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¿Hola? Si hay alguien ahí, leyendome, podría dejar evidencia de que esto no es innecesario. Al principio la historia me emocionó mucho, pero veo que soy ignorada. :(

***

—Ya han pasado dos meses —murmuró con ligereza Elías, tratando de abordar el tema sin que Lilith se incomodara, cosa imposible ya que apenas terminó de hablar ella se alejó de él.

Elías dejó de cortar la verdura y apagó la estufa donde preparaba la cena de ambos un sábado por la noche. Se volteó para ver como Lilith fregaba con más fuerza de la necesaria los trastos sucios; su cuerpo estaba rígido y cuando él posó una mano en la parte baja de su espalda ella dio un respingo.

—No quiero hablar de eso —murmuró la joven sin dejar de lavar un vaso con bastante ímpetu. Este se rompió por la fuerza aplicada y rápidamente la mano de Lilith se llenó de sangre. No se quejó.

—Lo entiendo —aceptó Elías y abrió el grifo de agua para que esta retirara el jabón, el vidrio y la sangre de la mano de su novia. Con cuidado la llevó al salón y la curó con ayuda de un botiquín de primeros auxilios. Cosa indispensable en esa casa; no era que ambos se lastimaran constantemente, solo que cuando pasaba ninguno quería recurrir a algún hospital—. Podría quedar una cicatriz —susurró él, trazando con la yema del dedo una línea en diagonal que abarcaba casi toda la palma.

—No lo creo —dijo ella de la misma manera, tenía miedo de hablar más fuerte porque sabía que inevitablemente terminarían en una discusión, y a pesar de odiar esto, odiaba más que el motivo fuera su padre. ¿Cómo se las arreglaba para arruinarle la vida sin estar siquiera presente?

—No puedes evitarlo toda la vida —habló Elías, aún en susurros, después de unos minutos en silencio que aprovechó para terminar de vendar la mano de Lilith.

Ella suspiró tratando de ignorarlo. No quería discutir, no por su padre, aquel que no había vuelto a ver ni escuchar desde aquella fétida celebración, él que no se dignó a ofrecerle una explicación o por lo menos hablar con ella en privado. Él que no la había buscado en dos meses sabiendo que la había lastimado. Que sufría. Y no lo entendía.

¿Por qué tendría ella que dar el primer paso a una reconciliación si él no lo quería? Y para ser sinceros, ella tampoco. A lo largo de su vida aprendió a separarse de las personas tóxicas, por más doloroso que fuera; como aquella amiga que tuvo a los quince, o el novio con el que estuvo a los diecisiete. Y su padre, lamentablemente, era una persona dañina para ella, y por más cruel que sonara, y nadie lo comprendiera, tenía que alejarse de él, para siempre, por su bien.

—Tengo hambre —dijo ella, ignorando el último comentario de su novio y deseando que él lo dejará pasar. Se levantó dispuesta a ir a la cocina pero Elías la detuvo.

—Deja de ser tan orgullosa e infantil ¡Es tu padre! —le espetó él confuso, ¿Cómo era posible que ella se cerrara de tal manera ante su progenitor? Esos lazos eran para siempre. Si él hubiera tenido la oportunidad... si él hubiera conocido a su padre, a su madre, los amaría, sin importar sus errores y equivocaciones; porque al fin y al cabo, todos erraban.

— ¡Tu no comprendes! —espetó ella ya harta, con los ojos lagrimosos, alejándose de él y entrando de lleno a esa discusión que sabía, llegaría en algún momento, Elías no dejaría las cosas así. Para él la familia tenía un significado muy grande, sagrado y valioso, ya que él no contó con una. Había sido un niño huérfano que se crio en una casa hogar los primeros años de su vida y luchó arduamente por salir de la miseria que había conocido desde siempre; porque aunque tuvo suerte al ser adoptado a los seis años, su familia adoptiva no nadaba en dinero y muchas veces fue privado de ciertas cosas necesarias como ropa, útiles escolares o simplemente caprichos de un niño. Y aunque Elías había querido mucho a esa pareja ya grande de edad que lo adoptó, y que ya no existían; Greta murió cuando el tenia dieciocho años por cáncer de estómago y dos años después, Andrés, su padre, había ido en su encuentro, nunca se sintió en casa ni cien por ciento cómodo con ellos, tal vez la edad de la pareja había influido mucho en ello, porque nunca jugaron con él, lo mimaban, pero no podían llevar su ritmo de alegría y destreza por más que lo intentaran.

Un Día MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora