7

21 5 0
                                    

El principal motivo por el cual Elías había sacado a relucir el tema de su padre, fueron las fechas, lo sabía. Faltaba una semana para navidad y él pretendía que la pasaran juntos, como cada año. Pero ella no se creía capaz de sentarse frente a Leandro y seguramente su «nueva esposa» en una larga velada donde se suponía, la alegría debía ser el principal ingrediente.

Tal vez sus nervios le fallarían y terminaría vomitando la cena en la fuente central que adornaba el recibidor del lugar, o peor, la verdad frente a todos los importantes invitados.

Se había despertado temprano, temiendo que el dolor de cabeza apareciera, pero para su buena suerte, no lo hizo, y tras aclarar su vista con los colores que brillaban sobre su cabeza, se negó a moverse y dejar la calidez de la cama y del cuerpo desnudo de Elías. En algún momento en la madrugada, él la había llevado en brazos a su habitación, seguramente porque el sofá resultaba muy incómodo. Se acurrucó más contra él y trato de dejar de pensar en su padre y el hecho de que no se había dignado a llamarla desde su cumpleaños, a mediados de octubre, sabiendo que la noticia que había soltado ese día la había destrozado.

Suspirando comenzó a trazar figuras en la espalda de su novio con pereza, pensando en el regalo que tenía preparado para él en la navidad. A pesar de ser un hombre de treinta años, esa fecha le creaba una adorable ilusión que solo veía en los niños que tenía como pacientes. Y ella comprendía que eso se debía a los nulos regalos que recibió en su niñez.

Sin embargo, hablando mucho, él le había confesado que no se lamentaba por la vida que le tocó vivir, porque las situaciones a las que había sido propenso, eran las que habían definido su carácter, metas, principios e ideales. Y ella estaba de acuerdo. Si pudiera definir a un ser perfecto, describiría a Elías de pies a cabeza; su cabello castaño, sus ojos color miel, su piel tersa y blanca. Los lunares en su pecho y sus músculos marcados por el ejercicio que realizaba cada viernes por la tarde, sin falta, junto a un par de niños que corrían con la misma situación que él tuvo años atrás, pero con más suerte, porque tenían a un ángel que los cuidaba y trataba de hacer un poco mejor su vida.

Una sonrisa llena de orgullo apareció en su rostro al pensar en las obras y el trabajo que realizaba su novio cada mes, sin esperar nada a cambio más que la tranquilidad de un grupo de niños que lo adoraban. Elías era un fiel benefactor de la casa hogar donde se había criado, cada mes buscaba a personas para que donaran un poco a su causa, y ese mes no había sido la excepción ni mucho menos, al contrario, él, personalmente, había ido en busca de regalos en tiendas, comercios y lugares que brindaban un poco de amor en esas fechas; había soportado los duros fríos de diciembre y las lluvias inesperadas con tal de regresar con algo para aquellos niños. ¡Su sala y ático estaban a rebosar de paquetes que el mismo se sentaba a arreglar cada noche! Por supuesto ella le ayudaba e irían juntos a entregar todos los paquetes, pero después, después regresarían a su hogar y ella le entregaría su regalo.

Estaba nerviosa pero también emocionada, era imposible que él se enojara por lo que había hecho, al final de cuentas, era una excelente noticia.

Lo tenía todo planeado; incluso la ropa que se pondría, el vino que tomarían, la música que escucharían y como terminaría la noche, pero no contó con que en ese momento el teléfono de su casa sonaría.

Elías se desperezó, siendo el más cercano al aparto decidió contestar y Lilith entrecerró los ojos al darse cuenta que él también había estado despierto por un rato. El joven le guiñó un ojo con picardía y levantó el teléfono.

Su gesto se endureció y miró a la joven con aprensión antes de despegar el aparato inalámbrico de su oreja y decir:

—Es Leandro —y así la ilusión que sentía Lilith por las próximas fechas se esfumó. Pensó en negarse a atender pero la mirada de su novio le rogaba que contestara, que intentara arreglar las cosas, aunque realmente estas no tuvieran solución.

Suspiró y tras hacer acopio de valor y fortaleza, tomó el teléfono y sentó en la orilla de la cama, aun desnuda y sin importarle el frio.

—Hola —saludó e inmediatamente sintió los dedos de Elías que trazaban formas en su espalda, como ella lo había hecho con él minutos atrás. Estaba tratando de tranquilizarla y lo agradecía.

—Buenos días, hija —tan pronto escuchó la voz de su padre, apretó más el teléfono y su cuerpo se tensó. Elías se preocupó—. Te llamó para recordarte que están invitados, como cada año, a la cena que ofrezco por tan maravillosa fecha —continuó Leandro y ella captó la ironía en su voz. Se levantó y caminó con rapidez a la escalera, dónde era imposible que Elías la escuchara. Él no la siguió, pues no quería ser entrometido y crear otra discusión.

—No vengas con eso, ambos sabemos que no iré —dijo con ira contenida—. No después de que no tuviste la consideración de comentarme tus planes, ¿te vas a casar, en serio?

—Sí, me voy a casar, y no sé porque te sorprender tanto —espetó su padre con firmeza, abandonando la hipocresía y el tono dulce que había optado en un principio—. No tengo porque seguir solo.

—Si tienes —habló ella aprendo los puños y dientes—. Deberías hacerlo. ¿Aún no comprender que fue tu culpa? ¿Qué deberías de sentirte mal por como la trataste, usaste y traicionaste?

—Déjate de niñerías, supéralo, fue hace mucho tiempo y ya no puedo hacer nada por ella —Leandro perdió la paciencia, cosa no tan rara—. Quiero que te presentes aquí el veinticuatro por la noche, por mí me olvidaría de ti y te dejaría tranquila pero Tessa quiere conocerte, así que no te atrevas a faltar o ya sabes las consecuencias —amenazó y colgó sin esperar respuesta o réplicas.

Lilith no sabía si gritar de rabia o llorar de pena, ¿Por qué su padre era así con ella? ¿Cómo era capaz de decirle esas palabras tan hirientes para después colgar como si nada? Pero ella tenía la culpa, por no terminar de comprender que no le importaba a su padre. ¿Y para que esa mujer quería conocerla si ni siquiera convivirían? Lilith ya no era una niña y esa mujer ya se tendría que haber dado cuenta de que no frecuentaba a su padre.

Respiró profundo, controló sus emociones y entró de nuevo a la habitación, donde Elías la esperaba preocupado. Se tragó el nudo en su garganta y planteo una sonrisa en su rostro.

— ¿Está todo bien? —inquirió el joven con verdadera preocupación.

—Perfecto —mintió ella y se volvió a acostar a su lado, suspirando—. Hemos hablado y nos ha invitado a la cena del veinticuatro, su mujer estará ahí —agregó en voz baja, temblorosa, ocultando su rostro en el cuello de él.

— ¿Cómo te sientes al respecto? —preguntó Elías tomándola de la barbilla y obligándola a verlo. Necesitaba saber que estaría bien.

—Rara —Lilith trató de ser sincera con él, ya bastante remordimiento sentía por mentirle y ocultarle gran parte de su pasado como para seguir agregándole más leña a la hoguera—. Pero estaré bien, en algún momento tenía que pasar ¿no?

—No te preocupes, yo estaré contigo —dijo él al notar la inestabilidad y vacilación en las palabras de ella. La amaba tanto que odiaba verla así, pero sabía que tampoco podía evitar que tuviera sus asuntos y problemas personales—. Tal vez no sea tan malo —comentó y ella asintió en su pecho.

—Tal vez —repitió la joven y deseó que así fuera, aunque una parte de ella sabía que todo sería un desastre. Y no se equivocó.

Un Día MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora