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Por fin. Por fin había llegado; la había encontrado. La alegría de este hecho se mezclaba con el enojo, porque lamentablemente era demasiado tarde. Maldijo para sus adentros en todos los idiomas que conocía mientras su mano derecha, dentro del abrigo que portaba, acariciaba la joya que pertenecia a Lilith. 

Esa joya en sus manos representaba muchas cosas importantes. Buenas y malas.

Entre las buenas estaban: quién fuera la criatura que había estado en la casa de Lilith, se había ido con las manos vacias y no había logrado su objetivo; con él la joya estaba segura y podría volver con su dueña. Y la más importante: tenía la oportunidad de revertir el daño en la salud de Lilith.

Las malas: la criatura podría volver, aquella y quién sabe cuantas más, pues el amuleto era un faro para todo aquel ser deseoso de una oportunidad. Lo que resultaba en estar expuesto ante todo mal y él no se encontraba en optimas condiciones para luchar. Años de encierro lo mantenían frágil y con sus habilidades muy malas.

La joya, el amuleto era el faro y él la luz.

Cientos de criaturas sabían de él, de Lilith y su historia. Cientos lo asociaban con aquella joya en las manos. Cientos lo matarían sin parpadear para obtenerla.

—¿Qué piensan hacer? —le preguntó su fiel acompañante, amigo, Eliot. Podía culparlo a él de este maldito hecho e infortunio pero hasta cierto punto, lo comprendía. Odiaba la decisión que había tomado su mejor amigo sobre su vida, pero también había comprendido en años de encierro que había estado haciendo las cosas mal. Había acosado a una familia, a una niña que debía de vivir antes de saber lo que su sola existencia representaba. Había estado ansioso por tenerla en brazos que había olvidado que su tiempo no era igual y tenía que esperar.

Eliot lo había tenido cautivo por veinte años, al principio, por cautela y precaución, después, por pánico porque la había perdido de vista. La mujer que ahora se hacia llamar Lilith en su infancia era Olivia. Y Leandro era conocido por Maximo.

Eliot y él no descubrían porque fue el cambio de nombre, pero lo asociaban al trabajo del hombre.

La única manera de reconocer a Lilith era por su aura o por el collar en sus manos. Y su amigo la había encontrado por la primera. Siete malditos años después del tiempo estipulado, lo cual era una putada.

Pero no podía hacer las cosas solo y a pesar de todo Eliot era la única persona en la que confiaba a tal grado, además de ser el único que no había intentado cazar a su mujer tan pronto como conoció la historia.

Suspiró y miró el cielo. Faltaba muy poco para que amaneciera y el alba acentuaba el frío clima. Habían pasado la noche ahí, cuidándola. Ambos estaban en la cornisa del hospital dónde Lilith yacía en una cama inconsciente.

Desde arriba se podía ver la modernidad que se había perdido, habían cientos de luces y adornos de navidad que él nunca podría haber imaginado cuando era un niño. La infraestructura era increíble. Él no había nacido ahí y realmente si había pisado esas tierras en algún momento, no lo recordaba. No recordaba mucho, ni quería hacerlo. El único tiempo importante para él era el que había vivido al lado de Lilith.

—Estoy tratando de recordar el maldito pacto pero no puedo... —dijo tras soltar un suspiro quejumbroso.

Solo le faltaba golpear su cabeza contra un muro de concreto para ver si así la información revivía en él. 

Años, fueron años de locura y embriaguez en los que se sumergió después de su muerte. Décadas en las que nada importó, nada que no fuera sangre y pecado.

Se maldijo cientos de veces por el pasado, por el instinto que no pudo reprimir por culpa de dolor. Años perdidos que hicieron olvidarse los detalles más importantes de aquel trato que ahora debía recordar para hacer que todo aquel embrollo valiera la pena.

Lo único nítido de aquellos días de búsqueda frenética por aquel ser, era la última noche al lado su amada. La última oportunidad de arrepentise.

—Estamos atrapados —habló Eliot exteriorizando sus problemas y sacándolo de sus pensamientos —. No podemos dejar sola a Lilith, ahora que no tiene el amuleto con ella, esta desprotegida. Cualquiera podría hacerle daño. Por otra parte, debemos buscar ayuda. Debemos encontrar a la mujer con la que hablaste.

—Lo sé —habló con voz lúgubre. Quería ser la persona que protegiera a Lilith pero sabía que no podía hacer dos cosas al mismo tiempo, no cuando ambas eran igual de importante.  Además él era uno de los pocos que quedaban con vida que fueron capaz de encontrar alguna vez a Calíope y convencerla de ayudarlo.

Y según las palabras de aquella misteriosa mujer,  una vez cerrado trato con ella, tendrían contacto para siempre.

Pero no recordaba cómo sería ese contacto exactamente. Poco o mejor dicho nada se sabía de esa mujer y el único hecho certero que se sabía de Calíope era que siempre estaba en movimiento y de hecho él había intentado buscarla al rededor de cuatro décadas atrás, sin resultado. ¿Qué le hacía pensar que buscarla ahora sería más fácil?

Mientras el amuleto se encontrará cerca de Lilith ella no corría riegos, por lo que entrar a su habitación y dejárselo fue su primera opción, sin embargo no había manera de pasar desapercibido con las molestas cámaras de seguridad y el acceso restringido a la habitación de ella. La profesión de su padre era el culpable de tal grado de seguridad.

—Quédate aquí —habló después de pensar mucho. Le dolía a nivel corporal esa decisión pero era lo mejor. Ya habían estado separados por tanto tiempo que un par de días no tendrían que doler tanto, ¿o sí? Además ella no tenía oportunidad de despertar sin su ayuda—. Yo iré a buscar a Calíope. Te estoy confiando por segunda vez a la persona más importante en mi vida. A la única. Prométeme que no...

No pudo terminar de hablar. De pronto las luces blancas que rodeaban el edificio se apagaron.

Fueron diez segundos, tanto Eliot como él tardaron diez segundos en reaccionar.

En diez segundos el edificio se lleno de luces rojas de emergencia.

Poco después ellos llegaron frente a la puerta restringida donde estaba Lilith.  O debería estar, porque la cama estaba completamente vacía.

Un enorme hueco que solo podía ser miedo se instaló en su pecho y estómago. Fue como si lo golpeara un auto. Las luces rojas parpadeaban y personal trataba de controlar a los pacientes críticos, pues la falta de luz era crucial en un hospital. En un minuto exactamente se había desatado el caos.

Eliot vio el miedo en sus ojos y lo tomó de los hombros con fuerza para que lo mirara directamente.

—Tranquilízate, puede estar en otro lugar. Deben de estar haciéndole todo tipo de pruebas.

Su amigo desapareció tan rápido como terminó de hablar, las cámaras deberían haber dejado de funcionar y su amigo aprovecho este hecho. Debió de haberla ido buscar por toda habitación del lugar. Agradecía el acto, pero sabía que era inútil. Él lo sentía, ella ya no estaba cerca. Se la habían llevado.

Y él no había podido hacer nada estando a un par de metros de distancia.

Se odió tanto.

La ira recorrió su cuerpo de forma vertiginosa e incapaz de estar ahí y ver la cama vacía como prueba de su ineptitud, se fue.

Ahora más que nunca tenía que encontrar a Calíope,  era una circunstancia de vida o muerte y no podía perder el tiempo.

Cuando Eliot volvió él ya no estaba. 

Dos horas después Leandro Ellison recibió una llamada del hospital dónde su hija había pasado la noche. Era el director del lugar.

Lilth había desaparecido. Y eso no era lo peor.

Cuando recibió el diagnóstico de su hija se doblo en dos de miedo e ira.

La buscaría por cielo, mar y tierra.  Y quién se la hubiera llevado pagaría por ello.

Un Día MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora