Inicio del final

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Ese día, pero más temprano...

Los días anteriores Nathaniel había tenido que llegar más tarde del trabajo para acabar de atenderlo todo. Y de un momento a otro dejó de ver a Adrien por ahí. Le dijeron que estaba en sesiones de fotos, y algunas otras pruebas más. No supo cómo responder acertadamente a eso, así que no agregó nada, aunque en su interior le hubiese gustado seguir observándolo mientras se cambiaba.

El trabajo se hacía menor, pero era igual de estresante. Tenían que terminar ya, tenían que reparar algunas cosas, y luego se pasaría todo a la siguiente etapa. Faltaba realmente poco para terminar. Cuando él ya no tuviera que coser nada, sólo se quedaría a supervisar los primeros días el "procesamiento en masa". Como no le entusiasmaba pensar en eso simplemente se dirigía al asunto como algo rosando a lo técnico. Una semana después de que se hiciera la presentación de la nueva colección, determinadas tiendas abrirían sus puertas para darle a los clientes el acceso a las nuevas prendas. Y ahí todo se terminaría, posiblemente, para él. No sabía cómo sentirse con eso.

No esperaba ansioso el retirarse de esa empresa, pero tampoco era como si le agradasen todos los días que estaba dentro de ella. Lo bueno era haberse encontrado con algunos de sus viejos compañeros de clase. Aunque en un inicio le trataron mal, seguía sin entender el porqué (a ninguno de ellos le hizo algo como para que le guardaran rencor), las cosas parecían irse calmando día con día. Y ya en ese punto avanzado estaba todo bastante bien... en comparación a lo que pudo haber estado si hubiesen continuado enojados. Pero cuando Nathaniel se fuera de la empresa, ¿se empeñaría él en mantener contacto? Bueno, les separaban miles de kilómetros de agua y algo de tierra, junto con seis horas. ¿Él estaba dispuesto a conservarlos como amigos aún cuando regresara a casa? Posiblemente no. Igual nunca fue bueno haciendo amigos.

El estado de su querida abuela postiza había empeorado, después de esa repentina mejoría cuando hubo más gente en su casa. La muerte se cernía sobre ella como un buitre en espera de la carroña. Y eso no podía ser más literal. Nathaniel se sentía mal cada noche que le decía como le había ido, intentaba actuar que en todos los días le iba bien, mentía diciendo que no estaba cansado y que le alegraba estar ahí con ella. Sin embargo lo repetía a diario aunque no fuese cierto. Cada día le suplicaba a su hijo y a los hermanos que la atendieran perfectamente, que intentaran subirle el ánimo y que si pasaba algo le llamaran de inmediato. Pero Nathaniel ya la veía en un ataúd. Hacía tres días que no hablaba, ni una sola palabra pronunciaba, y dos noches atrás tuvo un fallo respiratorio, casi pasaba a la otra vida. Afortunadamente (o tal vez no tanto) Mireille estaba ahí. Fue como un milagro. Sin embargo ya era claro que su último día se acercaba a pasos agigantados.

Lo que odiaba de la muerte era que siempre le dolía a los demás y no  tanto a la persona que concretamente moría. La muerte le parecía egoísta. No quería que su hijo viviera esa pena conscientemente tan pequeño. No era como cuando tenía dos años, apenas despierto en el último funeral al que habían asistido.

Al menos el trabajo lo distraía de eso unas cuantas horas. Nathaniel debió de haberlo enfrentado solo, o eso se decía cuando era consciente. Se sentía nervioso al llegar a casa y encontrar ahí a su familia, cada vez más apagada. El final parecía acercarse amenazador en apagar todas las luces de su vida.

—Vaya que no has dormido nada bien, ¿eh?

Nathaniel levantó la cabeza de su trabajo. Su cuerpo ya hacía la mayoría en automático, no tenía que pensar para acabar de arreglar algo que había hecho varias veces. Su mente volvió a su presente y dejó las penumbras caer en el fondo de ella. Sus orbes turquesas enfocaron no a una tela blanca bajo una máquina de coser, sino que un abrigo verde que envolvía un torso perteneciente a una levemente preocupada Marinette Dupan-Cheng.

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