Oh, contrastes

1.6K 136 4
                                    

Marinette tenía el ceño fruncido hasta más no poder, cruzando los brazos y haciendo una mueca con sus labios también, se mantenía como una estatua después de escuchar atentamente a la noticia de Alya.

— ¡Estás de broma! Ah, ah, ¡es imposible!

—Lo dices como si lo hubieras visto morir en tus brazos —se quejó Alya al dejarse caer sobre el respaldo de la silla giratoria.

—No lo vi morir en mis brazos, pero sí desaparecer sin dejar rastro, como todos los demás —rezongó Marinette, sentada en la mesa alta y larga donde anteriormente Alya se había puesto a hacer sus entrevistas.

La morena bufó, ¿por cuánto tiempo tuvo que escuchar eso? Bastante. Hasta ella había concordado varias veces. Nueve años atrás... Pero no tenía tiempo para andar divagando sobre su adolescencia.

—Y sólo por eso crees que no puede ser un buen compañero.

Alya pareció leer la mente a Marinette, porque justo eso estaba pensando.

—Alya, te aprecio mucho y tal pero te lo tendré que repetir: Yo. No. Tengo. Compañeros.

Marinette firme y terca se negaba a tener compañeros, nada nuevo ni sorprendente. Alya rodó los ojos. <<De nuevo con eso>> pensó la morena fastidiada.

—Dale una oportunidad —pidió, intentando de nuevo—. Como lo hiciste con Chang Feng hace unos cinco años.

—No se llamaba Chang Feng, era Yuo Takamura, y no le di una oportunidad porque quisiera, sino porque me obligaron, y ni siquiera duró. Ellos no me soportan y yo no los soporto.

La mujer de cabello negro suspiró, exasperada. Era suficiente. Había discutido sobre un compañero tantas veces con su amiga, con Félix, hasta con Chloé, y eso que solamente hablaban sobre limitados temas de trabajo y no sobre si podía soportar a una persona para que muy probablemente arruinara sus proyectos.

—Pues ésta ya no es una proposición, Marinette. Somos un par de adultas discutiendo como niñas de siete años sobre quién le robó a quién su dulce. Felix Felicis ha decretado qué va a pasar, ahora lo único que necesito es que seas amable con él y le expliques qué ha de hacer. —Se levantó de la silla, y decretó con voz firme. Su mirada, siempre amistosa y cálida, se volvió bastante dura al estar directa en los ojos azules de la de cabello oscuro, que intentaba pobremente contener sus comentarios.

—Nunca ha trabajado en algo que tenga que ver con ropa directamente, ¿verdad? —Podría estar rendida, podría comenzar su resignación en ese preciso instante, sin embargo, eso no hacía que sonara menos a una burla hacia el mismo mencionado implícito.

Alya se encogió de hombros, que bien podría significar que no le iba a revelar los secretos que llegó a sacarle de esos nueve años, aunque también desvió mirada, entonces eso le daba a entender de que en realidad no tenía ni idea.

—Al parecer no. Tiras cómicas, ilustraciones para libros, hasta algo de diseño para productos, tiene un currículum algo variado, no obstante eso no abarca la parte de moda.

—Si tiene un currículum así, ¿cómo es que permitiste que entrara? No. Más bien, ¡¿cómo el jefe dejó que entrara?! —El comentario parecía tan escandalizado por sí mismo que no hizo falta que Marinette subiese más la voz (en realidad hizo lo contrario estuvo a punto de decirlo entre dientes).

—Felicis tendrá sus razones —Alya intentó decirlo como si ella misma no tuviera razones, como si todo fuese parte de aquella mente fría y calculadora que pertenecía a su jefe.

<<Y tú las tuyas>> pensó Marinette antes de darle la espalda y salir de ahí bastante molesta. ¿Darle una oportunidad a un compañero no deseado? ¡Por favor! Y no cualquier persona, sino que se acababa de enterar que aquella melena pelirroja que apenas había captado pertenecía a más ni menos que Nathaniel Rêveur. ¡El maldito Nathaniel Rêveur que había desaparecido nueve años atrás! Nathaniel desaparecido Rêveur. ¡Bravo! ¡Perfecto! Ahora tendría que lidiar con el que dejó atrás su vida, atrás a sus amigos y atrás a quién más lo quería en el mundo. ¡Ese Nathaniel! << ¡Mejor se hubiese quedado en su maldito agujero de conejo! >> exclamó en su interior, iracunda. Y no porque sería su compañero, sino lo que significaba su regreso. Nathaniel en este momento no podía ser más que las palabras: ¡DESASTRE INMINENTE! Enmarcadas y brillando sobre el edificio entero, sobre sus cabezas, sobre sus corazones.

Diseños pasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora