8

26 2 0
                                    

El dolor había aparecido en pleno día de su cumpleaños número dieciocho; sin embargo se lo atribuyó a los nervios de tener hechas sus maletas y un nuevo lugar en el que dormiría esa misma noche.

Había planeado eso en los últimos seis meses; había ahorrado dinero suficiente para estar estable por un par de semanas, hablado con una compañera de la universidad para que la acogiera en su departamento, conseguido una beca para que la escuela no le terminara quitando todos sus recursos y buscado un trabajo en el cual empezaría la semana siguiente.

Todo estaba planeado, sin embargo el dolor la atrasó. Se quedó un poco más de lo planeado en la cama, esperando a que este desapareciera, o por lo menos, bajara. Pero no lo hizo.

Se levantó soportando el inquietante malestar en la parte trasera de su cráneo e hizo lo que debía hacer; irse de la casa de su padre, no sin antes, tomarse un par de pastillas, que no ayudaron en nada.

Cuando llegó a su nuevo hogar, y sin importarle lo sola que estaba en su cumpleaños, se tiró a la cama y volvió a dormir. Al despertar se horrorizó al darse cuenta de que veía todo en blanco y negro, no distinguía colores y el pánico se apoderó de ella.

Fue inmediatamente con un médico, sin importarle gastar el dinero contado que tenía. Sin embargo, fue inútil, cuando llegó a la consulta ya veía con normalidad y tras las prueba, que no arrogaron nada fuera de lo normal, el dolor había desaparecido completamente. Se sintió estúpida. ¿Cuándo había escuchado que alguien perdía de vista solo los colores?

Se fue a su nuevo hogar y siguió sus planes como los tenía previstos, el incidente no se repitió hasta seis meses después, donde hizo el mismo proceso de ir con un doctor y no recibir respuesta. Ya la tercera vez no se alertó tanto y espero a que los colores volvieran y el dolor se fuera.

Desde entonces trató, por medio de su carrera, buscar una respuesta, pero siete años después aún no encontraba nada. Ni con ayuda de prestigiosos médicos que Elías le recomendaba ver lograba darle lógica a su problema.

Así que esperaba ese dolor cada mes, como su periodo, sólo que en diferente fecha. Tenía que soportar dos tipos de dolor al mes y el de cabeza siempre era peor. Lo tenía aceptado, de forma jodida había aprendido a sobrellevar lo que le pasaba y que nadie encontraba solución o cura. Pero ya no lo soportaba, durante el último trimestre eran más seguidos, constantes y duraderos.

¿Cómo apagar un dolor que la consumía desde dentro y era imperceptible para los demás?

Se había obligado a hablar con su padre dos años atrás y preguntarse si a él, o a alguien le familia le había sucedido algo parecido, pero Leandro negó en rotundo y le preguntó si usaba drogas. E insinuó que ese podía ser el motivo.

Lilith salió de esa casa enojadísima e indignada. Eso se ganaba por esperar comprensión por parte de su padre. ¿Qué podía saber él de su dolor si lo había abandonado el mismo día en que este apareció? A veces pensaba que era un castigo por haberlo hecho, luego recordaba que él le había hecho cosas peores y no le había pasado nada, y lo descartaba. Para castigos, él estaba en los primeros lugares de la lista.

¿Había hecho algo malo en otra vida para merecer eso? Su madre le había enseñado a creer en dios y la reencarnación; en los ángeles y demonios, en las almas y espíritus. En la bondad, el amor y el odio.

Rachel de Ellison era una mujer hermosa, carismática e inteligente. Leía muchísimo y estaba interesadísima en los seres míticos que llenaban las leyendas; hombres lobo, hadas, vampiros, elfos, brujos, magos, quimeras... todo lo que para muchos era imposible, para ella solo era intangible.

Le heredó a su hija el don de la lectura y su afición por los hombres lobo y vampiros... afición que desapareció tras su muerte y demasiados libros y películas de estos seres representados como adolescentes hormonarles y estúpidos.

Nadie había sido capaz de captar -según ella- la esencia de un ser sobrenatural de forma... pues natural. Para ella ellos no se desasían de amor a primera vista, no dejaban de matar de un día para otro, no se dejaban controlar tan rápido y lo más importante, no se complicaban tanto y por tan poco, ¿no por ello habían vivido tantos años? Mínimo deseaba que les dieran un poco de lógica. ¿Pero qué sabía ella? ¿Qué sabía nadie? Ni siquiera existían. Su madre había perdido tanto tiempo intentado descubrir algo que diera por hecho la existencia de, por lo menos, un duende, o un lobo meramente parecido a un humano. ¡Qué desperdicio de tiempo! Pero como a ella eso le hacía feliz y la hacía sentir menos sola, Leandro nunca le negó nada ni tuvo corazón ni coraje para decirle que lo que hacía era una tremenda estupidez.

Rachel era ingenua y esperanzada, así que se conformaba con lo poco que su marido quisiera brindarle; una hora al día, un beso cada semana, una sonrisa cada mes, un abrazo cada año. Poco a poco él la iba abandonando y aunque ella pretendía no darse cuenta, su cuerpo y mente lo resentía, por eso enfermo, se evaporó. Por culpa de Leandro y la ausencia que le regaló. Y a pesar de ello su padre tuvo el descaro y el cinismo de llorarla, de sentirse triste y encerrarse en sí mismo. De negarle a ella, su hija, el consuelo que necesitaba y las cosas de su madre. Y con ello negarse él mismo el perdón o comprensión de su hija. Todo era su culpa.

Leandro selló solo su relación con Lilith, y aunque ella lo lamentaba mucho, lo hizo para siempre. Porque ella no se veía capaz de perdonarlo, de volver a decirle papá o incluso, por lo menos, sonreír con él. La había lastimado mucho, y no sólo a ella.

Extrañaba tanto a su madre y sus locas, sorprendentes e increíble historias, que no era un secreto que esperaba ansiosa a que Elías llegara con algún nuevo manuscrito fantástico y se lo leyera a ella mientras él corregía el texto.

Se fascinaba con la imaginación que tenían algunas personas, de la capacidad para crear mundos, seres, contextos, lenguas, expresiones, definiciones y mucho más. Normalmente entre ellos, Elías y Lilith, decidían si la historia valía la pena ser publicada. Cuando el caso era negativo, ella misma se ofrecía para escribir la noticia y agregaba palabras de consuelo. Eran un gran equipo y Lilith amaba el trabajo de su novio, y poder ser parte de esté, aunque nadie lo supiera jamás. Tremendo lío se armaría si se descubría que alguien más de las personas autorizadas leía algo confidencial.

Elías le pagaba su ayuda con besos y caricias, con sonrisas y nuevas aventuras, lo cual era suficiente para ella. Eso y su sola mera presencia. Y por supuesto, la oportunidad de ser parte de algo tan complejo y hermoso.

Jamás le pasó por la cabeza ser escritora; no tenía tal imaginación, pero ahora se planteaba seriamente volver a la escuela a estudiar algo que la llevara al mundo literario; tal vez redactora, diseñadora gráfica, incluso le tentaba la idea de traductora. Ya que tampoco era un secreto que su oficio no la llenaba y solo había cursado la carrera primero por imposición de su padre, y después por orgullo, para demostrarle a él que si podía. Y lo logró.

Sin embargo, dado sus más seguidos dolores, sus planes debían esperar. ¿Cómo estudiar si cada día estaba más inestable respecto a sus dolores de cabeza continuos? ¿Cómo quitarse ese malestar que la había perseguido por siete años y que ahora parecía ser más frecuente y recio a irse? ¿Cómo?

Ya había hecho una cita con un psicólogo, pero la consulta sería la segunda semana de enero y por lo tanto, debía soportar el dolor y esa inquietante incapacidad de percibir los colores cada mañana.

La solución a su problema era más simple de lo que pensaba, pero todo lo que tendría que hacer por saberla u obtenerla, no tanto.

Un Día MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora