suelo, me siento y sujeto mis piernas con mis brazos, con la lluvia artificial aun cayendo sobre mí.

Ya llevaba tres meses sin mis recuerdos y me sentía completamente vacía. Estos tres meses han formado parte de mí, pero es como si no fuera yo quien construyó los recuerdos. Los siento... falsos.

Tal vez sí. Tal vez había llegado a mi límite. Toda persona tiene uno.

Mi vista se nubla de repente, sintiéndome mareada y recuesto mi cabeza contra la fría pared de mármol.

«Todo a mi alrededor estaba oscuro y hacía mucho frío. Mi respiración estaba agitada y mis lágrimas cesaron. Entonces, cubrí mi cuerpo con mis propios brazos, en un abrazo en busca de calor. Ya no me podía mover, estaba congelada.

Finalmente, sentí mi cuerpo caer de donde estaba. Veía mi cabello agitarse a los costados de mi rostro, hasta que mi vista se nubló.

En cuanto abrí mis ojos, sentía calor en mi cuerpo. Alguien me tenía abrazada; un niño, no más grande que yo. Era cálido su tacto, reconfortante.

Susurramos unas cuantas cosas, hasta que le escuché decir:

—¡No eres un monstruo...! —Sus manos se posaron en mis hombros, girándome bruscamente. Un sonrojo apareció en mis mejillas—. Eres mi princesa, mi hermosa princesa.

Su mano se posó en mi mejilla y la acarició con delicadeza hasta colocar un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Entonces, lo abracé.»

Unos golpes me sorprenden en la puerta del baño, así que detengo mis sollozos y escucho con mayor claridad, intentando descifrar qué sucede al otro lado de la puerta del baño e ignorando el fugaz e incompleto recuerdo que acabo de tener acerca de un niño de cabello y ojos azabaches que me hacía sentir segura y completa.

—¿______, estás ahí? —escucho la voz de Bulma.

Cierro el grifo y aclaro mi garganta, intentando que no se note mi voz ronca por el llanto.

—Sí —digo en voz alta.

Hay un pequeño silencio.

—Alguien ha venido a verte —dice Bulma.

«Que no sea Gohan.»

—Enseguida salgo —aviso.

Escucho sus pasos alejarse y salgo de la ducha, con una toalla cubriendo mi cuerpo. Salgo hacia mi dormitorio y busco algo presentable que pueda usar ese día, pero también cómodo.

Mi Saiyajin FavoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora