9 | Maldito Maduro

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Las puertas del estudio Nickelodeon se abrieron ante mí y pasé. Tengo que admitir que me siento diva cuando el guardia me ve y abre la puerta sin yo decirle nada. Es como "Oh, ahí viene _____ Hernández, Dios mío, es una diosa. Apartad sus traseros de las puertas, ella va a pasar".

No es exactamente así, pero es lo que siento. Déjenme ser feliz.

—Señorita Hernández —me llamó el guardia.

—¿Si, Julio? —pregunté, frunciendo el ceño.

Es raro que me detenga, por lo general solo dice "Buenos días, señorita" en español.

El guardia Julio se acercó a mí, corriendo unos pasos y caminando el resto porque su voluminosa figura (es exceso de amor) no le permite hacer más que eso. Cuando llegó a mi lado, sacó un pañuelo y se secó la frente. 

—El señor Dan quiere verla —jadeó, mi ceño se profundizó más—. A usted y al señor Norman.

Oh, fuck.

—¿En dónde está? —pregunté, tratando de calmarme.

—En su oficina.

Agradecí y caminé en dirección al lugar.

Al principio me dio intriga que Dan me llamase a mí sola, pero al oír el nombre de Jace algo en mi cerebro hizo conexión y ahora sí que podía imaginarme qué era lo que quería. Pero espero que no sea eso.

Toqué la puerta de su oficina y de inmediato escuché un «adelante». Soltando un suspiro para tranquilizarme —algo que no funcionó mucho—, giré la perilla y entré. En su interior, una oficina pequeña y bien ordenada, se encontraban mi productor y Jace, el primero apoyando las manos en su escritorio y el último sentado frente a él.

—¿Para qué me buscabas, Danny? —pregunté, sonriendo lo más inocentemente que podía.

Dan señaló el sillón al lado de Jace.

—Allí, ahora.

Le obedecí sin chistar. Si algo aprendí trabajando aquí es que Dan podría ser muy intimidante si quería.

—Hola, Rubiesito.

—Hola, ___idiota.

Dan se aclaró la garganta y ambos nos callamos.

—Bien —murmuró con lentitud—. Bien —empezó a rondar alrededor de nosotros, como un buitre que asecha a sus presas—. No sé si se habrán enterado, pero alguien entró a mi casa el sábado pasado y le jugó una broma con pintura y papel higiénico.

—¡¿Qué?! —exclamé—. ¡No puede ser!

—¡¿Cómo se atreven?! —me siguió Jace, negando con la cabeza—. Qué indignación. Qué falta de respeto. Qué patraña. Qué...

Jace, eres un idiota [Jace Norman y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora