6 Las flores de Xochipilli

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Luna escuchó los gritos de dolor del chico frente a él y casi dudó un instante, casi. Sintió asco al descubrir el olor de lo que estaba tomando aquel idiota antes de que ella llegara. En cuestión de segundos pudo darse una idea del panorama completo e la situación. Ese "té" eran infusiones de flores negras de Xochipilli, el dios del amor y las flores. En ocasiones esas flores eran usadas para medicamentos y rituales de descubrimiento espiritual, peor durante los últimos años eran usadas para mantener esclavizada a grupos pequeños de gente.

Las flores divinas actuaban de inmediato sobre el cuerpo de la persona que las consumiera y aliviaba sus más fuertes dolores, físicos, mentales o emocionales. El problema era que dejarlo sólo provocaba dolores de mayor intensidad, lo que aseguraba a quien la distribuyera un pequeño séquito de gente esclavizada por la necesidad de aliviar su sufrimiento.

Seguro por eso el chico robó sus armas, era lo que sus amos necesitaban.

Antes de hacer la fastidiosa pregunta si debía ayudar o no al pobre diablo frente a ella, Luna se concentró en lo verdaderamente importante; Conseguir sus armas de nuevo y largarse para comenzar a buscar la maldita máscara de Quetzalcóatl. El chico la veía como si fuera un monstruo, lo que a Luna (llevada por la costumbre), comenzaba a halagarle.

El cuerpo de chico comenzó a lanzar humo de constantes quemaduras por todas partes, y Luna sintió como su espejo emitía un brillo rojizo.

Mierda. Pensó Luna apretando los dientes.

Eso era demasiado extraño, pero en ocasiones había personas que podía ver por encima del espejo de Tezcatlipoca, lograba ver más allá de la ilusión creada. Luna había tenido esas experiencias ya, y jamás acababan bien. — ¿Dónde están? —insistió severa Luna.

El chico se levantó gritando de un dolor desgarrador, mientras la jaguar vio como la piel del ladrón se deshacía en quemaduras, sus ojos emitían un brillo espectral y de su boca salía humo como si se estuviera incendiando por dentro. El chico se lanzó sobre ella, y antes de que pudiera alcanzarla, Luna le dio un puñetazo en la barbilla para dejarlo inconsciente. Una lebrilope comenzó a golpearla y lanzarle rocas, incluso llegó a morderle una rodillas. Luna tomó a la pequeña bestia del lomo y la vio a los ojos.

Era claro que el animalito se había intimidado severamente con la mirada de cazadora de Luna, pero siguió alegando.

—Mira, ya no está gritando ¿Lo ves?

El animalito volteó a ver a su amo, mordió los dedos de Luna y corrió al lado de la cabeza del chico, para intentar despertarlo.

—No despertará—dijo con voz firme Luna.

La librelope comenzó a untar desesperadamente ungüento en la piel ardiente de su amo.

Luna olió un poco de ungüento y trató de determinar de qué estaba compuesto. Esa curación claramente no era distribuida por los líderes del ladrón. Sólo sintió algún extracto de maíz, pero no pudo prestarle demasiada atención; escuchó como iban personas tras ella a la casa de campaña dónde se encontraba. Podría escaparse en cuestión de segundos, sin dejar rastros más que la tienda que destruyó sólo para apantallar.

Pero no podía dejar a aquel chico tirado allí.

Pero no podía cargar más peso muerto con ella en su misión.

Pero no tenía nadie que pudiera ayudarla a recuperar las armas...

—Empaca todo lo que necesiten—ordenó Luna a la coneja, que la vio espantada— ¡Ahora mismo!

El lebrilope guardó vendas, una camisa y una sudadera en una mochila. Luna le lanzó los frascos de ungüento y se maldijo en silencio sabiendo que aquella no era una buena idea de ninguna forma. Cargó al chico en su hombro y salió corriendo con la mochila en el brazo libre. De la nada la coneja estaba posada en la cabeza de Luna.

Los Guerreros del Quinto Sol I: La Máscara de QuetzalcóatlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora