|| Seis ||

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—¡Vamos, Harry! —gritó su padre mientras trotaba a un lado de él.

—Yo... Yo te alcanzo —contestó mientras se recargaba en un árbol para descansar y tomar algo de aire.

—Oh, vamos, ¿ya te cansaste? —se burló James Potter mirando a su hijo.

—Ah, créeme... si tú... si tú llevaras las vueltas que yo no... no dirías nada —balbuceó sentándose en la tierra mientras levantaba la cabeza para que el aire le refrescara con más facilidad el cuello.

—Exagerado —acusó el mayor parándose frente a su hijo—, ¿cuántas vueltas llevas?

—Treinta.

James miró a su hijo con el ceño fruncido.

—Vaya, que aguante tienes —murmuró empezando a trotar otra vez—... ¡Nos vemos en la casa!

Harry bufó viendo al alfa irse para salir del bosque. Su padre a penas llevaba dos vueltas y ya se creía la gran cosa. Puso los ojos en blanco. Severus tenía razón, el estúpido de Potter era un presumido total... Alto, detente ahí, ¿quién carajos era Severus?
Cerró los ojos para poder concentrarse. No había nadie llamado Severus en la manada, pero él estaba totalmente seguro de que conocía a un Severus, y que éste odiaba mucho a su padre.

Negó con la cabeza quitándose la idea de la mente y se paró deteniendo su actuación, por Merlín, su padre sí que era fácil de engañar. Miró hacia arriba, a la rama más gruesa de árbol y saltó hacia ella, dándose un impulso con su magia para poder alcanzar la rama. Una vez ahí miró por toda la longitud para poder encontrarse con la pequeña caja, la cual tenía un pequeño moño negro en ella, resaltando con el blanco del cubo.

La única vez que podía salir de casa sin estar constantemente vigilado -porque sí, parecía estúpido, pero no lo era- era cuando salía a correr, no muchos podían seguir su paso, así que simplemente Dumbledore lo esperaba en el lugar del entrenamiento, aunque dicho entrenamiento sólo era correr. No sabía porqué eran así solamente con él, tal vez se debía a la profecía, tal vez sólo le tenían miedo, ¿qué más daba?  No podía hacer nada para cambiarlo.

Encogió la caja para poder guardarla en su bolsillo y, una ver hecho, saltó de la rama para seguir corriendo las dos vueltas que le faltaban y llegar temprano a casa.

Y así lo hizo. Dumbledore le felicitó por haber hecho un récord nuevo, para luego decirle que el próximo día serían cuarenta vueltas. Harry casi lo maldijo en ese momento, pero decidió no darle importancia y dirigirse a su casa fingiendo tranquilidad, si sus pequeños espías se daban cuenta que estaba apurado sospecharían que algo pasaba, y no quería tener una charla con el amable abuelo de Dumbledore.

Al llegar a su casa no tardó en correr hacia su habitación y cerrar su puerta tras él. Miró su despertador como era de costumbre y suspiró al saber que, por primera vez, había llegado temprano. Muy temprano. Se metería a bañar y esta vez no se le olvidaría su ropa.

Cuando salió del baño no tardó en tirarse en su cama mientras observaba la caja en sus manos. La abrió con cuidado y sacó un pequeño brazalete, muy, muy, muy pequeño...

—¡Oh! —murmuró cuando se dio cuenta de su estupidez. No era un brazalete, sino un anillo. Un hermoso anillo de una serpiente mordiéndose la cola... pobre serpiente.

Observó con detenimiento el anillo antes de dejarlo en su pecho mientras miraba el techo con impaciencia, no hasta que su reloj dio el típico "tic, tic" que daba cada hora.

Se levantó rápidamente después de agarrar el anillo y se acercó a la ventana, viendo como un ojiazul empezaba a balancear sus piernas en la rama. Cuando los zafiros se centraron en él una sonrisa apareció de forma instantánea en el rostro de los dos individuos. El vampiro le mandó un saludo que correspondió con ansias, pero no pudo hacer otra seña cuando el ojiazul le dijo que se pusiera el anillo. Cosa que hizo al instante, tratando de saber lo especial que tenía su nueva adquisición... pero no sintió nada.

Frunció el ceño y miró nuevamente al vampiro con curiosidad, esperando una explicación.

Hola —la voz aterciopelada resonó en su mente acogiendo su pecho en el paso, ¿qué carajos...?—. Soy Tom Riddle, mi querida esmeralda.

Justo en ese momento el ojiazul inclinó su cabeza y extendió sus brazos de forma exagerada. En ese momento entendió para qué funcionaba el anillo.

Esmeralda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora