18 Sol Agua

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No durmió.

Pero no estaba seguro si había sido buena o mala suerte.

Sí, al no dormir no soportaría de ninguna manera al maldito cabeza de sombras o la araña humana mutante que lo querían torturar hasta la muerte. Pero no sabía hasta qué punto eso era bueno, teniendo en cuenta sentía cada puto hueso de su cuerpo como si quisiera estallar. Y cada músculo. Y cada nervio. Y cada milímetro de su piel.

Daniel alzó lo suficiente la cabeza para ver que las chicas estaban despertando ya, y que Alex seguía inconsciente. Bien, al menos todos estaban vivos.

Al tratar de mover los brazos, se sorprendió al encontrar el libro de fuego entre sus manos. Al levantarlo y verlo con más atención, notó como el montón de códices se acoplaban al tamaño de un libro cualquiera, forrado en terciopelo negro, con un colibrí ardiendo en llamas azules en la portada.

Sonrió e intentó guardar el libro en su sudadera.

Ahí recordó que la sudadera estaba hecha cenizas.

Cerró los ojos y decidió que hubiera sido mejor quedarse dormido.

—Alex—dijo Daniel mientras montaban lo que sería su último campamento dentro de la Biblioteca persona de Quetzalcóatl.

—Dime—respondió el chico, procurando no apretar mucho con sus manos vendadas por las horribles quemaduras de la serpiente solar.

—Tu espada...

Alex se quedó quieto, como asustado y a la defensiva. — ¿Sí?

—...es la del dios de la obsidiana creó para asesinar a Tonatiuh ¿Cierto?

Alex cerró los ojos y lloró un poco en silencio.

Daniel bajó la mirada mientras sacaba golosinas, refrescos y las demás cosas que Xóchitl había comprado, y que asombrosamente habían sobrevivido para ese punto. Alex había seguido preparando las cosas del campamento. Al final se sentó frente a su fogata y vio muy intranquilo a Daniel.

—Es la Miqtecitlalli. Sí.

Daniel asintió. — ¿Por eso tienes eso cambios de humor tan violentos?

—Sí—respondió el niño susurrando.

— ¿Cómo la conseguiste?

—Herencia familiar.

Daniel ya no supo que más decir entonces.

Se sentó frente a su amigo. —Gracias.

—Tú me salvaste la vid, Daniel.

—Sabes de qué hablo.

Alex se quedó viéndolo muy serio.

—Ya sabes por haberme defendido cuando quise quedarme con el libro de fuego. Por bueno... Tú sabes... Por haberme salvado la vida tantas veces—Daniel se rascó la nuca incómodamente—. Escucha, no soy bueno con esto ¿Sí? Sólo gracias.

Alex sonrió triste y asintió en silencio.

—Dame ese puto remedio para la cruda—llegó diciendo Luna con nauseas— ¡YA!

Daniel se rio y le dio su brebaje experimental personal para las crudas tamaño extra familiar. Luna al beberlo casi vomita. — ¿Qué carajos lleva esto?

—Es mejor que no sepas.

Luna lo vio asqueada y molesta y dio otro trago.

—Es mejor si no respiras—dijo Xóchitl acostada contra una pared de la caverna—, créeme. Acabará más rápido si no respiras.

Los Guerreros del Quinto Sol I: La Máscara de QuetzalcóatlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora