13 | Cantando las verdades

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—¿Ya terminaste? —le pregunté a Lilimar entrando en su habitación sin tocar la puerta porque entre primas no existe la privacidad.

Me respondí sola, pues mi prima apenas estaba colocándose la base del maquillaje. El primer paso de diez meticulosos pasos. Solté un gruñido.

—¿Es en serio? —crucé mis brazos—. De buenas a primeras, ¿tú para qué carajos te maquillas, si en cuanto llegues al set te van a tener que quitar eso para volverte a maquillar?

—Antes muerta a que me vean con estas ojeras por la calle —dijo, señalándose las bolsas bajos sus ojos, que bueno, para qué negar, le hacían parecer sacada del video de Thriller de Michael Jackson.

—Eso te pasa por acostarte a las tres de la mañana viendo Pretty Little Liars, reina —reproché, recargando mi cuerpo en la puerta—. Y sé que es adictiva, yo misma me acabé una temporada entera en veinticuatro horas. Pero en ese tiempo yo no trabajaba, a diferencia de ahora. Hay responsabilidades.

—Pero tú misma acabas de decirlo, ¡es adictiva! No pude despegarme en toda la noche, ¿y sabes qué? ¡¡Valió totalmente la pena!! Si quieres baja. Estaré lista en menos de diez minutos, te lo prometo.

—No nos va a dar tiempo de pasar por el Starbucks para tu cappuccino sin llegar tarde al estudio, y pasarás toda la jornada con tu tic nervioso, ¿sabes? Ese que te hace parecer o una coqueta, o una loca por guiñarle el ojo a todo el mundo. Es aterrador.

—¡Confía en mí, dará tiempo!

Suspiré, poniendo los ojos en blanco mientras bajaba las escaleras hacia la cocina. Ahí estaban mi tía y mi abuela, ambas disfrutando de su café matutino que nunca falta. Si se preguntan que de dónde viene la adicción a la cafeína de mi prima, no hay que irse muy lejos: las tres se vuelven locas si no toman al menos un café en las mañanas. Pero locas de remate.

—Bendición, buenos días —saludé.

—Dios te bendiga, hija —respondió mi abuela, dándome un beso en la mejilla sin despegar la vista de su celular. Seguro estaba viendo las noticias en Al Rojo Vivo—. Tienes el desayuno ahí.

—¿Lilimar aún no está lista? —inquirió tía Mayte.

Negué, llevando mis tostadas y beicon a la mesa. —Ya sabes cómo es, se levantó tarde hoy y se está maquillando. Primero muerta que sencilla.

Las dos mujeres rieron y luego de esa breve conversación familiar, comimos en silencio. Las tostadas y el beicon estaban riquísimos, por el sabor supe que los había hecho la tía Mayte. Curioso, ¿no? Uno con los años va diferenciando si lo que come está hecho por un miembro de la familia u otro diferente. Yo sé cuándo lo hizo mi abuela y cuando no. Es intuición. Una vaina arrechísima.

A diferencia de mi familia, tomé del jugo de naranja que había en el refrigerador. Yo no sufro de adicción a la cafeína, gracias al Señor. Con un juguito de naranja lleno de vitamina C me conformo.

Jace, eres un idiota [Jace Norman y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora