Epílogo

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Tres años después...

A Nathaniel le gustaba el otoño, mucho más que el verano o la primavera. El otoño era frío en temperatura pero cálido en colores. Era dos cosas opuestas, era un inicio y el pronóstico de un final. Era la transición de un estado a otro. Por eso le gustaba el otoño.

Nathaniel escuchaba a Gustave jugando en el jardín, su risa era seguida por la de otros niños. A Gustave le gustaba mucho tener un jardín, mucho más que un microscopio con el que ver muestras de bichos que sus amigos atrapaban. Era un hobbie que Nathaniel no entendía, pero lo dejaba ser.

El 'clac clac' del metal al ser golpeado por una varilla de madera era producido desde el suelo de la sala, donde Brigette aporreaba una marimba miniatura con sus batutas. A Brigette le gustaba mucho el sonido metálico de las teclas, mucho más que correr por la casa siendo perseguida por su hermano mayor.

Al nada melódico ruido se le unían las teclas de Rachel cuando escribía en su computadora. A Rachel le encantaba Paris, mucho más que Boston o Wisconsin. Seguro estaba terminando uno de sus cuentos para el libro infantil que creaba con mucho entusiasmo para Brigette, su ahijada. O si no hacía eso seguro le contaba a Connor sobre lo guapa que era su vecina Elize. Intentaba convencerlo en que viniera a visitarles y que saliera en una cita con ella.

Nathaniel supo que el tiempo de espera había terminado cuando la puerta de entrada se abrió.

A Nathaniel le gustaba el otoño porque era su aniversario con la persona más heroica del mundo.

Adrien llegó cargando a Gustave, aunque el pequeño ya no fuese tan pequeño, mientras que el pelirrojo se quejaba porque evitaba que fuera a jugar con sus amigos. Gustave estaba con tierra en los zapatos y las calcetas. Adrien estaba como siempre impecable.

Nathaniel fue a saludar a su esposo con un cariñoso beso en los labios mientras escuchaba las quejas de Gustave y sus amigos, el insistente tintineo de Brigette y las teclas de Rachel.

—Suéltale, pobrecito.

Adrien se rió y dejó ir al pequeño. Gustave se escabulló por la puerta de entrada y volvió a ponerse a jugar. Desde que vivían ahí y Gustave asistía a una escuela cercana había hecho muchos amigos. Esa era otra cosa que le gustaba a Nathaniel.

Adrien volteó a verle, sonriendo aún. Se había ido a atender algunos asuntos con Chloé y Sabrina, al final la muy cabeza de chorlito se había disculpado. Y siempre que regresaba a casa estaba ansioso por ver a Nathaniel. Le dio otro beso, le abrazó desde las caderas y lo acercó hacía sí. Cuando se separaron Nathaniel mordió juguetonamente la nariz rubio.

—Hola —le saludó en un susurro.

—Hola.

— ¿Cómo te fue?

—Bien. Fueron algunas discusiones, pero ahora todo está resuelto.

—Me alegro.

Adrien se separó un poco, para ver sobre la cabeza de Nathaniel a la niña que dejó de hacer ruido un momento. Sonrió aún más, besó la frente de Nathaniel y fue a por la niña.

—Se la ha pasado golpeando el instrumento. —Explicó Nathaniel siguiendo de cerca al rubio.

—Deberíamos enseñarle música.

Adrien se sentó frente a la infanta. La niña le aventó la batuta y se carcajeó cuando golpeó al rubio en el pecho.

—Está muy pequeña aún, apenas tiene dos años.

Nathaniel intentó no reírse con su segunda bebé, pero era inevitable. Adrien comenzó a sobre actuar en el momento, como si eso hubiese sido de lo más doloroso.

—En un año. Hay academias que reciben niños de tres años en adelante.

Rachel salió de la cocina, con una sonrisa. Nathaniel se alegraba de que ella se hubiese quedado en Paris, con ellos, después de todo era uno de sus sueños. Tomó clases de francés, y después de un año y medio le parecía mucho más sencillo, aunque se le notaba por el acento que era extranjera.

—Lo pensaré —dijo Nathaniel al sentarse en el sofá.

Adrien se puso a jugar con la pequeña, en el suelo. Rachel se encogió de hombros y volvió a la cocina.

—Vale.

A Nathaniel le gustaba el otoño porque era un mes tranquilo, mucho más que diciembre, porque el ambiente le inspiraba para pintar, porque su vida parecía llenarse de colores más brillantes, porque veía a Adrien lo suficiente para saber que no había cometido un error.

La pequeña rubia estaba muriendo a carcajadas que eran producidas por su padre, y su otro padre les observaba. Brigette era otro rayito de sol en sus vidas.

Nathaniel nunca entendería la magia, pero sentía las emociones que le embargaban en cada momento de su vida. Nathaniel sabía que había conseguido lo que siempre había deseado sentir sin importar qué, la calidez de un hogar completo y el amor incondicional de una pareja.

A Nathaniel le gustaba mucho su vida, mucho más cuando estaba su familia con él.

Corto ya sé, pero es el final, y siento que soy mala con los finales so me quedé sin palabras. Oh, y ya sé que les había preguntado sobre cómo actualizar para acabar esto, pero no lo pude evitar. Ya tenía que acabar.

A todos los que siguieron esta historia desde el inicio les agradezco de todo corazón su paciencia de cada semana (o hasta de mes), y a los que no también. Les agradezco a todos ustedes cada voto, leída y comentario, me han animado mucho para continuar escribiendo, para darles un poquito de mí y mis ideas. En serio a todos ustedes gracias por estar aquí. ❤️❤️

Deseo que hayan disfrutado de mi historia como yo disfrute de hacer cada parte. Qué tengan lindo año, chicos, esfuércense por cumplir sus metas y seguir adelante. Creo que las cosas vienen y van siempre, pero si les dan una segunda oportunidad jamás la dejen ir, puede que les traiga bastantes ricas experiencias.

Ahora sí ya no volveré a escribir de esta historia, en serio. No tercera parte, perdonen. Aunque no dejaré de escribir, y menos de esta pareja. Tengo varias ideas aún, denles una oportunidad como se la dieron a ésta y a su inicio.

Nos vemos chicos, aunque no sea en esta historia, sí en las que aún me falta por contarles. 😁

Nos vemos.👋😉

Bye bye.😘

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