Falling down

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Diez minutos.

Diez minutos había sido el tiempo que había permanecido pensando en la cama, tumbado, mirando al techo y preguntándome en qué me había estado transformando. Yo no era así, sabía que no lo era, pero algo dentro de mí había resurgido, algo que tenía guardado en el interior, como todas las personas de este mundo. Siempre, siempre nos importaba el "qué dirán", la apariencia, el aspecto. ¿Por qué nos molestábamos en combinar colores, ropa, estética? Porque nuestros ojos nos controlaban, nuestros ojos nos dictan la vida y hacen que tomemos decisiones, nos guían, pero también nos desvían de la realidad.

Y eso mismo habían hecho conmigo.

Sin casi darme tregua a mí mismo para ponerme los zapatos, el abrigo y los guantes salí como una flecha de mi casa, sin cerrar la puerta, gritando a alguien del interior que lo hiciese por mí, y me monté en mi bicicleta corriendo mientras cogía carrerilla. Jimin aún no debería haber llegado a su casa, él solo era propenso a tardar incluso más que cuando le acompañaba, ya que tenía por costumbre caminar despacio, calmado, como si el tiempo no le importase lo más mínimo y las distancias solo fuesen una cosa innecesaria en su día a día.

Aunque estuviese cuesta abajo, pedaleé, sabiendo el riesgo que suponía una posible caída. Me sabía el camino de memoria, por lo menos el que conectaba las calles de mi casa con la principal, la que llevaba a los otros lugares de la ciudad, pero no me paré a pensar que tenía que atravesar una especialmente estrecha, en la que, aunque no fuese calle sino asfalto rodeado por cunetas y algo de campo, malamente entraba un solo coche en la carretera.

Iba mirando al frente, respirando como podía, con el aliento cortado y pensando todas las disculpas posibles que se le podían ocurrir a mi cerebro en ese momento, hojeando los libros de mi memoria investigando las palabras adecuadas y las expresiones más sinceras.

Sin embargo, lo inevitable pasó.

Y es que solo la luna iluminaba el camino, y quizá alguna farola lejana, pero una sombra que avanzaba atropelladamente se cruzó en mi camino, justo viniendo frente a las ruedas que giraban sin cesar. Tenía miedo ya que esa velocidad era demasiado peligrosa e íbamos a chocar casi al cien por cien, y lo reflejé pegando un giro con el manillar demasiado brusco, buscando rodear a esa persona, pero la fuerza que empleé se me fue de las manos. Terminé perdiendo el equilibrio y estampando mi cara contra el suelo, mis manos y mis rodillas. Caí de lado, pero eso no aminoró el golpe. Supe que avancé varios metros, ya que empecé a notar que algo se escurría en mi rodilla y que un frío entraba por mi pierna, producto del desgarramiento de los vaqueros que hasta hacía un momento estaban en perfecto estado. También sentí mi mano arder, aunque solo fue la parte de abajo, y mi rostro escocía como nunca antes le había sentido, desde casi la barbilla hasta el moflete derecho. Tardé un poco en recobrar el sentido, ya que sentía que me  mareaba. Todo se vio blanco pese a estar oscuro, hasta que una voz se acercó cada vez más y me hizo abrir los ojos. Al principio, sus palabras eran confusas, pero finalmente sonó un claro "¡Tae, Tae! Dios mío, ¿estás bien? ¡Tae!"

—Jimin... ¿qué haces aquí? ¿llevo mucho tirado...? —Me incorporé con su ayuda, quedando sentado, con los raspones expuestos. Aunque todo se estuviese tiñendo de rojo, no podía sentir dolor, y era una sensación de lo más curiosa para mí.

—Iba a tu casa, y menos mal que lo hacía. ¡Estás sangrando, Tae!

—Lo sé, lo noto... Arg. —Poco a poco, todo fue funcionando en mí, y las heridas comenzaron a hacer efecto.

—Tenemos que llevarte a casa, hay que curar eso ahora... —Se levantó para ir a por la bicicleta que había quedado tirada entre el pasto, pero le agarré de la chaqueta con la mano que tenía libre.

—Espera, espera. Jimin, tengo que...

—¡No hay tiempo! Hay que desinfectar eso, Tae.

—¡Escúchame, Jimin! ¡Hazme caso ahora a mí! —Casi grité. —Lo siento, lo siento, lo siento mucho. Lo último que quiero ahora mismo es hacerte daño, y me he comportado como un... gilipollas. Porque es lo que he sido, pero te prometo que eso va a cambiar. No podía aguantar que estuvieses así, porque si yo me siento horrible, no me imagino cómo te debes estar sintiendo tú. Me importas y me merezco que no me perdones. —Se me humedecieron los ojos de nuevo. Sin embargo, no duraron mucho, ya que sentí su cuerpo sobre el mío, unos brazos apresando mi espalda y acariciándola con cuidado.

—Tae... Perdóname a mí, por favor. Me he pasado, y sé que has tenido tus razones para no presentarme...

—No. —Le separé, para mirarle a los ojos. —Échame la culpa, no puedes ser tan bueno, Jimin. Pareces un ángel, y yo no creo en esas cosas. —Le vi sonreír, y llevó una mano a la mejilla que no tenía roja para acariciarla.

—Creo que tú y yo no podemos pelear, Tae. Acepto tus disculpas. —Nos quedamos mirando unos segundos eternos, pero necesarios. —Tenemos que irnos, ¿puedes caminar?

—Me extraña. De todos modos, puedo intentarlo.

Y vaya que lo intenté, pero me dolía demasiado como para poder si quiera ponerme en pie. Ante aquello, el chico que estaba a mi lado tuvo que cargar conmigo a la espalda, mientras que llevaba la bicicleta agarrada con una mano. Poseía una fuerza que creí que no existía en él, pero que en efecto, portaba, y acabó por llevarme de vuelta a mi hogar.

A mi madre casi le da un infarto, pero por suerte no fue mucho. Un raspón que se curaba con agua oxigenada y Vetadone* no necesitaba más que unas gasas y reposo. Jimin permaneció cogiéndome la mano todo el rato que me estuvieron quitando la arena que se me había quedado pegada, y de no ser por el hecho de que dormir juntos me supondría una incomodidad, lo hubiese hecho.

En cuanto pude caminar de nuevo con libertad, me aseguré de llamar a todo el grupo para vernos en el parque, a la hora de siempre, en el banco de siempre.

Había llegado la hora de incorporar a Jimin.


Orange waves - Vmin [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora