Frío. Sentía como si su corazón bombease hielo o agua fría en lugar de sangre caliente. Con cada paso que daba, su corazón se aceleraba. Sus nudillos ya se volvían al blanco papel de tan apretados que los tenía, su cabello caía suelto por sobre su frente, adhiriéndose a ella por la fina capa de sudor que recorría su cuerpo.
Alia, Alia. Lo único que podía pensar en ese momento, Alia y el porqué era su culpa su desaparición. La vio en todos lados camino en la búsqueda del director: la vio sentada en las escaleras, la vio con la espalda recta apoyada en una pared, Alia comiendo y Alia leyendo. No podía quitársela de la cabeza, parecía una imagen fijada en sus neuronas. Una imagen que no le había dejado el corazón tranquilo.
Vio al anciano caminando con aires desolados hacia un ventanal enorme. El rostro del Slytherin se tornó de un rojizo furioso y sus manos se apretaron aún más contra los pliegues de su túnica.
El anciano, sin embargo, ya había notado la pesadez de su presencia. Oía el agitado resonar de la respiración de Draco a su espalda y podía percibir que de hallaba desesperado. Eso le afligió el corazón. Le había visto reflejado en el vidrio como una aparición espectral, un fantasma de pómulos rojizos, bolsas bajo los ojos y mirada triste.
—No es culpa tuya, hijo...no lo es—dijo, negando con la cabeza.
Un aire de aflicción embargó a Draco al oír tales palabras. La furia abandonó por completo su cuerpo cuando lo oyó, sintió tambalearse su anatomía, como si su vitalidad lo abandonase. Todo le dio vueltas y en un momento solo deseó arrojarse en su cama y descansar de todo el ajetreo de los últimos días. Solo quería hallarla y ya. Las primeras lágrimas de asomaron por el rabillo de sus ojos como las gotas de rocío del alba de aquella mañana.
—Tranquilo, hijo, ya sé dónde está.
Una luz de esperanza iluminó los grises ojos de Draco. No podía creerlo, un hilo de confusión pasó por sus ojos.
Su cabello rubio no mostraba signos de vitalidad en la oscura estancia. Despertó, y estaba estirada en su cama, su auténtica cama, con la manta blanca con flores amarillas y las cuatro paredes cubiertas de pintura blanca. Ahí estaba, sus libros en la estantería de en frente y los dibujos de su hermano adheridos a las paredes; sus cuadernos apilados en orden sobre un escritorio y sus lápices de un lado. Todo estaba en perfecto orden, pero algo faltaba, algo extrañaba.
—No lo busques, aquí no lo encontrarás.
La tenue voz que se filtraba por las cortinas le produjo un sobresalto que no curó sino el descubrir su dueño. Un hombre bajo, que pareció reconocer al instante había salido del cortinaje celeste para hablarle directamente. Alia cerró los ojos, no quería verlo otra vez. Ver a ese hombre regordete causaba el mismo dolor que una rotura de pie o algo parecido. Ver a ese hombre le provocaba rabia, toda la que su corazón podía albergar.
—Vete de aquí, ya no quiero verte. Es más, ni siquiera sé porqué estás aquí: siempre apareces cuando quiero escapar, pero no lo he hecho ¿vale? sigo aquí
—No es por eso que he venido. Pienso que traerte lejos de él ha sido inútil—más que hablarle a Alia, era como si estuviese expulsando sus propios pensamientos al aire y sus palabras, amargas y bajas, se perdieran por la ventana—. Pienso que es mejor entregarle tranquilidad al señor por unos cuantos días.
Alia no podía comprender lo que él decía. Sus palabras, en ese mismo instante no le hacían sentido alguno y que hablara para sí mismo no ayudaba tampoco. Solo quería irse y nada más.
—Cierra los ojos, mi querida Alia, esto tomará un segundo.
Poco a poco sintió como si su cuerpo se hiciese más liviano, y como si por un corto instante dejara de existir. Todo se volvió negro.
Un profundo suspiro llenó de aire sus pulmones y los abrió como las flores de su madre lo hacían al comenzar la primavera. Sus ojos se abrieron como pétalos en el instante en el que pudo percibir de que se hallaba en un ambiente seguro y que no estaba en esa fría y sucia cueva otra vez. Con lentitud comenzó a mover cada célula de su cuerpo hasta que llegó a mover los pies; se dio cuenta de que su pie fracturado solo tenía un pequeño arañazo. Fue cuando salió de un salto de la cama y únicamente con lo puesto salio de las habitaciones corriendo y agradeció al cielo no encontrarse con ninguno de sus compañeros camino a las mazmorras.
Bien, tenía una idea en mente luego de correr sin sentido hacia todos lados: debía buscar a Crabbe o Goyle y hacer que buscasen de inmediato a Draco. En camino al gran comedor -en donde se supone ellos estarían- percibió bastantes miradas extrañadas sobre sus hombros, pero pensó que no prestarles demasiada importancia simplificaría el asunto.
—¡Ustedes, par! ¿alguno ha visto a Draco?—dijo la rubia, con un hilo de voz causada por su carrera de esta mañana.
—Veo que últimamente me he vuelto una persona muy solicitada por usted, señorita Briand, ¿puedes decirme que quieres de mí ahora?
Draco hizo su aparición desde la espalda de Alia, y apenas oyó su voz característica no pudo evitar sonreír con alegría y que una lágrima impidiera su visión. Corrió a él y justo en el instante en que iba a rodearle el cuello con sus brazos él interpuso su brazo y se hizo un paso atrás.
—No te vuelvas a acercar a mí de ese modo ¿quedó claro?
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Save him [Draco Malfoy]
Fanfic-Quería explicártelo detenidamente, pero por lo que veo, será imposible aguantar mucho tiempo-respondió Dumbledore, para luego comenzar a caminar lentamente alrededor de Alia, como si estuviera examinando su mente; como si estuviera leyéndola de alg...