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A sus veinticinco años, Lilith estaba mejor acomodada que la mayoría de las chicas de su edad; tenía una relación estable llena de amor, cariño y comprensión. Un trabajo, que, si bien no era el deseado, le daba sustento y una casa que había conseguido hace poco junto con Elías.

Desde los dieciocho años se había ido de la casa de su padre e independizado a pesar de lo difícil que se le hizo en un principio. Tuvo que buscar un trabajo de medio tiempo que le permitiera cursar la pesada carrera de medicina. Obviamente, por el simple hecho de hacer esto, su padre la ayudaba económicamente, pero ella trataba de no tocar ese dinero, ya que pensaba devolverlo. Y lo hizo, un año atrás cuando se graduó y comenzó a trabajar.

Leandro se había quedado tan sorprendió cuando ella le entregó un cheque que el puro sacrificio había valido la pena, le había dicho sin palabras «anda, toma, terminé lo que me exigiste y sin tu ayuda». Había salido de la casa de su padre con la frente en alto y el orgullo por los aires.

La felicidad no le duro mucho, cuando comenzó a trabajar realmente, y dejó de ser una interna o practicante, ansiosa de saber sobre todo, su trabajo se le hizo, no aburrido, pero tampoco interesante. Solo... no llenaba sus expectativas y odiaba pensar que toda la vida haría aquello. Que se toparía con enfermos, con personas cerca de la muerte que la mirarían con esperanza, esperando que ella les diera una cura milagrosa y pudieran vivir otro par de años. Eso era lo más difícil de sobrellevar.

Desde que conoció a Elías, a los veinte años, este fue su apoyo. Lo conoció cuando él llegó a la sala de urgencias, todo exagerado y dramático por una caída; se había abierto la rodilla jugando futbol y le tenía pánico a los hospitales, por no decir nada de las agujas. Para suerte de él, la enfermera jefe mandó a Lilith para que practicara la sutura por primera vez, antes de tener que verla en primera mano en su primera entrada al quirófano. Así que, los dos nerviosos, soportaron y sudaron la gota gorda mientras ella traspasaba su piel con una aguja. Elías por poco se desmaya y ella terminó soltando un ligero grito de emoción. Eso hizo que, por primera vez y de forma consiente, el chico mirara a la valiente mujer que había soportado sus lamentos y evitado que muriera desangrado.

Elías recordaba perfectamente lo que pensó cuando la vio «Irreal». Era tan hermosa que le pareció irreal que de verdad existiera y que él tuviera la oportunidad de conocerla. Llevaba el cabello rubio y largo atado en una coleta alta, dejando despejado su rostro ovalado, sus enormes y exquisitos ojos grises, sus labios carnosos, los pómulos altos y la nariz respingona. El color adornaba sus mejillas por el esfuerzo y la alegría.

Lo primero que dijo fue:

—Vendré más seguido —lo que hizo que Lilith enrojeciera a más no poder, sin sospechar que Elías hablaba muy enserio, ¿Qué tendría que lesionarse más? Valdría la pena, ¿Qué su piel se llenaría de cicatrices? No importaba ¿Qué las agujas atravesarían su piel continuamente? Con tal de que ella cerrara sus heridas se haría cientos.

—No diga tonterías —habló ella y él se convenció por completo de que la quería en su vida; su voz había calmado su dolor, o por lo menos su lado cursi lo creyó, ya que solo estaba dirigiendo su atención a otra cosa y la herida no era tan grave como él lo hacía creer.

— ¿Cómo te llamas? —le preguntó con verdadera curiosidad. Ella meditó la pregunta por unos segundos, ¿era buena idea decirle su nombre? ¿Era ético? No pudo contestar antes de que la enferma en jefe apareciera frente a ellos y diera la orden de salida del joven Elías Carman y mandara a Lilith a otra área.

Él se fue desilusionado por no lograr conseguir el nombre de aquella chica tan hermosa, y ella se reprendió todo el día por ser tan lenta e insegura ¿Era ético? No, no lo era. Pero qué importaba, no era como si todos los que trabajaran en ese hospital acataran las reglas o normas. La mayoría infligía en cosas más graves y no tenían problemas por ello ¿Qué perdería al dar su simple nombre? Suspirando terminó su jornada y al salir se llevó la mayor sorpresa del día.

Él estaba ahí, el joven de cabello castaño y ojos color miel estaba sentado en las bancas frente al hospital; parecía cansado y con frío, dado el hecho de que llevaba pantalones cortos, una playera delgada y las deportivas; su uniforme de jugador de futbol. Miraba algo en su teléfono sin demasiada importancia y de repente levantó la vista.

La miró fijamente por unos instantes antes de levantarse, no sin esfuerzo, y se acercó a ella.

—Hola —susurró con cierta timidez.

—Lilith, me llamo Lilith —dijo ella sin más, sin querer perder de nuevo la oportunidad de conocer a ese chico. Era guapo, no lo podía negar, pero lo que la atraía completamente era ese aire infantil pero seguro que portaba él.

Ambos se sonrieron y él extendió la mano.

—Elías —sabía perfectamente que ella ya sabía su nombre, pero quería que no lo olvidara, así como el no olvidaría el suyo. Lilith, no era un nombre común y ciertamente su origen era un poco maléfico pero no podía imaginar otro más para ella.

—No deberías de estar aquí —dijo ella poco después, cuando la emoción menguó un poco y recordó que él estaba convaleciente—. La herida puede infectarse.

—No podía irme sin saber tu nombre —dijo él con simpleza—. Y sin logar que aceptes quedar conmigo.

Lilith aceptó y una semana después ambos reían en un café. No fue fácil para ella hacer un hueco entre el trabajo y la escuela, pero lo logró. Durante los días siguientes a ese encuentro, no dejó de pensar en aquel chico que la había esperado por cinco horas bajo el sol y después el frío por ella, soportando a su vez, el dolor de una herida.

Después de intercambiar números telefónicos ella misma había conseguido un taxi y mirado como él se subía e iba a descansar.

Se hicieron amigos y pocos meses después, novios. Sin embargo tardaron poco más de dos años en decidir dar otro paso pero al final lo hicieron; se fueron a vivir juntos. Primero a un pequeño departamento al centro de la ciudad, donde ambos podían ir y venir a sus anchas a sus jornadas laborales o escolares. Se mudaban constantemente por comodidad a dichas actividades pero, apenas un par de años atrás, se establecieron en la casa que había decido comprar, pues su estabilidad económica era buena y pensaron a futuro al tomar esa decisión.

Elías había estudiado periodismo a la par de literatura, su sueño: trabajar en una editorial. Ayudar a dar a conocer el talento de cientos de personas que se sentaban a escribir lo que su imaginación y experiencia les brindaba. No dejar que la cultura se perdiera y crear reportajes capaces de atraer atención.

Ambos llevaban carreras extenuantes y una vida muy complicada, sin embargo, se las arreglaban para estar juntos y disfrutarse mutuamente.

La vida les había sonreído haciéndolos coincidir y Lilith agradecía mucho eso, sin saber que dos o tres años antes de conocerlo a él, debió de haber conocido a alguien más. O incluso mucho más tiempo atrás esto debió ocurrir. Pero no era tarde y sucedería. Pronto.

Era inevitable.

Un Día MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora