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• Diciembre 17, 2017 •

Los ojos celestes de la cobriza analizan su figura de los pies a la cabeza sin parpadear un sólo instante, observan cada detalle de su pequeña figura dibujada en el espejo mientras muerde sus rosados labios en un intento por reprimir su evidente disgusto. Trae puesto un vestido rojo exageradamente ajustado que apenas y la deja respirar, es también demasiado corto y tiene brillos plateados por todos lados. En definitiva un pedazo de tela con un valor casi tan grande como la magnitud de su altruismo.
Sus pies descalzos se mueven inquietos sobre la alfombra de la tienda, da un diminuto respingo desaprobatorio y se gira en redondo para buscar a la empleada que le atendía hace unos pocos minutos. Levanta una mano logrando llamar su atención y espera pacientemente hasta que la chica llega a su lado dispuesta a recibir sus órdenes.

—¿Podrías ayudarme con este vestido, por favor? Me aterra romperlo o algo parecido.

La empleada asiente con amabilidad -siendo ésta quizás la primera vez que una chica pudiente le pide algo por favor-, y se apresura a brindarle su ayuda a la clienta atrapada en una segunda piel.

—Está listo, señorita —dice la morena una vez ha cumplido su cometido de ayudarle a bajar el cierre.

—¡Oh, genial! Muchas gracias... —dice la cobriza, hace una pausa para leer la placa inexistente de la empleada, y tuerce una mueca cuando no la encuentra; luego vuelve a mirarla. —¿Cómo te llamas?

—Penny, señorita —responde tímidamente.

—Hey, ¿cuántos años tienes?, ¿cincuenta? —pregunta entre suaves risitas. —Apuesto a que tenemos la misma edad, cariño. Llámame, Mell.

—Mell... —pronuncia la empleada con algo más de confianza.

—Bueno, Penny, este vestido es algo demasiado pequeño, así que lo descartaré de mis compras por más que éste interesada en renovar mi guardarropa y, ahora, sí eres tan amable, necesito por favor que lo devuelvas junto con estos otros diminutos vestidos que no han logrado convencerme.

—De acuerdo, ¿quisieras algo más, Mell?

La antes nombrada sonríe de manera empalagosa y asiente en afirmación.

—Sí, me probaré este último par antes de irme y te avisaré si me han quedado. ¿Podrías esperar a que me deshaga de esto? —. Señala el apretado vestido que no va para nada con su personalidad.

—Claro, Mell, tómate tu tiempo.

Ambas chicas sonríen y la cobriza regresa al fondo del probador para retirarse aquello que está matándola lentamente.
La morena espera unos segundos más antes de que Mell le pase la prenda y pueda marcharse a dejarlas todas en su lugar correspondiente, luego es ella quien sale del reducido espacio con un nuevo vestido cubriendo su cuerpo.
De nuevo estudia su apariencia en el cristal que todo lo refleja y es entonces cuando un destello de satisfacción surca sus bonitos orbes.

—¿Y bien?, ¿Qué tal éste?, ¿Crees que es demasiado sencillo, o es justo lo que necesito? —pregunta, a través del espejo, mirando a la impaciente chica de cabellos marrones que espera por ella desde hace siglos: yo.

—¿Por qué te interesa tanto conseguir uno rojo? Hay cientos de vestidos que te han gustado y los has rechazado sólo por un color.

Mi amiga rueda los ojos, pero no ha dejado de sonreír mientras yo, por el contrario, me muerdo los labios con gesto impaciente.

P e r f e c t | StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora