15.- Rarezas de nosotros.

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Rarezas de nosotros (y de los demás).

A pesar de tener veinte y tres años, aún amaba saltar sobre las hojas secas que traía el otoño. Los árboles permanecían agitando sus ramas haciendo que las delicadas hojas color café, que se escabullían, se deslicen suavemente hasta terminar en la acera o en los parques de la ciudad. Me encantaba pisarlas, el sonido que hacía me recordaba a cuando era niño, a todos los otoños por los que he pasado. Y eso era más que hermoso.

Aunque la verdad es que no me gustaba que las personas lo sepan. Cuando caminaba con Audrey por una de las calles, iba pisoteando y escuchando ese placentero crujido que tanto me gustaba.

Des caminaba velozmente haciéndome dar pasos largos ya que traía puesto su collar y yo halaba de la cadena. Llevaba mi zapato entre sus dientes, se apoderó de el, y ahora creo que más que mi zapato era su juguete.

-Se me ha vuelto una costumbre escucharte disculparte por cosas por las que ni siquiera has sido culpable -Sonreí mirándola de reojo.

Audrey traía un saco plomo, botas del mismo color y un pantalón vino. Llevaba la gorra de su sudadera y las manos en los bolsillos. Esbozó una sonrisa de labios mientras negaba con la cabeza.

-Fue mi culpa, no debí haber hecho ningún comentario sobre el novio de tu hermana -Su sonrisa se borró y volvió la mirada a sus botas-. Si no fuera por mí siguieran felizmente juntos.

-Nos has hecho un favor -comenté-. No me agrada ese idiota, Ágata lloraba día y noche por él y él es un completo imbécil. Estamos mejor así.

Audrey se detuvo de la nada, me había adelantado dos pasos, me giré a verla, haciendo que Des también se detuviera. Tenía su mirada plantada en mí, de manera reprobatoria, el ceño ligeramente fruncido y los brazos cruzados.

-Ella lo quiere, porque tú estés bien no significa que Ágata también lo estará -Volvió a caminar dejándome a mí pasos atrás.

Corrí hasta llegar junto a ella.

-No estaba bien que sigan juntos. Ver a Ágata llorar por él era molesto, está mejor así -refuté evitando toparme sus ojos para que no me vuelva a mirar mal.

-Para ti está bien, para ella no -Me alcé de hombros-. Es igual a que yo te diga que te quedarás con Des, para ti no está bien.

-Eso es algo muy distinto -argumenté mirando al perro olfatear por el asfalto.

-Pensamos diferente. Siempre, deberías entender eso, e interesarte por los demás -Nos detuvimos frente a la casa que nos dijeron, Audrey se paró frente a mí y añadió-. No todo gira alrededor de ti. Hay imbéciles con mejores estupideces que las tuyas.

Giró sobre sus talones dejando lo que me quedaba de dignidad más hundida que las raíces de los árboles. Ella caminó hacia la entrada, tocó el timbre, en ese momento tomé el valor para ir a pararme en aquel porche. Tomé a Des en mis brazos, guardé mi zapato en el bolsillo de mi sudadera y me paré junto a Audrey.

A los pocos minutos nos abrieron la puerta. Era Danny, mi compañero de trabajo, el chico afroamericano con cabello como de militar. Tenía una extensa sonrisa de dientes relucientes, sorprendentemente blancos. Fueron unos segundos que pasamos mirándonos el uno a otro, ganandonos una crítica propia de la primera impresión. Titubeé un poco mientras lo miraba expectante, esperando, quizás, que sea él quien primero debía hablar. Tal como dije, pasó.

-¡Gussy! -saludó halándome hacia él para darme un abrazo como si no nos hubiésemos visto durante años. Es que la gente es realmente exagerada. Luego se giró y vio a Audrey-. Danny Evans. Un gusto -Extendió su mano y Audrey lo saludó de igual manera.

La mejor pesadilla de GusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora