Distracción y Olvido

127 11 3
                                    

Recomendación Musical: "Destined" – Anthony Greninge

| ~ | ~ | ~ | ~ | ~ |

Lo que Katomi más agradecía de estar en aquella 'cita' (como lo describió Himuro), era haberse librado del laberinto de cajas que plagaba su departamento. Desde las seis de la mañana, su hermano la despertó con el pitido del timbre e inmediatamente empezó con la mudanza. Como había dicho el viejo capitán de Yōsen, pensaba ir a una universidad en América y decidió que el mejor lugar para prepararse era en el departamento de las hermanas García. Tras un ambiente lleno de gritos de ambas hermanas y ronquidos de Trauern, Himuro se ofreció a sí mismo como cocinero durante toda su estancia. Cierto es que sabían que a Katomi le resultaba un tanto difícil cocinar estando en su silla de ruedas (hacerlo sobre las muletas era algo que no repetiría desde la vez en que un cuchillo casi le cae en el rostro). Por su parte, Alexandra había aprendido a hervir agua, pero los platillos básicos que preparaba (panqueques, huevo estrellado, emparedados y cereal), habían causado un ligero trauma, pues los hacía con extrema regularidad. Y cuando trataba de preparar algo más laborioso..., la menor llegaba a tener pesadillas. Fue por eso que aceptaron la oferta de probar comidas hechas con las manos del mejor pupilo de cocina de Katomi, además de que el varón juró vender todas sus pertenencias (con la excusa de necesitar dinero para vivir con uno que otro lujo en América), en menos de un mes.

Cuando llegó él, inició la segunda razón de agradecer que ya no estaba en su departamento: Himuro empezó a gritar como adolescente enamorada y Alexandra los cegó con el destello de su cámara. Y sólo porque él le entregó un ramo de margaritas. Después de unas escenas bastante incómodas (como Himuro sermoneándolos de no ir a ningún motel y Alexandra queriendo regalarles unos preservativos), obligó al varón a iniciar con su cita.

Pero 'cita' no era el término exacto para calificar aquella salida. A opinión ajena, un recorrido por una plaza tecnológica, un almuerzo de medio día en un restaurante de sushi, dos raspados a pie del 'Lago Rojo' y la peor suerte para cáncer, resultaba más una tarde relajada. Era por eso que ambos olvidaron la idea de estar en una cita y prefirieron dejarse llevar por los acontecimientos que se veían atraídos por la tormenta que relampagueaba sobre la cabeza de Nijimura. Mientras la zanahoria, máximo creyente de Oha-Asa, se encerraba en su habitación y se aislaba del mundo, el viejo capitán de Teikō se arriesgó y sobrepuso su escepticismo ante la palabra del zodiaco. Nunca habría imaginado lo equivocado que estaba.

Envueltos en celulares, computadoras y demás equipos, se vieron atraídos por la voz de un hombre. Por fortuna, su paso fue dado con la velocidad necesaria, pues una pantalla se soltó de su base y cayó con considerable fuerza en el lugar que abandonó el azabache, haciéndose añicos. Los jóvenes se miraron entre sí, pero dibujaron sonrisas burlonas en sus labios que disiparon cualquier pensamiento astrológico.

Al salir, una paloma decidió eliminar las semillas de hacía unas horas en el hombro del varón. Justo en el momento en que se quitó la chamarra, un coche pasó a toda velocidad sobre un espeso charco de agua residual que se juntó por la lluvia de la noche anterior. Corrió pura suerte que no se hubiera ensuciado, pero no la chamarra de cuero. Si era imposible quitar la mancha de excremento de paloma, el agua de alcantarilla le obligó a deshacerse de su prenda.

Retomaron el camino y las risillas de la americana los acompañaron hasta llegar al restaurante. Todo estuvo tranquilo, hasta el momento de traerles los rollitos. Como no toleraba la comida picante, Nijimura se aseguró de quitar la salsa de su pedido (a diferencia de su pareja). Sin embargo, el mesero se confundió con la orden de la mesa próxima y le entregó los rollitos más picantes del menú, también bañados en su especialidad 'Mekishikansarusa'. Con el ligero tacto de su lengua con el picante, los colores se le subieron al rostro. La tos fue lo que le siguió y, después, el aire abandonó sus pulmones. Mientras los trabajadores y algunos clientes evitaban que se ahogara, Katomi golpeaba la mesa y ella misma perdía el aire por la risa incontrolable que surgía de su garganta.

FracturaWhere stories live. Discover now