8 La Gran Devoradora de la Tierra

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—Todo en el mundo tiene una historia—dijo sonriendo Ale—. En serio todo, sólo hay que estar atento para conocerlas. Mi abuelita me contaba que todos los ríos estaban conectados entre sí, y que si se sabían usar correctamente podrías llegar a cualquier parte del mundo...

Xóchitl escuchaba realmente muy atenta a su particular estilo.

Eso quería decir que jugueteaba con todo lo que tuviera al alcance de sus manos mientras veía interesada a Ale, sonriendo y asintiendo, volteando a todas partes para captar mejor las ideas de lo que hablaban.

Cenaban en una fondita de comida rápida. Ale sentado en un rincón, con su mejor amiga frente a él. Luna sentada a un lado, sin nada puesto de armadura y con una auténtica chamarra de piel negra encima. Y luego estaba Daniel que estaba sentado frente a Luna, amarrado de los tobillos, y las piernas bien firmes a la silla donde estaba sentado, que a su vez estaba amarrada a la mesa donde cenaban, Lea, su liebrelope, también estaba amarrada como su amigo.

— ¿Cómo es que salieron? —preguntó una vez más Luna.

—Tu amiga cazó un atotolin...—respondió Daniel mientras se llenaba la boca de un platillo tras otro.

— ¿De dónde sacaron un atotolin? —preguntó Luna manteniendo un contacto visual brusco.

—...siempre cargó con dos en mi mochila. Bueno, el caso es que ella lo cazó y...

— ¿Por qué cargas atotolines en tu mochila? ¿Cómo los conseguiste?

—...conozco gente que conoce gente, ellos no preguntan y yo tampoco. Pero volviendo a lo importante, tu amiga cazó a la maldita ave escurridiza y le sacó una piedra de jade enorme de su estómago.

—Sí, resulta evidente que sacó una piedra preciosa. Si no, no estarían aquí.

— ¿Qué? —Preguntó Xóchitl sacada de golpe de la atención a Ale— ¿Qué quieres decir con eso?

—Las atotolin tienen la costumbre de asesinar a sus cazadores...—comenzó Luna, que al ser interrumpida por Xóchitl sólo apretó la mandíbula.

—Sí, si no los cazas en cuatro días—dijo nerviosa y de inmediato Xóchitl.

—...además de eso, niña. Puedes sacar una piedra preciosa de su estómago, pero también puedes sacar un carbón o una piedra podrida.

— ¿Y qué pasa si te encuentras una de esas?

Luna volteó a ver molesta a Daniel, que con una sonrisa triste y cansada, tenía la vista agachada sobre su plato de arroz rojo. —Te mueres. Eso significa que morirás en tu viaje, o en ocasiones de inmediato al tocar la roca.

— ¡¿Qué?! —Gritó alterada Xócitl— ¡¿Cuáles son las posibilidades de encontrarse un carbón?!

—Las mismas que las de encontrarse una piedra preciosa—dijo Luna claramente molesta.

Xóchitl comenzó a gritar, y antes de que Ale pudiera levantarse y amenazar a Daniel con torturarlo si volvía a poner en un peligro así a su amiga, Luna lo detuvo con fuerza sosteniéndolo del hombro y negando en silencio. Ale no lo había pensado hasta que escuchó "atotolin", su abuela les había hablado de ellas. No podía ni debía cazarlas por el peligro de muerte inmediata que corría.

—Vamos, vamos. Hay que tranquilizarnos—dijo Daniel tapándose de los golpes de Xóchitl, mientras intentaba que no le diera a su plato de comida—, no es tan malo cómo suena.

— ¿Cómo qué no es tan malo? —preguntó severa Luna.

—Lea puede oler los recuerdos...—dijo haciendo una caravana a su amiga que comía a su lado—. Ella puede oler cuál de las atotolin tiene la piedra preciosa y cuál el carbón. Nunca falla, o casi nunca al menos.

Los Guerreros del Quinto Sol I: La Máscara de QuetzalcóatlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora