Aunque no lo hubiera demostrado, Elías estaba muy sorprendido por la actitud de Leandro. No le conocía esa parte protectora en el ámbito familiar y nunca pensó ver aquellos actos para Lilith. Si bien siempre empujaba a su pareja a llevar una buena relación con su padre, estaba consciente de que Leandro no era fácil y tampoco ponía nada de su parte para que se llevaran bien.
Por ello le había sorprendido en demasía los actos y la actitud de su suegro. Nunca imaginó que se auto declararía la persona para velar por el bienestar de su novia, pero por otro lado se alegraba, ya que estaba seguro que cuando Lilth fuera consiente de ese acto, se prestaría más para fortalecer aquella relación que se había roto con la muerte de Rachel.
Consiguió comida en un restaurante cercano al hospital y llevó al pequeño James a casa. Cenaron juntos mientras el menor le contaba que Lilith había hablado con su madre tres meses atrás para que aceptara que el fuera con ellos esa semana. Le contó que incluso le ofreció cuidar de él en cualquier ocasión que ella lo necesitara.
Elías amaba a Lilith y el gesto que hizo lo volvió loco de alegría, pero odiaba no poder estar con ella, odiaba tener que dividir su atención en sus dos personas favoritas en la tierra. Odiaba saber a su novia mal y no estar ahí para ella.
Llevó a James a dormir cerca de la una de la mañana, después de entregarle su regalo de navidad. Paso por la segunda habitación que era usada como ático y sonrió al abrirla y comprobar que si bien todas las cosas seguían ahí, habían sido re acomodadas para que una parte estuviera libre y una cama individual ocupara lugar.
Ella lo tenía todo planeado.
Le contó una historia a James y se deleitó ver a dormir a su hijo por unos minutos.
Después de todo había decidido que James durmiera con él en la habitación principal, así que se levantó y acercó a la ventana, ya que la preocupación no lo dejaba dormir. Levantó la delgada cortina y por un momento le pareció ver dos siluetas parados en la acera.
Ignorando este hecho, se acostó al lado de su hijo y durmió con el teléfono en mano.
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Leandro Ellison estaba frustrado. Esa era la palabra.
Pocas cosas en la vida se le habían salido de control pero con Lilith siempre todo se complicaba. Ella era un caos, un desastre, un huracán dentro de la perfección que él anhelaba.
Nunca sabía con qué saldría la próxima vez que se verían, por ello evitaba tales encuentros. Dios sabía cuánto amaba a su única hija, porque así era, la amaba, pero no tenía la paciencia ni la tolerancia para tenerla cerca. Leandro se exasperaba con el más mínimo detalle. Se enojaba con una facilidad increíble y era tan rencoroso que bien podía crear consecuencias terribles e irremediables.
Él estaba consiente de todos sus defectos, se conocía a la perfección y por ello alejaba a su hija de su personalidad tóxica. Pero eso no evitaba que la amara y que estuviera tan preocupado por ella y su salud.
Estaba parado afuera de la habitación de Lilith, viéndola dormir a través del cristal. Observando cómo una enfermera le tomaba los signos vitales y negaba con la cabeza indicandole que aún no despertaba.
¿Qué podría tener? ¿Cómo podía ayudarla? ¿Porqué no le había dado la importancia necesaria en el momento correcto? Esa respuesta era muy fácil pero lo dejaba como estúpido e insensible; porque creyó que era una mentira de ella para llamar su atención. Porque no conocía a su hija y la creía capaz de todo para hacerlo sufrir.
Pero, si intentaba justificarse (no que fuera hacerlo, no en ese momento), su hija tenía motivos. Él lo haría si sus lugares se invirtieran. Pero ella no era así y se dio cuenta tiempo después, cuando su enorme orgullo no le permitió disculparse y su ego fue aplastado de forma educada y elegante. En el momento en que Lilith le entregó un cheque con una suma imponente que representaba la totalidad del pago de la carrera universitaria, se ganó su respetó, admiración y cambio la perspectiva que tenía de ella.
Estaba tan ensimismado y perdido en sus pensamientos que no se percató de una segunda presencia a su lado.
—¿Es familiar suyo? —se sobresaltó por aquella pregunta. Giro el rostro y pudo observar a la persona que hizo aquella pregunta.
Era un hombre de unos treinta pocos años, cabello negro y lacio, ojos azules claros. De hecho, tenía los ojos más claros que Leandro había visto. Eran casi translúcidos. Vestía una bata verde y sus manos estaba cubiertas por guantes de látex.
—Es mi hija —respondió simplemente y un silencio cayó entre ellos. Socializar tampoco se le daba bien a Leandro.
—¿Puedo saber el motivo del porque está aquí? — volvió a preguntar aquel hombre que parecía médico o enfermero.
Leandro se encogió de hombros.
—Soy el primero que quisiera saberlo —contestó con un matiz de cansancio en su voz—. Ha presentado algunos problemas los últimos años como dolores de cabeza y problemas de visión pero, siendo sincero, nunca le di importancia. Ahora sé que lo que sea que tenga, no la deja despertar. Es como si estuviera en coma sin un motivo válido. Solo se desplomó.
—Si hablamos de medicina, es algo muy raro —habló el sujeto—, inexplicable. Pero no ha pensado en algo espiritual...
El padre de Lilith rió con algo parecido a la burla pero ese matiz de maldad no alcanzó al sonido. Bufo.
—¿Espiritual? —repitió incrédulo moviendo las mangas de su elegante trage hecho a medida. Hasta ese momento recordó la fiesta que había organizado y abandonado—. No tengo ni puta idea de qué habla e insinúa... me sorprende que un médico dé esas opciones.
Aquel médico rió y a Leandro se le erizo el vello de la nuca. Era un sonido... extraño. Como si no fuera usado de manera regular.
—Lo siento, solo fue una idea. Espero de todo corazón que el médico a cargo pueda resolver el enigma de Lilith —tan pronto como acabó de hablar dio media vuelta y partió.
A Leandro le tomó tres segundos darse cuenta de que aquel extraño pronunció el nombre de su hija. Volteó para preguntar el porqué pero ya no había nadie en los pasillos.
Suspiró y su cabeza se hizo a la idea de que probablemente se conocían por la profesión que compartían. No era algo inusual ni imposible.
Giró de nuevo para observar a su hija mientras cientos de recuerdos aparecían en su mente. Cada momento que lo llevo ahí aparecía frente a él, atormentandolo. Y mirar a Lilith era mirar a Rachel.
Aquel era otro motivo por el cuál no buscaba demasiado acercamiento con su hija, pues su cabello rubio era igual de brillante al de Rachel, el mismo tono. El perfil era casi igual sin embargo Lilith poseía sus ojos y labios. Era una mezcla perfecta de dos seres imperfectos que se amaron y lastimaron en la misma medida y con la misma pasión.
Al amanecer buscó un café y recuperó la posición frente a aquel ser especial. Rezó durante un tiempo que no pudo ni quiso medir y así lo encontró Ernesto Valdivia, el médico que la mismísima reina le otorgó para asuntos personales.
—Buenos días Leandro, se ve que no has pasado una buena noche —dijo a modo de saludo. Él aludido solo se encogió de hombros. No tenía ganas de hablar. Estaba cansado—. Puedes irte, me quedaré con ella y haré los estudios necesarios. Te avisaré cualquier resultado, anomalía o noticia. No te preocupes.
—Haz hasta lo imposible para que se recupere —pidió después de asentir. Ernesto lo prometió y el se fue de ahí y mandó un mensaje a Elías comunicándele que Lilith no había despertado y que él se marchaba a descansar. Años de oficio le habían enseñado que el cansancio no daba bien rendimiento, y si no había buen rendimiento cualquier cosa importante podría pasar por desapercibida.
El chófer lo esperaba afuera.
Se fue de ahí sin percatarse de la presencia de su mujer en aquel hospital.
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Un Día Más
VampireAhogado en un limbo lleno de recuerdos y dolor, un hombre delira su voz. El pasado, el presente y el incierto futuro se mezclan junto con la pasión, el amor, abandono y desesperación que amenazan con volverlo loco; tirarlo sin anestesia y sin previo...