1 El primer vuelo del Águila

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El pequeño Ale ya no era pequeño. O eso se le decía a su abuelita Fe cada vez que ella le seguía diciendo justo así: "mi pequeño Ale". No, él ya era un grande Alexandro, o un mediano Alex, pero no un pequeño Ale. De hecho se conformaba si sólo le dijera Ale y ya.

—Hay mijito, para mí todos son pequeños—decía su abuelita riéndose.

Ale caminaba entre la selva, pensando en cómo convencer a su abuelita de que dejara de decirle "pequeño". Llevaba en su espalda un costal lleno de ramitas, ramas y ramotas que encontraba por aquí y por allá. En otro costal llevaba frutas para que pudieran comer durante los siguientes días.

Ya no era pequeño, sí, apenas había cumplido catorce años, pero ya no era pequeño.

No, ya no. Sólo debía ser Ale y ya.

Ale vio un gran grupo de ramas debajo de un árbol. Se acercó y fingió sorpresa y alegría al encontrar tanta madera junta. Escuchó unas risas cercanas. Varias sombras se movieron entre las hojas de los árboles bajos. Ale se acercó más a las ramitas, y antes de cercarse lo suficiente, cortó la liana de la trampa haciendo que un complejo sistema de poleas se rompiera y unos pequeños monos araña quedaran atrapados entre ellas.

Ale se rio al ver al dúo de monos atrapados bajo su propia trampa.

La abuela Fe decía que los monos araña odiaban tanto a los humanos porque les tenían rencor. Y les tenían rencor porque en su momento los monos araña fueron los habitantes de la tierra, todo en la época del sol de viento, cuando el gran Quetzalcóatl era el sol de la tierra. Su hermano Tezcatlipoca lo había golpeado e hizo que se cayera del cielo causando fuertes ventarrones que obligaron a los habitantes a convertirse en monos, todo por lo encorvados que tenían que caminar. Por eso los monos odiaban a los hombres, porque les tenían celos y les recordaban de la vez en la que ellos fueron humanos.

Claro, Ale sabía que no le caía bien a muchos de los monos, pero en su mayoría éstos sólo bromeaban con él o les hacían travesuras. Como ese par de pequeños monos araña, Pi y Po, un par de hermanos que jugaban cada vez que Ale salía en sus pequeñas expediciones por madera y fruta. De cuando en cuando el par de hermanos iban y visitaban a Ale en su casa, su abuelita los recibía contenta y los invitaba a comer con ellos.

— ¡Bajo su propia trampa! —dijo riéndose Ale.

Los hermanos parecían indignados. Antes de liberarlos, Ale recogió todas las ramas que sus amigos le habían recolectado y después los sacó de su enredo.

Pi comenzó a alegar contra Ale, mientras Po alegaba contra Pi.

Ale se despidió de los hermanos mientras seguía caminando a casa.

Ya no caigo en las trampas de Pi y Po, abuelita. Eso demuestra que ya no soy pequeño.

El chico no tan pequeño para ser chico, sino que era chico por ser un él y no una ella, llegó a su casa por la puerta que permanecía todo el tiempo abierta y dejó las cosas en la cocina.

— ¡Abue! —gritó Ale.

Se acercó a la entrada de la habitación de su abuelita, y vio que discutía con un hombre árbol, un Amaxoaque, de manera muy acalorada. El amaxoaque parecía molesto, al igual que su abue que le estaba alzando la voz de manera muy violenta. El hombre árbol vio a Ale asomado en la habitación y se lo dijo a su abue. Su abuelita volteó a verlo y sonrió con dulzura, pero manteniendo la dureza y coraje de la discusión que había estado manteniendo.

Su abuelita hizo unos gestos con la mano que querían decir "Prepara la mesa, ahora te alcanzo", mientras acaba su discusión con el amaxoaque. Ale no alcanzó a escuchar nada de la discusión que habían mantenido, pero por el tono y la intensidad dedujo que no podían estar hablando de nada bueno.

Los Guerreros del Quinto Sol I: La Máscara de QuetzalcóatlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora