Decimoquinto paso.

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Wilmer

Ella salió. Tomó su motocicleta oscura y arrancó. Contando la oscuridad tomando forma de caricatura con ojos espeluznantes igualmente alborotados, calientes, bizarros y totalmente negro. Todo negro.

El ansiado anhelo disipó en la lista de las cosas que no me perdería. Tomé un taxi. Me subí y la seguí.

El conductor lleno de perca días expectantes en la cabeza que te daban un mareo todo el camino. Sin perderse de la única moto que vuela en la madrugada. Sin darse cuenta, ella dejaba rastro con sus luces altas.

Camino conocido. Edificio conocido. Pero no igual. Diferente opaco e interestelar. El cielo ayudó proyectando la luz de estrellas iluminando el sendero de la universidad. Apoderándose del edificio con la frase. Ahí paró la moto. Y ahí me baje del taxi.
Se escuchó el chasquido de un candado abriéndose, seguido a él una puerta chillando, rogando por aceite, abriéndose para mí.  Arrugando las hojas secas de los árboles caídos, avancé hacia el punto de partida. ¿Por qué ella entraba a este lugar? ¿Enserio era tan bien espía? No, acosador .

Había dejado el candado suelto y la puerta a rienda suelta. Oportunidades solo hay una  y hay que tomarla lo mejor posible con cautela e inteligencia. Me sumergí en el edificio, ella desapareció en la oscuridad multicolor, cálida, espeluznante, con sedas desconocidas. Acariciándome el cuero cabelludo despeinado. Actúe de ciego, percibiendo la música de al final del laberinto sin fijarme nada más en lo cerca que estaba la puerta vieja de la posteridad olvidada igualmente de aseo. Se oía más y más cerca hasta que palpe la cerradura. Se abrió sin rechistar ni gritar.

¿Qué es esto?

Gente en ropa deportiva sentada en taburetes con botellas de agua sin marca pintadas. Carteles decorados con la magia de las letras y frases. Destellos neón. Un gran escenario en el centro con bailarines moviéndose con sincronización. Música, música, música. Hermosa música. Bella bailarina. Impactante y amenazadora Samyra. Perfecta guiándose por su corazón consumiendo ritmo. Nadie se ha dado cuenta de mi presencia. Hasta que los ojos de Samyra susurran mi cara estudiándola e idiotizándome con la sonrisa pícara de solo ella. Hace señales a alguien que está cerca de un equipo de sonido, este llama a unas estudiantes que había visto paseándose  de vez en cuando por la facultad. Mercy de Brishop Briggs aclara la sala. Ellas se acercan recorriéndome todo el cuerpo. La escena parece de una película R, no sabía por qué me tocaban tanto hasta que me di cuenta de que mi pecho estaba desnudo y mi camiseta en la mano de una chica con trenza maquillada con el delineador de todo una tienda mirando el estomago delgado.  Se alejan todas dejándome apreciar la danza del grupo fantástico del espectáculo.

Samyra está en el centro. Emma y otra chica a sus lados atrás pero me fijo en la actriz principal. Ella también me está mirando y a la vez no. Se movía con claridad, fluida, representando toda la letra de la canción. Tocando la batería que marcaba el compás. Hacer efectos con la guitarra eléctrica. Cantando en la letra y embelleciéndola con el coro. La energía flotaba en el aire, la respiraba, se metía en mis circuitos, en mi sangre. Me transmitió el poder de entender los puntos relevantes de la melodía, no sólo lo importante, si no la canción completa. Viviría cien años si pudiera apreciar lo mismo en cada sonido que llegue a mis sonidos. Corriendo los fantasmas creando Ángeles brincando a una nota más alta. Uno de los Ángeles líderes que lleva la batuta baja de su lecho empotrado de sonidos aguamarinas. La energía se libera hacia mí. Me incita a seguir bailando, recrear movimientos complejos pero que ella los hace parecer fáciles. La sigo. Lo ha hecho pan comido, todo lo alucinante lo perdería en una guerra de estilos y locura de amor. Las extremidades que se sienten como nubes me tocan, recorriendo mi pecho, abdomen parándose en mi cara. Yo alcanzo su vientre, me da miedo tocar más profundo, que la presión agrave y desaparezca como los dolores remitentes cambiantes de la tragedia. Los huesos amables conformistas se revelan en el tacto. No se deja mirar a los ojos. Se acerca a mi oído y habla en ruso. Las cobardes de  mis orejas se siguen cerrando como flores. Se vuelve a alejar y termina lo que empezó.

15 pasos al cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora