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Había recorrido prácticamente medio mundo durante diez años para encontrarla; había cruzado fronteras, problemas y golpes por verla; para comprobar que aún existía y por fin lo había logrado.

Había sido tan difícil, tan cansado y tan abrumador su cometido, que por fin pudo respirar con tranquilidad. La tenía. Siete años después de lo planeado y previsto, y veinte años desde la última vez que la vio, pero parecía no haber consecuencias por el valioso tiempo perdido. No muchas, claro, sin contar los asesinatos «accidentales» que había ocasionado y que habían sido «estrictamente necesarios».

Miró alrededor y sin permiso o remordimiento, se adentró a la casa de donde había visto salir a la hermosa joven minutos atrás. Joder, que hasta él sacrificaría algo muy valioso por estar con ella. Esa piel, esos ojos... ese olor y esa aura. Era irresistible.

Se regañó por sus pensamientos y se obligó a pensar en otra cosa, o de lo contrario, saldría tras ella y no sería bueno o delicado. Y joder, si hacía eso sería hombre muerto, y él valoraba muchísimo su increíble vida. Así que mejor se concentraba en su trabajo y mantenía su libido bajo control, ya después buscaría a alguien para desahogarse.

La casa no era muy grande; era de dos pisos y en la parte baja estaba la cocina, sala y comedor, decorada de forma sutil pero bella, los colores ocres destacaban y los muebles eran modernos y de buena calidad. En la parte de arriba se encontraban dos habitaciones, que una era usada como ático y un baño completo. No parecía faltar nada vital o básico; a pesar de todo le había ido bien a la mujer a lo largo de su vida y la felicitaba por ello, mira que ignorar tremendo lío. O bien era fuerte, ingenua, o lo más probable: estúpida. Llegó a la recámara principal e inmediatamente una carcajada brotó de su garganta al ver la bandera de colores en el techo. Si bien tenía sus años encima, no había vivido en una cueva y sabía lo que significaba.

¡Era lesbiana!

Se dobló en dos ante tal diversión. No podía evitar reír ante la ironía, la sorpresa y tantos medios desperdiciados. Tantos años de espera y tanta gente involucrada. ¡Sí que era estúpida!

Alguien se revolcaría tres metros bajo tierra, literalmente.

El sonido de un teléfono fijo interrumpió su risa y desinhibidamente se acercó al aparato. Esperó a que dejara de sonar e inmediatamente la voz de un hombre llenó la habitación.

—Lilith, tengo una buena noticia —comenzó a decir la voz masculina, la alegría impregnada en ella—. Lo logré. Te veré antes de lo pensado. Salúdame a tu papá y por favor, no seas tan grosera. Te amo.

La voz se cortó y el hombre rompió a reír una vez más. ¿Bisexual, tal vez? Interesante. Moría por decírselo, aunque tendría que esperar, no podía soltar esa bomba así como así, después de todo, él había sacrificado tanto para que ella tuviera otra oportunidad a su lado, no al de otro hombre, o en su defecto, otra mujer.

Tenía tantas ganas de verlo... ¿Hacía cuanto no lo miraba cara a cara? ¿Hacía cuanto lo había traicionado enviándolo a ese lugar, sabiendo que era el momento más importante y decisivo en su vida y existencia? Sería peligroso, lo sabía, se lanzaría a su yugular tan pronto abriera el lugar, pero gracias a esa información podía esperar no recibir grandes consecuencias. Tan pronto como mencionara a la chica él se paralizaría, o al menos eso creía.

Había cumplido su promesa, había tardado más de lo imaginado, pero lo había hecho. No se podía quejar, no era culpa suya que esa chica hubiera desaparecido tan de repente, sin dejar rastro. O por lo menos eso quería pensar, entre más tiempo estuviera encerrado, mas crecía su enojo. Y ya había pasado demasiado, demasiadísimo tiempo para él.

Sin poder evitarlo la simpatía y lástima lo alcanzaron. Pobre hombre, pobre cascara vacía que había vagado sin rumbo ni motivo por años. Pobre ser que sacrificó todo por una oportunidad, una posibilidad de que ella lo aceptará.

Lo que había hecho, aunque su amigo no lo creyera o entendiera, había sido por su bien, el de él y la chica. Chica que, inexplicablemente, había desaparecido sin más y que no había logrado localizar a la edad exacta. Habían pasado siete años, siete años desperdiciados, tratando de controlar a una verdadera bestia y soportando todas las maldiciones que ya habían caído sobre él. Ya no le temía a las palabras, había sido maldecido y ahora pagaba por ello ¿qué más podían hacerle si había perdido todo, incluido el tiempo?

Sacudió la cabeza y alejó esos pensamientos. Era hora de soltarlo, de dejarlo libre y permitirle ver lo que había ocasionado y decidir. Esperaba que el tiempo encerrado le hubiera hecho pensar mejor las cosas y que fuera más sensato con respecto a su futuro. El de todos.

Recordaba cómo había dado con Lilith, esa alma que conoció cuando ella apenas era una niña, una inocente criatura que nunca se percató de que estaba en peligro en plena víspera de año nuevo y que había sido protegida por otra alma atormentada que amenazó con romper cada hueso y membrana de aquel que se atreviera a acercarse a ella. Había sido por casualidad, de hecho se tomó un descanso para su búsqueda, fue un momento extraño en el cual se adentró al funeral de una joven que nunca conoció pero sabía exactamente lo que le había pasado porque él estuvo ahí, mientras cada gota de sangre abandonaba su cuerpo. Sin acostumbrar a ir a los funerales, hizo una excepción porque esa joven le recordó a la hermana que alguna vez perdió. Estuvo entre la penumbra esperando a que comenzará una ceremonia que llevaba años siendo la misma y sin embargo para él no tenía sentido. Estaba tranquilo hasta que la vio, y joder, que se congelaran los infiernos si osaba no reconocerla. Definitivamente supo que era ella, no había cambiado a pesar de todo; del tiempo y el renacer. Del dolor y lo ya vivido en su corta vida.

Desde ese momento, y sólo habían pasado un par de días, la siguió, supo y conoció cada ámbito de su vida; dónde trabajaba, a qué hora, que le gustaba y que no. Pero ahí se cerraba su investigación; ella estaba en una relación y tenía ciertas preferencias... Inusuales con las relaciones.

Sin más, aquel hombre, habiendo cumplido una promesa, una misión, salió de ahí y sonrió al ver que incluso la casa contaba con un pequeño, pero bien cuidado jardín delantero. Ella tenía todo lo que algún día quiso, solo que no con la persona con la que había planeado y que ni siquiera recordaba.

Volvió a recorrer un gran camino para llegar a un nuevo destino. En el cual, presentía, no tardaría mucho. Volvería por ella, con él.

Se reencontrarían después de tanto tiempo y desencadenarían la guerra y la muerte. Estaba seguro.

Las consecuencias habían llegado.

Un Día MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora