Suspiró una vez más y trató de reprimir las ganas de mover su pie con impaciencia. ¿Sería muy obvio y grosero que se fuera en ese momento? Habían pasado... exactamente veintitrés minutos desde que había llegado. Golpeó su reloj de pulso con fuerza. La porquería ya no debía servir, porque, ¿enserio llevaba tan poco tiempo ahí? Era imposible, a ella se le hacía que por lo menos había pasado una hora. Una larga y tortuosa hora sentada sola en un rincón del elegante salón.
Había conducido poco menos de media hora para pasar de la comodidad de su pequeña pero adorada casa en Hyde Park, al pen-house de su padre en uno de los edificios centrales de Londres, cerca del palacio de Buckingham, donde su padre trabajaba como sub-jefe de seguridad de la Reina. De hecho ese era principal motivo por el cual se habían mudado tres veces cuando era niña; ella había nacido en Nueva York y había cursado ahí el preescolar, después, conforme la importancia y el poder de su padre crecían, se mudaron a Washington DC cuando ella tenía ocho años, ahí continuó con normalidad hasta los quince, cuando su padre miró más alto y decidió traspasar su agencia de seguridad privada a Londres, para servir a la realeza. Ambición que había logrado apenas tres años atrás y ahora alardeaba de eso sin tener remordimiento por lo que dicho cambió de país afectó a su familia, y más, a su esposa. Londres fue el lugar donde ella se desboronó y desvaneció; dejó de luchar y se marchitó.
Para Lilith el trabajo de su padre era una cruel ironía, ya que él se dedicaba a proteger a las personas importantes, pero no lo hacía con su familia, es más, ni siquiera se preocupaba por ella. Era un hipócrita.
Leandro la había recibido en la entrada con una mirada reprobatoria al ver la hora. No le dijo nada y Lilith lo agradeció, ¡ni siquiera había llegado tarde! Pero para Leandro nunca era lo suficiente a tiempo para comenzar tremendo espectáculo.
Habían entrado juntos, del brazo, con sonrisas falsas y radiantes, causando envidia en algunos presentes que anhelaban tener tan buena relación con sus padres o hijos. Si ellos supieran...
Bailaron la primera pieza como era costumbre desde que su madre había dejado de existir en esa familia y ella había ocupado ese lugar. A pesar de todo no era capaz de romper tremenda tradición que sus padres hicieron por veinte años; se lo había prometido a ella. Lo seguía haciendo.
Una vez terminada la pieza y los aplausos, ella fue desplegada y olvidada a un rincón, como cuando era niña. Su padre iba y venía, saludando a los presentes y recibiendo regalos. El suyo lo había enviado con un mozo a la mesa designada para los presente.
Bebió de la copa que había tomado minutos antes y volvió a suspirar. Como deseaba que Elías estuviera ahí, él sabía distraerla, e incluso, lograba que se divirtiera en esa celebración llena de gente hipócrita y falsa.
El cumpleañero se paró en medio de la sala, con un micrófono en la mano, captando la atención de los invitados. La de ella también. Hacía diez años que aquel hombre no daba un discurso en su cumpleaños ¿Qué había cambiado? Lo descubrió muy pronto.
—Primero que nada —comenzó a hablar el hombre que le había dado la vida y luego arrumbado al olvido— quiero agradecer su presencia, una vez más, en una fecha tan importante para mí. Gracias... y por los presentes también —la gente rio y Lilith no comprendió porqué. Un sudor frío la recorrió, como un presentimiento de que lo que vendría no le gustaría en absoluto—. Todos ustedes saben la difícil situación en la que me vi diez años atrás —Lilith se tensó; su padre no solía mencionar a Rachel y mucho menos tan a la ligera. Apretó los puños—. Han sido años muy duros, sin embargo, hoy quiero comenzar de nuevo. No soy tan viejo como piensan —la gente rio de nuevo—. Así que he decidido darme otra oportunidad, o más bien, la oportunidad se ha presentado ante mí, en forma de una maravillosa mujer —el rostro de Lilith se llenó de incredulidad, enojo y celos—. Tessa, ven por favor —una mujer que rondaba los treinta se acercó a Leandro y le dio un pequeño beso en la mejilla. Era alta, delgada, de piel pálida y cabello negro—. Quiero presentarles, públicamente, a mi futura nueva esposa —y el caos se desató.
La gente estalló en aplausos y vítores. Y el cínico de su padre recreó una escena tan cursi, digna de una película barata... tomó de la cintura a la mujer y la besó, haciendo que ella se curvara y terminará a pocos centímetros del piso.
Lilith aún no podía creer que su padre hubiera dicho las últimas palabras «nueva esposa», ¿entonces la otra era vieja? Su rostro se coloreó de rojo, de ira e indignación. No le importó hacer una escena; se levantó con ímpetu, creando un gran ruido al, incluso, mover la mesa más cercana a ella y tirar todo los cubiertos al piso.
La gente la miró pero ella no se detuvo, caminó a la salida, subió a su coche y se fue de ahí. Prometiéndose no volver. Ni a ese lugar ni a su padre.
La noche ya había caído pero sin que esto fuera un obstáculo, se dirigió a una alcoholería y compró vino, más del que tomaría, pero sin duda -por lo menos para ella- necesario. Pensó en hacerle una visita a su madre pero la descartó rápidamente, no podía estar cerca de ella sabiendo que su padre estaría con su futura «nueva esposa».
Fue a casa y se ahogó en el delicioso sabor a vino que le ofrecían las botellas. ¿Hacía cuánto no bebía? ¿Hacía cuánto no lloraba? Porque en esos momento lo estaba haciendo, como una niña, como la pequeña que fue algún día y esperaba el consuelo de su madre para calmarse. Solo por mero capricho.
Sin poder evitarlo fue al ático de su casa -que en realidad era otra habitación- y entre cajas y polvo, buscó su joya más valiosa. La que había heredado de su madre, de sus propias manos y en el último momento de cordura.
Entre tantas chucherías encontró su cofre, oh, el cofre, lo había olvidado. Era una pequeña caja de madera, tallada a mano y con símbolos desconocidos pero bien marcados. Recordaba haberlo encontrado una navidad veinte años tras. Tan ingenua como era, pensó que era regalo de Santa Claus por haberse portado bien durante el año.
Sonrió y lo abrió, ahí mismo había guardado el collar tan pronto como se le había otorgado. Así como su padre cerró bajo llave todo lo perteneciente a Rachel, ella hizo lo mismo, y jamás le permitió a Leandro volver a ver la joya que siempre, desde sus quince años, había adornado la garganta de Rachel, su madre. Quizá eso fue el motivo de su separación.
Era un collar sencillo, de cuero, sin valor, lo importante era la gema de forma romboide y del verde más puro y claro que había visto nunca, no cambiaba a pesar de los años y el abandono. Lo tomó del cuero con manos temblorosas y lo levantó a contraluz. Pequeños destellos hicieron que sus ojos se llenaran de lágrimas. Era lo único que había podido conservar de ella; su padre nunca la dejó tocar de nuevo nada de Rachel. Se volvió taciturno, avaro, envidioso y posesivo con las cosas de su esposa, sin fundamento y siendo él el que menos derecho tenía de portarse así. Olvidó que tenía una hija y que ella también sufría.
Al castigar a su padre sin ver esa joya, también se había castigado a sí misma, eran pocas las veces que se había atrevido a ver ese collar, pero nunca lo había tocado. Tenía miedo de que esta se desboronara en sus manos y desapareciera lo único que tenia de su madre; aquella mujer alegre y llena de amor que fue algún día. Pero eso era estúpido, y en ese momento necesitaba de ese recuerdo más que nunca, así que sopló la joya para quitar el polvo y lo acercó a su pecho, apretando los puños alrededor de la gema y cerrando sus ojos. Ojos que no pudieron notar el resplandor que causó aquel inocente acto.
Esa noche, sin duda, el caos se desató. Y no solo para ella, sino para todo un mundo, y en especial, para un hombre.
Y mientras ella lloraba en el oscuro y solitario ático, aferrándose a sus recuerdos, perdiéndose en la inconciencia que brinda el alcohol, una mujer sonreía triunfante, arrogante, a punto de complacer a un hombre que la había acercado a su meta y que le ayudaría a cumplir su cometido.
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Un Día Más
VampirAhogado en un limbo lleno de recuerdos y dolor, un hombre delira su voz. El pasado, el presente y el incierto futuro se mezclan junto con la pasión, el amor, abandono y desesperación que amenazan con volverlo loco; tirarlo sin anestesia y sin previo...