7 La Cazadora Novata

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—MALDICIÓN, MALDICIÓN, MALDICIÓN, MALDICIÓN—gritó Xóchitl tratando de llevar el control del alebrije en el que iba montada, con un desconocido que los había asaltado abrazándola pro la cintura. Y claro, su coneja con mini cuernos de venado en su cabeza—. HAGO LO MEJOR QUE PUEDO—dijo Xóchitl dirigiéndose a la coneja en cuestión.

La coneja golpeaba a Xóchitl con sus pequeñas patas peludas (que dolían más de lo que podía esperar o imaginar) en su cabeza. A ratos también jalaba de su cabello, como tratando de que Xóchitl se detuviera, o fuera más lento, o cambiara de rumbo, o porque simplemente no le agradaba. Eso ya no la sorprendería de ninguna manera, al parecer todas las personas del mundo "azteca" la odiaban de inmediato. Eso o intentaban asesinarla (lo que la hacía pensar que quizá por actitudes como esa los Aztecas no eran muy populares).

Xóchitl no podía hacer nada en realidad.

Ni tomar rumbo. Ni detenerse.

Simplemente nada.

No tenía ni idea de dónde estaba, sólo que era un bosque. No tenía ni idea tampoco de cómo ubicarse en un bosque. O como salir de él. O al menos como sobrevivir. Mucho menos estaba preparada por si uno de esos guerreros zombies del sol llegaba a atacarla. O si las sombras de colores fluorescentes lo hacían. O si a Luna y a Ale se les había olvidado decir que podían existir miles de monstruos más que intentarían asesinarla (lo que, con su suerte, era bastante probable que así fuera). Estaba bastante seguro que probablemente había un perro mono allá afuera que buscaba la oportunidad de asesinarla también. O alguna especie de hombres pollo. O quien sabe, quizá un pez asesino, claro ¿Por qué no? Seguro hasta mariposas asesinas, murciélagos. O una especie mutante de pájaro.

Corrían entre árboles, una y otra vez, pasaron como rayos frente a otros animales.

En medio de las sombras y las luces por el día, Xóchitl sentía una sensación muy extraña, como esa que sentía cada vez que se acercaba a la casa de Ale. Cuando empezaba a subir el cerro, tenía una extraña idea de que estaba atravesando algo, como si se estuviera deshaciendo de algo que le pesara. Era casi como viajar en el tiempo, o a un sitio donde el tiempo no pasaba (si eso tenía sentido de alguna forma).

Así se sentía mientras más se adentraba en el bosque, como entrando a un sitio mágico ajeno al tiempo. Como si dijera "Neh, esas tonterías de envejecer, de ser dañados por el pasar de los años no me va ¿Qué te puedo decir? Así soy, así soy". De repente una idea se asomó a la mente de Xóchitl, una que lamentablemente sólo la hacía sentir su cerebro explotando; ¿Sí había más sitios como ese en el país? ¿Dónde estarían? ¿Todos ocultarían algo?

Decidió detenerse allí y no darle más vueltas. En su lugar pensó como deshacerse de la molesta coneja que no dejaba de atacar con rabia incontenible su cabello.

El ladrón (Ale le dijo que se llamaba Daniel) iba cubierto de vendajes que echaban humo.

Ale no se detuvo a explicarle porque el chico sufría esas quemaduras tan severas, seguramente porque él no tenía ni idea de porque sucedían.

— ¡AHH! —gritó de repente Daniel detrás de Xóchitl. La chica soltó un grito tal que el alebrije perdió concentración y dejo caer a la chica, al chico y su coneja.

— ¡¿Qué demonios?! —preguntó alterada Xóchitl levantándose del piso a trompicones, agitando su linterna.

El chico se levantó levemente del piso tocándose allí donde las vendas echaban humo ligeramente. Vio sorprendido como estaba vendado hasta los dedos. Sorprendido y triste.

Los Guerreros del Quinto Sol I: La Máscara de QuetzalcóatlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora