Oh, París...

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Oh, París, ciudad del amor, ciudad de artistas reconocidos, ciudad de la alta moda...

<<Ciudad de un frío tremendo>> pensó un pelirrojo al sentir una brusca brisa remover sus cabellos y erizarle la piel. <<París que no extrañaba nada de ti>> siguió con su diálogo interno al adentrarse en una calle.

El adulto pelirrojo sostenía bolsas de compra contra su pecho. Había unas brisas, bruscas y frías, que le erizaban la piel, en conjunto con la delgada lluvia que complicaba su camino a la casa al final de la calle.

Y ahí se encontraba Nathaniel, volviendo a caminar por esas calles. Hacía tiempo que no estaba en su ciudad natal, París. Pero tuvo que volver por el simple hecho de que se había enterado que la que fue su vecina, y prácticamente una abuela para él, estaba enferma. Él había salido a hacer las compras para no causar problemas en la casa por su presencia, lástima que no hubiese checado el clima antes de salir.

Cuando llegó a la puerta de entrada tocó el timbre. Si pudiera él mismo la abriría, pero, no tenía las llaves de la casa ni las suficientes manos para abrir la cerradura. Unos minutos después el crujir de la madera cercana a la puerta se hizo presente, para dar paso al chasquido del cerrojo al abrirse y la puerta rechinar mostrando una figura femenina; Mireille Caquet*, una pequeña y sonriente chica que le hacía como la enfermera de su madre, fue a recibirlo.

—Oh, así que ya estás de vuelta —dijo dándole una sonrisa. Le abrió paso para que entrara a la residencia—. Qué alivio que no tardaras mucho más.

Nathaniel cruzó el umbral con rapidez, si seguía ahí fuera con el frío y las compras... bueno, por ahora sus brazos ya le habían empezado a doler. Inmediatamente después de que el joven hubiese pasado, la enfermera, cerró la puerta, asegurándola. La joven enfermera volteó y extendió los brazos, así recibiendo, por lo menos, la mitad del cargamento que traía Nathaniel.

—Está horrible allá fuera —comentó el pelirrojo quejumbrosamente.

—No del todo. En realidad ha estado muy tranquilo —respondió la chica.

La cara que el pelirrojo acabó por sacarle una carcajada.

— ¿Tranquilo? ¡Estoy completamente empapado! —exclamó. Y era verdad. La lluvia, a pesar de que las gotas eran delgadas también eran demasiadas, acabaron por empaparlo.

—Será mejor que dejemos esto en su lugar —dijo la chica, cambiando rápidamente de tema. No obstante siguió riéndose por lo bajo.

La joven de cabello corto avanzó dirigiéndose a la cocina. Y, unos pasos atrás, Nathaniel la siguió con una mueca en el rostro. Casi como si refunfuñara.

La casa era promedio, así que no tardaron tanto en llegar. Al entrar, Mireille rodeó la mesa central, así dirigiéndose a las superficies de los gabinetes. Dejó las cosas ahí y comenzó a ordenarlas en su lugar. Algo parecido hizo Nathaniel. El pelirrojo dejó la parte que tenía en la mesa y sacó las cosas de las bolsas de tela. Pero de ahí no se movió. ¿Para qué mentir? Ya no sabía ni dónde estaban los cubiertos.

— ¿Necesitas ayuda? —preguntó la chica amablemente.

—Eh, sí, por favor —murmuró haciéndose a un lado.

Mireille se volteó y se acercó a las cosas que el pelirrojo habías sacado de las bolsas.

— ¿Sabes qué? Mejor vete a cambiar —le dijo la enfermera—. Estás todo empapado, y es mejor no tener aquí a dos enfermos —bromeó la chica. Aunque fuese algo sorprendente, Nathaniel rió un poco. Porque tenía razón, mejor era no enfermarse también. Ya era suficiente con la señora Tournon, que estaba soportándolo todo. Sí, humor negro.

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