DOCE

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Cada día culiao que pasaba, me daba más cuenta que el Nacho no estaba ni ahí conmigo. No me habla, no me escribe, ni me mira. Estoy chata de ésta hueá, aburría.

—Oye, ¿estái bien?.—el Nico me pasó sus brazos por mis hombros y encamino a un lugar más piola.

—No, pero es algo ahueonao. No quiero hablar del tema, porque entre más lo pienso, peor.—cerre mis ojos y suspiré.

Me sentía entera hueona pensando en él Nacho, mientras el conchatumare no estaba ni ahí conmigo ¿por qué me tiene qué gustar por la rechucha?.

Te juro que si él culiao del Nacho te hiso ponerte así, yo...—no lo dejé terminar al hueón.

—Tranqui, no vale la pena amigo.—me sentía cómo la corneta diciendole amigo, pero es que es la única forma de que no se pase rollos po.

Fuímos de nuevo a la cancha a practicar el baile culiao. Y cuándo estabamos por el pasillo. Vimos a la Cami y al Fabi comiendose.

—CONCHATUMARE.—dijo el Nico tapandose la boca.

—¡Callate po hueón, no le caguémos el momento!.—lo reté.—Vamos, deja qué los conchatumares se coman piola.

Cuándo llegamos a la cancha la profe nos preguntó donde chucha ándaba la Cami con él Fabi.

—Están en enfermería profe.—dijo él Nico ántes que yo respondiera.—El Fabián no se sentía muy bien.

Me paré de puntitas, porqué era más enana que la perra y le susurré al oído.—Le ánda curando la pichula.—luego lo miré con una sonrísa pícarona.

—Payasa culiá.—se rió cómo el enfermo culiao que es.

Nos pusímos a bailar y nos salió pulenta la hueá de baile.

Naah mentira, bailo cómo él pico.

Después de ese cumbión, nos fuímos a nuestras salas cantando la canción del guatón loyola. Tema culiao pulento. Llegamos a la sala cagaos de la risa y el ahueonao de la nada, me comenzó a hacer cosquillas.

—Así qué ahora cambiaste al Nacho, por el Nico.—dijo la maraca culiá de la Andrea.—Vo no perdí él tiempo, hueona.

—¿Qué te importa a vo mona conchatumare?.—le respondí.

Ésta fea culiá le gusta provocarme, pero si me busca me va a encontrar.

—Me importa po, si me gusta el Nacho y quiero que este conmigo.—sonrió de lado, tratando de provocarme.

Contrólate, Dani.

—Me dai pena sangana culiá, andaí arrastrandote por una pichula cómo hueona.—sonreí.—Te encanta ándar enganchá de los pendejos del Nacho. Me dai pena.

La culiá se puso roja de vergüenza y se fué.

—Erí perfecta.—el Nico me agarró a besos en la mejilla.

—¡Ya, hueón. Suéltame!.—lo empujé entre risas.

Ví llegar a la hueona de la Camila ántes que el Fabi. Entraron cómo si nada y la Cami se me acercó.

—Wena.—dijo con la senda sonrísa en la cara.

—Te viera Jesús, maraca.—achiné mis ojos.

La sonrísa de ahueoná se le borró de una.

—Mentira qué viste...—su cara de asustá era chistosa.

—Te la teníai guardaíta, mona conchatumare.—le golpeé él hombro.

—Por fa, no le digai a na...

—Me ofendes, zorrua culiá.—me toqué el pecho dramáticamente.—Vo sabí qué no soy sapa y menos contigo, que erí la mijor.

Nos abrazamos cómo ahueonás y fuímos a nuestros puestos. El día pasó normal; en los recreo veía al Nacho, cruzabamos miradas, pero nada más que eso. Perro culiao. Estabamos en él último recreo huebiando sobre mís caídas.

—¿Cómo conchatumare te haz caído tantas veces?.—preguntó la Pollo.

—Es qué soy media yeta.—respondí.

—Cabras ¿vayamos hoy a la placita?.—dijo la Cami culiá.—Tengo MaríaJuana ¿les tinca?.

—La hueona tóxica.—dijo bromeando la drogaticta culiá de la Picol.

—Yapo.—respondí feliz.

—Ready.—dijo la Pollo.

—Yo me rajo con un vinito.—finalizó la Picol.

Puta qué amo a éstas culiás.

¿Tení cigarro?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora