Improving fast [pt.2]

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—Tae... ¿Es en serio? —Jimin me devolvió a la cama y me imposibilitó volver a levantarme, dejando apoyada una mano en mi espalda y otra en mi pecho para asegurarse de que me atraparía si por algún casual volvía a caer.

—Claro que es en serio. Te van a caer genial, en especial con los que quedo a diario. En cuanto termine los exámenes tendré las tardes libres así que podremos estar todos juntos, pero mientras tanto podemos vernos en los descansos. —Reí un poco, recordando el día que me dio la nota. —Total, ya sabes dónde es, Sherlock.

—¡Y te quejarás! Si no hubiese sido porque soy un valiente, —Hizo esa última palabra algo más sonora. —ahora mismo no estaría aquí contigo, intentando cuidarte. —Levantó una ceja y frunció los labios, intentando parecer molesto. —Pero alguien no me quiere decir cómo ayudarle.

—¡Pero si lo he hecho! Iba a por los medicamentos, y no me has dejado.

—Es que no me fío.

—Pues fíate. En el maño, el primer cajón de la izquierda debajo del lavamanos; la caja azul en la que pone "Armorxicillina".

—Pero...

—¡Oh! —Medio-grité, exagerando mis expresiones y acciones. —¡Me muero, Jimin, qué dolor! ¡Cof, cof! ¡Pobre de mí! ¿Qué haré sin mi remedio? ¡Soy demasiado joven para que me lleves, señor!

—¡Vale, vale, voy a por tu dichosa caja! —Le vi levantarse, y con resignación se dirigió al cuarto de baño.

—¡Y trae un vaso de agua!

Aunque no escuché respuesta, sabía que me había oído. Entonces, me tiré en la cama boca arriba, ignorando los papeles, los libros, los lápices y bolígrafos y el cuaderno que usábamos para estudiar, y me puse a pensar. Tenía muchas ganas de que finalmente se conociesen, pero a la vez tenía temor. Jimin se había convertido en alguien a quien quería proteger de todo mal existente, y aunque confiase ciegamente en mis amigos-casi-hermanos no sabía lo que podría salir de esa unión.

Mientras revolvía las posibilidades, sentí que me pesaban los ojos, y que iba a caer dormido de no ser porque quise echarle un último vistazo a la pintura blanca que se sostenía a unos cuantos metros de mí. Sin embargo, me encontré con una mirada preocupada y unos mechones naranjas demasiado cerca de mi nariz. Jimin me miraba atento, sin saber si hablar o quedarse esperando, y agradecí al cielo haber abierto los ojos porque no quería quedarme así delante de él. Cuando nos conectamos se asustó un poco, y pude distinguir un leve sonrosado en sus mejillas, al igual que cuando estábamos en la calle, o eso o mi mente nublada me estaba jugando una mala pasada.

—Y-ya te lo he traído. Está en la mesilla. —Aunque estaba sentado a mi lado, se apartó un poco, quizá por la vergüenza, y no pude negar que me entraron ganas de hacer lo mismo.

—Gracias.

Tras tomarme la pastilla y explicarle a mi amigo el por qué no se masticaban, seguimos con mi clase, o al menos lo intentamos porque cada dos por tres se me andaba yendo la cabeza, hasta que decidimos parar. Se había hecho tarde, y antes de darnos cuenta mi madre había llegado a casa, la cual decidió preparar la cena ya que mi padre seguía demasiado ocupado escribiendo su novela.

Como era costumbre suya, invitó a Jimin a cenar no sin antes hacerme el interrogatorio típico que siempre hacía con toda cara nueva que pasaba por casa; que cuántos años tenía, que dónde le había conocido, sus gustos, que si me gustaba... Casi escupo mis propios nervios cuando lo dijo delante del invitado, pero el sonido del (ahora en un altar) horno me salvó de responder. Esa noche tocaba pizza, y por un momento pensé que la fiebre se me pasaría con solo probar un bocado del delicioso manjar que me ofrecían delante de mis papilas gustativas.



—Gracias por invitarme, tu madre es muy agradable. —Estaba despidiéndole, arropado con una manta, apoyado en el marco de la puerta de la calle. Me había costado horrores convencerle de que al menos me asomase para decirle "adiós", ya que ponía de excusa que cogería frío y demás cosas que repetía de la boca de mi madre. Nos alumbraba la luna, brillante como ella misma, y por un momento recordé la primera vez que hablamos, hacía casi un mes ya de aquello, y podría asegurar que la intensidad era la misma y la claridad semejante.

—No hay de qué, puedes venir cuando quieras. Aunque creo que mañana no iré a clase... —Dije, evitando mostrar el escalofrío que me arrancó un tiritón totalmente desprevenido. Nos quedamos en silencio, sonriéndonos, y de un momento a otro, Jimin miró al cielo.

—Debería irme ya, me levanto temprano y quiero al menos dormir un poco.

—No me digas que te levantas a las cuatro. —Le reproché, preocupado.

—¿Cómo lo sabes? Q-quiero decir...

—No disimules, te he escuchado. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? Eran las cuatro cuando te vi.

—Oh... —Pareció recordar, y se tapó un poco más con la bufanda que le había prestado. —Sí, vale, me acuerdo... ¡Es que...!

—No hay excusas, tienes que dormir más. A parte, ¿y si alguien te ve y te quiere hacer algo malo?

—Nunca ha pasado eso.

—¡Pero puede pasar! —Ese chico no parecía comprender el peligro, y me estaba poniendo nervioso.

—Tae, está todo bien, en serio.

—No está bien, porque... —Me callé cuando le sentí pegado a mí. Me estaba abrazando, y no supe si fue para que me callase (o sea, por pesado), o porque estaba comenzando a enrojecer producto de las bajas temperaturas.

—Confía... en mí, ¿vale? —Me susurró al oído, y antes de que pudiese decir nada, asentí, optando por no romper lo bonito que le había quedado ese gesto y el aumento de los latidos que con ello había provocado en mí.

Finalmente se fue, dejándome con ganas de más cariño. Supe que tenía que esperar para volverme cercano a él, pero no podía resistirme cuando le veía comportarse de una manera tan tierna.

En cuanto toqué la cama me dormí al instante, tanto por la fiebre como por mi falta de energía, pero eso no me impidió respirar unos segundos cruciales para tener el mejor sueño que podía haber presenciado en todo el año.

Esa noche soñé con Jimin.

Orange waves - Vmin [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora