Un par de idiotas

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—Entonces, ¿qué más quieres saber? No creo que me invites un café sólo para cuestionar mi comportamiento de... bueno, todo el día.

Nathaniel chasqueó la lengua.

—Tienes mucha razón.

Adrien apoyó un codo sobre la mesa, y luego su cabeza sobre su mano. Su atención estaba exclusivamente en el pelirrojo. El otro hombre estaba mirando su taza de café como lo más interesante en el momento.

— ¿Qué ha sido del Adrien que yo conocí?

Eso no se lo esperaba.

— ¿Eh? Lo dices como si no fuera el mismo.

Por como lo dijo, Nathaniel sospechó que intentó bromear sobre aquello. Se mordió la mejilla interna.

—No lo tomes a mal, pero creo que todos cambiamos.

—Presiento que no te refieres sólo a lo físico.

Los ojos de Adrien se fueron al cabello algo alborotado, pero aún sostenido en una coleta, del otro.

—No. Quiero decir, sí, hemos cambiado físicamente, es lógico, hemos crecido. Pero también maduramos, vivimos cosas nuevas y nos olvidamos de otras que nos importaban antes.

Nathaniel no pudo haber optado por mejor oportunidad para tomar otro trago de su café. Le siguió sabiendo aún más amargo, a pesar del azúcar extra que le había echado. Esa era una clara referencia a Adrien o a él mismo.

El rubio no supo con cuál de las dos opciones quedarse.

—Si lo pones así —dijo Adrien con un tono pensativo—, parece que ha pasado una eternidad.

El del ojos esmeraldas sonrió algo cansado, como si el peso de los años le cayera sobre los hombros. Desvió su mirada verdosa a su propia taza y pensó en esos nueve años. Pensó en lo que había pasado.
Pensó en lo que él había vivido, en todo lo que había cambiado.

Nathaniel creyó por un momento que se trataba de otro chiste de su parte. Por el rabillo del ojo vio el pequeño decaimiento del contrario. Su mordida se hizo más fuerte.

A penas le volvía a encontrar y ahora estaba sentado a su lado, pero no podía hablar bien y seriamente sobre lo que le carcomía desde su separación. Nathaniel tenía miedo, miedo de verdad de descubrir que Adrien le había olvidado.

El rubio no estaba mejor.

Se mantuvieron un momento en silencio, escuchando con poca atención realmente algunas palabras que intercambiaban el par de hermanos en otro lado de la casa.

—Muy bien, entonces volvamos a conocernos. Yo primero, me llamo Adrien Agreste tengo 27 años, y soy modelo en la compañía de mi primo porque de alguna manera me convencieron. —Nathaniel sabía que era una broma bastante mala, sabía que no debía reírse para no seguirle el juego. Pero se rió, y toda la seriedad del momento se fue al carajo.

—Eres un idiota.

—Como tú digas.

En realidad no se habían sentado tan lejos, tal vez una silla entre ellos y ya. Si alguno de los dos decidía extender su mano alcanzaría la del otro. Para sorpresa de Adrien Nathaniel dio ese paso. Aunque el último acabó por entrecruzar sus dedos. Se miraron, y no vieron desacuerdo en el otro.

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