21.- La tumba de los peces dorados

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La tumba de los peces dorados.

Audrey Jamie Blakeway Fink. Nació en alguna parte muy lejos de donde vive actualmente. Llegó al mundo en una mañana de sol según su mamá, según su papá fue en la noche y estaba lloviendo, sus padres dicen que nació en casa. La verdad es que no lo recuerdan. 

No le gustaba su segundo nombre y si le preguntaban nunca lo decía. No le gustaba que su cabello crezca. No le gustaba ese escaso número de pecas que tenía en sus mejillas, ni el lunar de su rodilla. No le gustaba su ropa, ni sus juguetes. Cuando creció no le gustaba su habitación ni su celular. A Audrey Blakeway le parecía difícil hasta un rompecabezas para niños de tres años y no porque odie los rompecabezas, sino porque era una muchacha sumamente complicada.

Le molestaban sus padres y su insistencia sobre que Audrey siga derecho en la universidad. Le molestaba sus tíos, sus abuelos y el descaro de sus primos al pedirle su celular para jugar a nadie sabe qué. 

Le molestaban las reuniones obligadas y también sus compañeras de clase. Era un fastidio los partidos de baloncesto que veía su padre los domingos en la tarde. Y los programas de cocina de su madre en las noches.

—¿Por qué los ve? —Se preguntaba a si misma—. Si ni siquiera sabe prender la cocina.

Tenía razón, Rosie, la señora del hogar no pisaba la cocina bajo ninguna circunstancia. "Para eso tenemos sirvienta" se justificaba.

Odiaba el color blanco de su casa y la falta de color de la misma. Odiaba esos cuadros que no tenían más que una mancha que "adornaban" su casa. Odiaba las historias de su padre, específicamente aquella que contaba siempre.

—Entonces demolimos la casa de los Mc'adams. Pero el perro se quedó adentro, vimos como este voló con los pedazos de la casa —Y se reía. Él y sus colegas se reían. ¿Por qué les parecía gracioso algo tan cruel?

Audrey odiaba a la gente que creía tener más poder del que en realidad tenían. A los narcicistas, a los egocentristas, a los agresivos, a los inhumanos. A veces ella creía que todos esos defectos que odiaba en los demás, eran justamente los defectos que tenía su padre, Thadeus. Su padre... quien curiosamente prohibió a la chica a tener un perro. Su padre quien odiaba a los perros.

Audrey tenía un problema de odio y desprecio sin medidas. Pero todas las cosas mencionadas no le eran tan desagradables como la gran pecera que adornaba el estudio de su casa. 

No le dejaban tener perros, pero su papá se daba el placer de comprar peces y tenerlos hasta el legítimo día de su muerte. Luego de eso los mandaba al retrete y los reemplazaba como si nada. Su padre tenía una obsesión con los peces, los trataba mejor que a su familia. Todos los peces y el equipo que tenían estaba valorado en, más o menos, 2000$. Sí 2000$ en el mantenimiento de peces. Su mamá no se quejaba, así quisiera quejarse no lo hacía.

¿Cómo Audrey sobrevivía en esas circunstancias en las que se mantenía? Había algo que la hacía mantener sus ganas de vivir. Era mayor a Audrey con 4 años, castaño, casi rubio, con los mismos ojos verdes de ella, y a quien debía llamar hermano. Ella lo llamaba Efs. Edward Foster Blakeway Fink.

No le era malo casi nada. Estaba en Bellas Artes siguiendo artes plásticas, vivía con sus padres, no se le daba por tener pareja ni por quejarse del mundo, un conformista se podría decir, con miedo a arriesgarse. No odiaba nada y tampoco amaba nada. A excepción de su hermana. Para él, fue lo mejor que le pudo pasar a los 4 años y lo mejor que le ha pasado en toda su vida. De igual manera, era su padre la única cosa que le molestaba.

 Nada suena tan mal. Es la breve historia desordenada de una chica cualquiera con una vida cualquiera.

¿El problema? Los peces.

La mejor pesadilla de GusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora