diez, adiós a los tres. parte 2.

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Dos horas después, mi quequito esta listo, nuestros estómagos están llenitos y nuestros corazones contentos, ese dicho común siempre lo repetía mi papá, a quién veré pronto.
Llegaron aquellos que nombre anteriormente, menos mi madre, ha dicho que hay un taco por la autopista y se ha demorado.

Mis hombres están junto a mi, hablando de sus anécdotas y mientras los miro me castigo, porque una parte de mi encuentra maravilloso el hecho de que mi hijo precioso pudo ser de Antonio, y me encuentro a pocos, deseando de que así sea.
Y mi hombre se ríe, sonríe pleno y cada día que pasa esta más bello, a pesar de que es muchos años más viejo que yo. Lo sigo mirando y me enamora, me calienta la sangre y me moja la entrepierna; y mi gente querida está riendo junto a mi y no dejo de ver a mi Antonio, quien al notarme seducida por él, fija su vista en mi, y me ama, así como yo lo amo.

–Amor, venga... tengo unas cosillas que entregarle a estos pozos sin fondo –le hablé a mi hombre mientras me levantaba del sillón. Allí estábamos todos, sentado juntos contándonos tallas sobre nuestras vidas. Utilicé el termino "pozos sin fondo" para referirme a mis visitas, porque Antonio había traído un par de pizzas familiares y la habían terminado en segundos. Tuvimos que encargar un par más para las visitas por llegar y por que sabíamos, que en unas horas, tendríamos hambre otra vez.
–Claro, mi cielo –se levantó él, y me siguió el paso a nuestra habitación.
–Cerraré la puerta, no deben ver sus regalos –les dije desde el marco de la puerta, poco antes de cerrar. En parte mi intención era verdadera.

Buscamos por el closet los regalos y cuando ya estábamos por ir a la sala, mi hijo gritó, gracias al poderoso, gritó :
–Mamá, llego la abuela, iremos a buscarla, los tres –es decir, él, su suegra y su novia.
–¡Ya! –le respondí. Gracias poderoso, gracias por tanto.
–Amor y qué es todo esto... –me pregunta Antonio, todo aquello eran cajas y más cajas. No eran precisamente pequeñas, y contenían toda mi memoria, todo lo que soy yo y mis cachureos.
–Las herencias –respondí. Lo miré y él no parecía entenderlo del todo.– Cuando muera no vendrán a pedir más hueás, con esto les doy lo suficiente –le respondí, mientras veía como él, todos los cachureos que aún faltaban por echar en las cajas. Estábamos los dos sentados a la pies de nuestra cama, apenas allí cabíamos, imagínense, una cama grande de dos plazas, y se lleno de cachureos y cajas, que próximamente los contendrían.
–Tan luego, si aún tenemos mucho tiempo, mi vida –él tomo mi mano y lo miré, ay, mijito rico.
–Además, venirnos aquí era una excusa, ya sabía que vendría mi mamá –no le quise seguir el hilo, no le diría en ese momento que sentía que moriría en cualquier momento.
–¿Excusa? –él preguntó y al unísono rascó su cien. Tenía su cabello largo, tanto así que se formaban algunos rulos, y él ya no era como antes. No estaba tan moreno como antes, de hecho, estaba muy blanco, no como yo, pero en comparación a como antes era, estaba blanco. Tría una barba de dos semanas, y así se la mantenía, a ese largo, no más de dos centímetros. Tanto en su barba, como en su cabello negro con rulos ya tenía incontables canas.
–Me tienes caliente.
Y él sonrió, por la chuchesumadre que hombre más guapo. Más que Justin Bieber y más que Leonardo DiCaprio; Él ladeó su cabeza y levantó sus hombros, yo sólo le sonreí y me levanté de la cama, me solté de su agarre y me empecé a desvestir, sin quitar mayormente mi vista de sus ojos oscuros. Él estaba concentrado en mi, viéndome.

Y todo fue como una película. Antonio no se resistió más y de un vuelo me levantó, me agarró de mis cachetes y me colgó a él, me besó tan rápido y excitado que me hizo sentir que me corría encima de su torso, tan cuál como lo estaba, sujeta. Me tenía tan mojada, tan amada.
–Te voy a follar así, contra todo menos la puta cama –su voz áspera y sus manos apretándome al punto de sentir me saldrían moretones.
–Ya, dámelo, papi –le imploré, y eso, con mi voz de perra. Si yo pudiese hacerme el amor como él me lo hace, se los juro que me lo haría. Pero nadie me lo hace como él y nadie me lo había hecho cómo él.
Entre ricos besos y caricias Antonio nos llevo hasta el baño, y allí, me sentó en el lava manos. Quito rápido sus pantalones y los míos y así, sin más, por fin, sexo.

CONCHETUMARE | TelenovelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora