Capítulo diez

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Clarke

Abrí mis ojos con dificultad, se me hacía difícil recordar qué había pasado.

La luz intensamente blanca segaba mis ojos y el seco frío penetraba mis huesos. Mi cuerpo estaba totalmente adolorido. Vagamente podía mover un músculo.

Tenía una vía en mí vena y unos cuantos cables conectados a mi cuerpo. Sabía qué papá y yo estábamos en el auto, hablando de unos cuantos asuntos, luego todo se torna muy confuso.

Mi madre entró a la habitación. Sus ojos estaban húmedos y tenía ojeras más grandes de lo habitual.

— Hola, mi amor — dice mientras se acerca con cariño para acariciar mi mejilla. — ¿Cómo te sientes? — se sentó en una silla junto a mi camilla.

— estoy bien —un débil y ronco sonido salió de mi garganta. - ¿Cómo está papá?

— Clarke... — ni corazón se aceleró a un pulso casi inhumano, mi respiración se volvió muy inconstante, y las lágrimas casi estaban por salir de mis ojos con desesperación, como si ya supiera que iba a decir. — Tú papá — ella trató de contener las lágrimas, pero era inevitable. Ya estaban corriendo por sus mejillas, haciendo de su rostro un lugar triste, lleno de dolor. — no sobrevivió a la operación — en ese momento me di cuenta, que quizás no había muerto hoy, pero de algo podía estar totalmente segura. No estaba muerta, pero estaba rota ahora. Nada será igual.

30 segundos.

30 malditos segundos. Tarde en darme cuenta, en lo importante que él había sido para mí. No pude decirle cuanto lo amo.

Una imagen llena de dolor y desesperación se apoderó de mí rostro. Apagando mis ojos, opacando mi sonrisa y llenando mi rostro de lágrimas, inundadas en impotencia y frustración, por el simple hecho de no haber podido decir "adios".

—Mamá — decía entre sollozos, la simple vibración de mis sollozos, hacía que mis músculos se estremecieran, causandome más dolor del qué sentía. — No pude decir adiós — estalle en un llanto insaciable. Tal vez mis lágrimas no lo traerían de vuelta, pero al menos podía sacar un poco de dolor en cada lágrima que se derramaba.

— Lo sé, bebé - levantó mi cabeza con suavidad, y me abrazó.

Miedo.

El miedo a quedarme sola en éste mundo se hacía más grande a cada segundo. No puedo perderla, es lo único que me queda, ahora.

Una vez qué el llanto cesó. Me volví a recostar. He intenté dormir. Quizás ésta era la única forma en la cuál no podía sentir nada. Lo cuál sería genial en éste momento.

•••

Bellamy

Todos estábamos en la sala de espera. No puedo si quiera imaginar cómo Clarke debe sentirse en éste momento. Al menos salió de peligro, pero ahora no sabemos si volverá a ser una chica felíz. Seamos honestos, nadie es felíz. Pero al menos nos sentimos así por un momento.

— Bell... — mi mejor amigo tocó mi hombro.

— No digas que todo "estará bien" — use un tono cortante y frío. — Porque no lo creeré hasta verla sonreír de nuevo — le expliqué. — ¿Cómo te fue en París? — intentaba cambiar el tema.

— Mejor de lo creí, verás, conocí a una chica — dijo con picardía.

— ¿Cuál es el nombre de la afortunada? — le pregunté con malicia.

— Emori - respondió y luego bajó la mirada. — lástima que lo nuestro no duró — su voz se apagó.

— Al menos pudiste olvidarte de Raven unos meses — musite.

— Emori tiene una hermana, su nombre es Echo — agregó.

— ¿Por qué quisiera saber eso? — le pregunté con curiosidad.

— Porque está soltera y es muy hermosa — dijo con una leve sonrisa en el rostro. — Además las dos vienen de Grecia —agregó.

— Clarke es mi prioridad ahora - declaré. — debo estar con ella hasta que pase toda esta pesadilla — dije con seguridad.

— ¿Por qué Raven está mirándome de esa forma? — susurró disimuladamente en mi oído. La mirada asesina de la castaña estaba clavada en Murphy.

— No me preguntes. Reyes es una caja de sorpresa, quizás por eso te enamoraste de ella — respondí juguetón.

— Y quizás por eso rompimos — respondió cabizbajo.

— ¿Bellamy Blake? — una enfermera salió de la habitación de Clarke.

— ¿Si?

— La paciente desea verlo — la enfermera siguió su trayectoria.

Me levanté y entré con cuidado a la habitación.

— Hola, linda — me acerqué a ella con cariño. Sus ojos estaban hinchados y rojos. Pero eso no impidió que sus azules ojos siguieran brillando con intensidad.

Necesitaba animarla. Necesitaba encender la pequeña llama qué la hace ser Clarke.

— ¿Qué tal, pecas? — un hilo de voz ronca a penas salió de su garganta. Su tez estaba pálida casi sin vigorosidad y sus labios estaban quebrados por el frío abrazador.

— ¿Tienes hambre? — me senté en una silla junto a su camilla.

— No — exclamó en voz aún baja. — Además, estoy harta de la comida de éste maldito hospital — protestó con un tono ligeramente alegre.

— ¿Qué te parece si te traigo algo que te haga babear? — le propuse con picardía.

—  Por mí está bien — dijo hambrienta. — No te tardes, por favor — me exigió. Asentí y salí de habitación.

Murphy se levantó de la silla esperando información.

— ¿Y... Bien? ¿Cómo está? — la curiosidad cubrió sus palabras.

— Aunque lo niege, sé que está sufriendo. Sabes más que nadie qué Clarke no es el tipo de persona muy abierta — respondí.

— ¿Quieren algo? — me ofrecí a traerle comida a mis amigos.

Todos asintieron.

Murphy y yo salimos del hospital. Con una ruta. El café que estaba cruzando la calle.

(...)

You're my gravity [B,B; C,G]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora