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• Diciembre 22, 2017 •

"El señor Bingley enseguida trabó amistad con las principales personas del salón; era vivo y franco, no se perdió ni un solo baile, lamentó que la fiesta acabase tan temprano y habló él de dar una en Netherfield.
Tan agradables cualidades hablaban por sí solas.
¡Qué diferencia entre él y su amigo!
El señor Darcy bailó sólo una vez con la señora Hurts y otra con la señorita Bingley, se negó a que le presentasen a ninguna otra dama y se pasó el resto de la noche deambulando por el salón y hablando de vez en cuando con alguno de sus acompañantes.
Su carácter estaba definitivamente juzgado.
Era el hombre más orgulloso y antipático del mundo y todos esperaban que no volviese más por ahí".

Es viernes por la mañana y, extrañamente, casi nadie se ha parado por la cafetería a pesar del frío. Tal vez sea la escasa nieve que aún se encuentra por las calles impidiendo que la gente ande a sus anchas, o el hecho de que todavía son las ocho y normalmente los clientes comienzan a llegar hasta las nueve.

Ayer, (después de hacer mi cortísimo camino al departamento, beberme una taza calentísima con chocolate y realizar mi ensayo), me puse a esculcar en el baúl que Mells y yo compartimos al fondo del armario y encontré mi preciado libro novelístico del cual ahora no puedo despegarme. Lo he traído hoy al trabajo porque al principio del fin de semana siempre hay intervalos de tiempo libre en los que no todos los empleados somos requeridos para laborar y, como no tengo otra cosa que hacer, Jane Austen es mi opción perfecta para ocuparme en algo.

—Estaré en el almacén por si me necesitan —. Esa es Sarah, la encargada, anunciando su ausencia para ir a sumergirse en un mar de cajas con café importado.

Asiento condescendiente, prestándole total atención hasta verla desaparecer por la puerta que dice: Personal Autorizado, retomando pronto mi lectura.

—¿Nathaly?

Uno. Dos. Tres. Suelto un suspiro irritado esperando no ser tan obvia, apartando la vista de la historia por segunda ocasión para mirar a mi bastante simpático compañero de trabajo.

—¿Qué ocurre? —pregunto -con la dosis suficiente de serenidad-, sonando atenta.

—¿No escuchas todo ese bullicio? Parece que viene de calles atrás.

Le miro durante unos instantes maquinando dos mil ochocientas cincuenta formas diferentes de estrangularlo hasta hacer que sus preciosos ojos color miel salten de sus cuencas y así poder guardarlos en mi colección invaluable de: "Personas que no me dejaron leer tranquila y ahora yo les he arrebatado el derecho".

—Tal vez es sólo un autobús con propaganda; aquí no pasa nada interesante —Me limito a encogerme de hombros y a seguir leyendo una de mis tantas obras favoritas...

—No pierdas la esperanza, muñeca. Cuando menos te lo esperes tendrás a tu reliquia al pie de esa puerta.

"¿De qué está hablando? Yo por ahí no puedo aparecerme. ¡Soy un producto de tu imaginación!"

Sir McCartney prefiere el té —le informo sin despegar los ojos de las líneas, pero estoy completamente segura de que él ha rodado los suyos. —Y no te olvides de Ringo, Erick, que también sigue vivo.

"Auh, eso volvió a matarme".

—¿Cómo quieres que lo recuerde si es incluso menos mencionado que Geoff? —chilla.

P e r f e c t | StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora