... aunque hay quien no lo entiende

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Horas más tarde Nathaniel llegó a la casa de su anciana y antigua vecina con una tinta pero bastante grande sonrisa. Pasó por el umbral y cerró la puerta de entrada detrás de él. Con un alegre, y hasta cantarín, tono anunció su llegada.

Rodeando la mesa de la sala se encontraban los otros habitantes temporales de la morada. El par de hermanos de cabellera castaña estaba con cartas en las manos, atentos a su juego. Gustave, se encontraba dormitando sobre los muslos de la dulce Mireille. Mientras que la enfermera le acariciaba los cabellos rojizos con bastante calma. Al Nathaniel aparecer en el lugar, todos voltearon a verle (por excepción clara del más pequeño de todos).

—Oh, miren quién ha vuelto por fin. —Ni por el tono algo ácido con que Rachel pronunció esas palabras a Nathaniel se le fue la sonrisa.

—Hola a todos.

—Oh, Nathaniel, tienes la nariz completamente hinchada.

— ¿Ah, sí?

Rachel y Connor encorvaron una ceja, sospechando del comportamiento del pelirrojo mayor. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué no se daba cuenta que eran las doce de la noche y que había estado lejos y sin llamar por todo el día? ¿Y esa sospechosa sonrisa en sus labios? Parecía un idiota.

—Muy bien, Nathaniel —pronunció el nombre con mucho cuidado, como si le estuviese advirtiendo algo de manera algo censurada. Rachel dejó su mano de Cartas sobre la mesa, mostrando su contenido y una perfecta jugada. Connor bufó al verse derrotado de manera involuntaria por décima vez—. ¿Qué demonios te ocurre? ¿Siquiera sabes qué hora es?

La castaña se levantó de su asiento, su ceño algo fruncido y su tono rozando al regaño de cualquier madre preocupada.

—Ay, Rachel, no te preocupes, yo estoy bien. Todo está bien. Te lo aseguro.

— ¿Estás drogado?

Nathaniel evadió a la joven chica que iba tomarle la cara entre sus cuidadas manos y a checar su temperatura, y de plano también comprobar que no se hubiese emborrachado.

Rachel le lanzó una mirada algo molesta a Connor. Claro, en su lenguaje de familia "secreto" significaba: ¡Déjame hablar a mí, alcornoque! Connor se encogió de hombros, y Nathaniel se sentó a un lado suyo en el sofá. El pelirrojo rio tonta y tardíamente.

—No estoy drogado, a menos que la felicidad sea una droga. Pues así no quiero que me desintoxiquen.

—Estás...

—Como una cabra. —Completó Connor completamente confundido. ¿Qué había estado haciendo ese pelirrojo para estar tan feliz pero también con la nariz así de hinchada y roja?

— ¿Qué acaso ya no vale la pena preocuparse por dónde y con quién estás? Nathaniel, es casi la una de la madrugada y no fuiste capaz de hacer ni una sola llamada para avisar dónde estabas o si estabas bien. ¿Qué acaso te fuiste a emborrachar a un bar y te peleaste con alguien?

La preocupación no pareció alterar la alegría del pelirrojo, es más le divirtió en cambio. Nathaniel se rió claramente alegre.

—Oh, Rachel, en serio no me pasó nada. Lo siento, pero mi celular murió.

Para reafirmar ese último punto sacó de su bolsillo trasero un prima rectangular bastante delgado y de color negro. Pulsó el botón central, pero no sucedió nada.

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