3 Las Sombras Condenadas

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Las dos chicas iban calladas, mientras Luna guiaba al ciervo en medio de la carretera solitaria, abandonada y tenebrosa. Xóchitl trataba de hacer una lista de todo lo extraño que le había pasado en ese día, y decidir qué se ganaba el premio a lo más raro. El primer se lo disputaban cuatro cosas, ver a Ale destruyendo como un guerrero entrenado a un ejército entero de monstruos, luchando lado a lado con una chica con máscara de jaguar que aseguraba tener la lanza de un dios de la batalla, para después invocar a un titán enorme que "le debía un favor"... Que su papá le haya dado permiso de quedarse de vacaciones en la casa de Ale, aún a sabiendas de lo que ella sentía por el chico... Que descubriera que de alguna forma todas las leyendas que alguna vez había escuchado eran reales... O que Ale le hubiera tomado de la mano y haya confiado en ella para que iluminara su camino, y claro que ella fuera quien le mostrara como llegar de nuevo a ella y a Luna. Era una decisión difícil.

Luna, la chica jaguar, se lo había soltado de manera muy sencilla:

— ¿Qué eran esas cosas? —preguntó Xóchitl.

—Guerreros muertos que no cumplieron su penitencia con Tonatiuh—respondió muy seria Luna.

— ¿Tonatiuh? ¿El dios azteca del sol? ¿Cómo es...?

—Los dioses son reales, niña. Todos los dioses y todas sus leyendas, todos sus mitos, todas sus historias, todos sus monstruos... Todo es real. Y esos monstruos de allá atrás son verdaderos guerreros mexicas que murieron hace más de quinientos años, que no pudieron cumplir sus cuatro años acompañando a Tonatiuh y que por algún motivo quieren a Alexandro muerto.

— ¿Y...?

— ¿Qué si son los únicos monstruos reales? ¿O si son los únicos que lo quieren muerto?

—...

—No y no. Lamentablemente, no y no. Hay más de esos, hay muchos más...

...y tendremos que enfrentarlos en algún momento...

Xóchitl se quedó callada desde ese momento. Ya no tenía nada más que decir o preguntar.

Sólo iluminaba hacía atrás de donde el ciervo las llevaba, sabiendo que Ale las encontraría de alguna forma. Quizá por eso le había dado esa linterna, que ella sabía, de alguna forma le permitiría a su mejor amigo encontrarla dónde sea.

Luna aseguraba que ni ella que ni su ciervo necesitaban de luces para poder seguir corriendo en la oscuridad de la noche. Decía que sus ojos estaban acostumbrados a trabajar bajos esas condiciones, pues "la oscuridad se le daba muy bien", sí eso espantó un poco a Xóchitl. Y sobre su ciervo decía que tenía los ojos de un búho, después de que Xóchitl se riera y Luna no, la primera se dio cuenta de que no estaba bromeando. Entonces Xóchitl se percató que su ciervo no sólo tenía los ojos de un animal que no era claramente un venado; sus patas traseras eran las de un jaguar, su cola estaba hecha de las plumas de un ave que ella no reconocía, sus patas delanteras sí eran las de un ciervo, y alrededor del cuello tenía una pequeña y poco espesa melena de león...

Sí... Xóchitl ya no diría nada más.

Al menos podía presumir que Ale no daba citas en absoluto aburridas.

El "ciervo" se detuvo poco a poco de repente. Justo cuando Xóchitl tomaba aire para preguntar qué estaba pasando, Luna alzó una mano ordenando que guardara silencio. No en un plan mandón de "yo soy una guerrera mexica entrenada y tú sólo eres una niña torpe", sino en un aire de "más vale que te quedes callada si quieres que sigamos vivas".

Xóchitl guardo silencio, notando sin querer que Luna llevaba unos guantes que en las uñas tenía unas garras negras, de la misma especie de material que la espada de Ale. Decidió apagar su linterna, porque sí, sería una idea muy estúpida tenerla prendida si había algo que pudiera estar viéndolas.

Los Guerreros del Quinto Sol I: La Máscara de QuetzalcóatlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora