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— ¿Lilith? —Elías llegó a casa esa misma velada, poco después de medianoche. Había adelantado su regresó porque sabía que esa fecha era importante y difícil para su novia.

Tan pronto como abrió la puerta, el olor a alcohol lo invadió. Suspirando dejó la maleta de lado y caminó directo a su habitación ignorando las muchas botellas en la mesa de la sala. Lilith lo necesitaba.

Una vez dentro de la habitación que compartía con su mujer, se estremeció al no verla ahí. ¿Por qué ese viaje tuvo que ser tan inoportuno? Había tratado de cancelarlo, pero, si bien no era imposible, si un suicidio, ¿rechazar la invitación de una de las editoriales más importantes a nivel mundial? Mandar a la mierda su esfuerzo y futuro. Y Lilith lo comprendió en su momento, más eso no quería decir que estuviera bien. Y ese momento lo demostraba.

Comenzó a gritar su nombre y se preocupó cuando, diez minutos después, aún no la encontraba. Estuvo a punto de levantar el teléfono y comenzar a llamar a sus amigas, pero un ruido lo sobresaltó.

Se dirigió al ático, de donde había procedido tremendo alboroto y la encontró ahí; tirada en el piso y apretando sus manos contra su pecho de una manera necesitada; sus sollozos le rompieron el corazón y percibió que el ruido había sido ocasionado al caerse una estantería.

—Mi amor ¿estás bien? —preguntó acercándose. Ella gimoteó alguna respuesta pero Elías se dio cuenta de que la respuesta era negativa. Podía no estar mal físicamente, pero le dolía el alma. Se sentó junto a ella y comenzó a acariciar su cabello largo y rubio. Tardaron así una eternidad, hasta que él, cansado, y con muchísimo cuidado, la levantó en brazos y la llevó a la cama que compartían.

En el proceso el collar resbaló de las manos de la chica y está no tuvo fuerza para detenerlo. Volvería por él, ya no tenía por qué ocultarlo, lo portaría con orgullo y amor, por el momento necesitaba otra tipo de consuelo. Elías estuvo a punto de abandonar la habitación para ordenar un poco todo el desorden que había en la casa pero Lilith lo detuvo aferrándose a él con un brazo.

—No te vayas —susurró con voz rota—. No me dejes.

—No lo haré —aseguró Elías recostándose a su lado; abrazándola, tratando de unir los pedazos que conformaban a la maravillosa mujer de la que se había enamorado.

Lilith necesitaba consuelo y no pensaba en nadie mejor para dárselo que en el hombre que la abrazaba con fuerza y delicadeza, que amaba cada día más, y del cual no quería, ni pensar, en separarse nunca. Así que, con necesidad, comenzó a besarlo y él no tardó en responderle. En ese momento ella lo necesitaba y no era capaz de negarle nada. Por ella viviría o moriría, lo tenía claro desde que la conoció.

Los besos exigentes dieron paso a gemidos cargados de erotismo, a caricias llenas de necesidad, a una unión llena de amor, promesas y un futuro.

Elías la hizo gemir su nombre, retozar de necesidad, gritar de placer y arquearse del dolor más placentero que se le puede ofrecer a una mujer. No pensaba en él, sino en ella. En su placer y el alivio que necesitaba. La rompió en pedazos hasta que perdió la cuenta y su espalda ardió como prueba de su increíble trabajo. Por último se introdujo en ella sin contemplación, sin darle tregua. Con ansias y pasión. La penetró durante todo el tiempo que pudo aguantar con firmeza y rapidez, buscando alivio y enviándola de nuevo al abismo. ¿Se cansaría alguna vez de eso? La respuesta fue inmediata cuando su cuerpo se tensó y viajó a un lugar etéreo donde nada importaba y sus sentidos se intensificaron al máximo. No, jamás se cansaría de ella. La amaba en cuerpo y alma.

Ambos cuerpos quedaron laxos, satisfechos, sudados y desnudos.

—Te amo —confesó Elías mientras acariciaba la piel del brazo de su mujer, aunque realmente eso no fuera un secreto; se lo había dicho tantas veces, y de tantas maneras, para que ella jamás lo pusiera en duda, que era un hecho, una verdad universal.

—Leandro volverá a casarse —soltó Lilith, Elías no se mostró ofendido o desilusionado por la respuesta, al contrario, le había dicho que lo amaba abriéndose a él, contándolo lo que le afligía, y eso era lo mejor. La mejor prueba de amor y confianza—. Hoy la presentó como su futura «nueva esposa» —escupió la palabra y abrazó más fuerte a su novio, con las lágrimas pugnando por salir.

—Entiendo que no era el momento —cedió Elías y buscó las palabras correctas para hablar, para expresar lo que sentía sin que su novia se sintiera herida, lo cual era difícil—. Sin embargo, tienes que entender que Leandro aún es joven y ha esperado bastante.

—No lo defiendas —espetó ella tratando de alejarse. Él la detuvo con mayor fuerza mientras negaba.

—No lo estoy defendiendo, solo... trato de que veas las cosas desde otro punto. Desde el de tu padre. Ha estado solo por tanto tiempo y...

—Yo también —lo interrumpió Lilith con voz ahogada—. Y por su culpa. Si no se hubiera cerrado, si hubiera notado que no era el único que sufría, todo sería diferente. Así que no te atrevas a decir que no lo entiendo, porque lo hago. Yo también estuve sola.

—Pero ya no lo estás —aseguró él y ella asintió, ya no lo estaba ni lo estaría nunca más—. Me tienes a mí, que te juro, moriría antes de permitir que volvieras a sufrir.

—No digas eso —dijo Lilith con miedo en la voz—. No puedo imaginarme la vida sin ti, me moriría contigo.

—Ahora piensa en que eso mismo quiso hacer tu padre cuando Rachel se dejó ir, se quiso ir con ella, pero se quedó, por ti —ella estuvo a punto de replicar pero él no la dejó hablar—. Solo que no pudo lidiar con la situación. Tú ya no estás sola, yo estoy contigo, para cuidarte, protegerte y acompañarte, ¿pero él? ¿Qué o a quién tiene Leandro? Lamento decirlo mi amor, pero tal vez, sólo necesita otro motivo para seguir.

Lilith calló tratando de procesar lo que oía. No lo comprendía ni creía del todo, pero Elías había logrado su cometido; sembrar la duda. Darle una nueva oportunidad a su progenitor.

Elías cayó dormido tras unos pocos minutos pero Lilith no lograba conciliar el sueño, ¿sería verdad lo que le había dicho su novio? ¿Podía tener esperanzas a pesar de las ausencias que vivió en su adolescencia, de la soledad que la acompañó por años y del olvido y declive al que fue expuesta?

¿Podía terminar perdonando a su padre?

Lamentablemente la repuesta fue inmediata y negativa. No podría, jamás. No era el daño que le había hecho a ella, sino a su madre. ¿Cómo pudo sentirse herido y hacerse la víctima cuando el mismo empujó a Rachel a la enfermedad? ¿Cómo se dio cuenta tan tarde de lo que había ocasionado con su actitud fría e indiferente? ¿Cómo?

Se durmió con esa pregunta palpitando en su alma y con sus problemas en la mente, sin imaginar que estos eran un alfiler en comparación de los que vendrían.

Un Día MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora