2 El Regreso de Yareth

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Alexandro Martínez, el hijo de la gran guerrera águila Gabriela Martínez; la desoladora de los maciltonaleque, la destructora de montañas, la desolladora de Cipactli, la que había logrado burlar la telaraña de Tócatl, la única mujer que se había enfrentado a Cihuacóatl...y había sobrevivido para contarlo..., enemigo mortal de los tlahuepuchi, la bebedora del conocimiento... Sí, sin duda Alexandro no se acercaba ni de lejos a la grandeza de su madre.

Gabriela se había vuelto más que una leyenda en el Telpochcalli, Luna había crecido escuchando todas las historias de la gran Gabriela. Todo el mundo hablaba de sus grandes proezas y de las incontables vidas que había salvado, en incontables veces, en incontables lugares, contra incontables monstruos... Para Luna era distinto, para Luna, Gabriela no era la más grande heroína mexica, sino la razón por la que casi toda su familia había sido asesinada.

Alexandro, el hijo de la asombrosa e increíble Gabriela Martínez, no parecía para nada su hijo. Parecía casi imposible de imaginar que aquel chico delgaducho y bajito, de piel pálida, cabello sucio y despeinado, descalzo con los pies llenos de lodo y hojas, con un pantalón roto y sucio también, pudiera ser hijo de la gran Gabriela Martínez. De la mujer de la que incluso se llegaban a dar clases enteras sólo sobre su vida, sus aventuras y las enseñanzas que había dejado.

— ¿Quién viene a matarme? —preguntó con voz severa Alexandro.

Una voz que no correspondía en nada a la que esperaba que tuviera.

—Yareth—respondió Luna, que al pronunciar aquel nombre sintió como si estuviera bebiendo veneno.

Alexandro pareció aterrado al escuchar ese nombre. Todo aquel que tuviera lamás mínima idea de cómo funcionaba el mundo temblaba al escuchar ese nombre.

— ¿Quién es Yareth? —preguntó una chica que estaba acompañando a Alexandro.

Luna respiró molesta.

—Viene por ti, Alexandro Martínez, y si no escapamos de aquí pronto, es seguro que te asesine.

Y de esa forma sea totalmente imparable e invencible.

—No tengo ni idea de quién eres—dijo Alexandro, con un tono tranquilo, evaluando la situación— ¿Cómo puedo confiar en ti?

Luna esperaba que preguntara eso. Se movió la máscara de jaguar que llevaba, sólo lo suficiente para que Alexandro la pudiera ver a los ojos. —Porque tu madre confío en mi padre. Porque tu familia confía en la mía.

Hubo una discusión larga entre las miradas de ambos. Ahí Luna notó que Alexandro tenía una mirada fiera, poderosa y dura, se sintió casi intimidada por ella, casi. Luna le dijo con la mirada toda la historia de su familia, hasta dónde conocía, hasta dónde entendía, pero más allá que eso, hasta dónde la sentía. Ella era la única opción de sobrevivencia para él. Él debía de saberlo.

Pero más que eso, y lo dejó claro con sus ojos, no lo salvaba porque quisiera ayudarlo, o porque sintiera algún deber hacía él; no, lo hacía porque sabía que si no lo hacía, entonces los maciltonaleque lo sacrificarían y al beber de su sangre se harían indestructibles, y entonces tomarían al Telpochcalli. Le mostró todo lo que pasaría si se dejaba capturar, si no iba con ella. La muerte, el caos, y la destrucción que esa decisión provocaría en el mundo entero.

Él le mostró su fiereza. Le mostró la luz interna que brillaba en su interior, que sin duda demostraba que era un hijo del oeste. Hizo una pregunta tras otra, de la situación, de lo que pasaría realmente, si tenían algún chance de sobrevivir. Y por último le dijo algo relacionado con su abuela, que Luna no acabó e interpretar del todo, lo que si captó fue que corría un peligro de muerte y que necesitaría de su ayuda para salvarla. Luna no aceptó a nada, él lo notó, pero ambos decidieron que esa no sería una discusión que tendrían en ese momento.

Los Guerreros del Quinto Sol I: La Máscara de QuetzalcóatlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora