Small party

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—Pide un deseo, Tae.

Entonces cogí aire, soplé la vela, y deseé haberte conocido antes.


Había permanecido cerca de una hora sentado en nuestro lugar tan especial e importante. Un viernes por la noche, sabiendo que al día siguiente estaría de vuelta en casa, metido en la cama, asqueado con mi actitud. Al principio, mis amigos no me habían tomado en serio con lo de la fiesta, pero verdaderamente no estaba de humor para una. Quería hacerme creer que para la de Navidad todo mejoraría, o en el peor de los casos, que para año nuevo ya sería el mismo de siempre, sin embargo, la realidad era distinta. Intentar olvidarme de él, de Jimin, era imposible en todos los sentidos de la palabra. Saber que estaba cerca, en la puerta del instituto, aunque no le estuviese viendo, era suficiente como para que el corazón se me acelerase y quisiese salir de mi pecho. Solo recordar su risa, o la manera en la que sus ojos se hacían líneas cuando se adormecía por las mañanas me hacía ver que estaba entrando en un callejón sin salida, o más bien, que no podía salir del callejón en el que me había metido. Y es que Jungkook no sabía lo que tenía. Apreciar cada segundo que estaba con Jimin, respirar los minutos tan suaves que nos regalábamos era verdaderamente algo indescriptible, que ni en miles de años podría llegar a expresar con palabras. Tiempo que se me había escapado de las manos, y no por no haberlo vivido, sino por haberlo perdido sin estar a su lado.

No quería festejar nada, pues no tenía nada. Jimin era demasiado, había significado demasiado.

Pero se hicieron las cuatro, y solo las estrellas me indicaban que seguía despierto.

Entonces, me pregunté por cuánto tendría que esperar.

"Jimin...", le susurré al viento.

Y como si este tuviese oídos, me respondió.

—¿Qué?

Estuve a punto de decir todo lo que echaba de menos, hasta que me di cuenta de que no había sido una corriente de aire lo que me había hablado. Abrí los ojos que había cerrado y me giré, encontrándome el rostro de mi amigo a mi lado. Había llegado como si nada, con su tan habitual sigilo, y yo como un idiota no me había dado cuenta.

—¿Qué haces aquí? —Le pregunté, pues era la primera vez que pisaba ese sitio desde hacía un tiempo. ¿Vendría con alguien? No, eso era imposible. Al fin y al cabo, no había amanecido.

—Lo siento. —Me dijo, serio, con la voz grave que ocultaba tras su garganta. —No sé por qué no... por qué no te lo he dicho antes. —Aquello me había pillado desprevenido, y no supe qué contestar. Me tomé unos segundos, antes de decir algo.

—¿Por qué lo sientes? —Quizá la respuesta la tenía yo mismo en esos episodios de angustia que tenía a las espaldas, pero no lo vi, no quería verlo.

—¿De verdad crees que no lo sé? Por mi culpa no quisiste hacer tu fiesta. Ni quieres venir con Jungkook y conmigo, ni me hablas, ni... Ni hacemos todas esas cosas antes de que conociese a tus amigos. Creo que sé por qué tenías tanto miedo de que les conociese. Tú sabías que nunca se reirían de mí, ni que me juzgarían, unas personas tan maravillosas no son así, tú no hablas con cualquiera que puede ser malo, y lo sabes. —Inspiró profundamente, para seguir. —Tenías miedo de que pasase lo que ha pasado, y he estado tan ciego...

—No es para tanto, Jimin... —Intenté decirle, pero no pudo ser ya que me cortó antes de que pudiese continuar.

—¿Que no es para tanto? ¡Te he dejado apartado completamente! Me olvidé de venir aquí, me olvidé de acompañarte por las mañanas, ya ni te hablaba. Tus amigos son increíbles, pero no es lo mismo que estar contigo. Porque tú eres mi mejor amigo, Taehyung, tú y nadie más, y quiero que lo sepas, porque yo nunca voy a... —Paró de hablar en el instante que notó mis brazos rodearle y acunarle. Negó con la cabeza antes de corresponderme.

—Nunca podré enfadarme contigo, nunca.

Entonces, me planteé el por qué todos nuestros problemas se acababan solucionando con abrazos. Pero recordé que quizá, y solo quizá, estuviésemos hechos para darlos.

—Tengo un regalo para ti. Aunque falte para tu cumpleaños. Sé que no querías fiesta, pero... Compré una tarta pequeñita. —Hizo una mueca de arrepentimiento y miró al suelo, pues nos habíamos levantado. —Es de chocolate y nata. Y tiene fresas.

—Está bien, vam...

—¡Espera! Te quiero dar el regalo aquí. —Metió la mano en el bolsillo de su abrigo, y rebuscó con los dedos algo que se encontraba perdido en su interior. A medida que exploraba la tela pensé en las miles de cosas que podrían ser, hasta que finalmente sacó algo que escondió bajo su puño. —No tengo mucho dinero, por lo que no he podido comprar nada. —Extendió el brazo y tendí las manos para recibir lo que tenía que soltar.

Era una pulsera con un cordón de cuero, de la que estaban atadas varias caracolas pequeñas, conchas y alguna perla. Tenía un nudo ajustable, pero pareció que estaba hecha a medida de mi muñeca, ya que casi ni sobraba cuerda cuando la ajusté tras ponérmela. Todo cobró sentido, y entendí el precioso valor que tenía ese objeto. Jimin había escogido una de las cosas que más amaba -por no decir la que más- y me la había entregado, con el plus de asegurarse de que la llevaría a todas partes.

Que portaría el mar conmigo.


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—Es... Preciosa. ¿La hiciste solo? —Le pregunté atónito, ya que seguía sin creerme que hubiese sido capaz de crear semejante maravilla.

—¡Sí! Aunque gasté muchas conchas. La mayoría se rompían cuando les hacía el agujero.

—Muchas gracias. Creo... —Murmuré, mirando el obsequio que adornaba mi piel. —que es el mejor regalo que me han hecho nunca.

—¿En serio? ¡Cuánto me alegro! —Exclamó mientras se llevaba una mano al pecho, soltando los nervios que había tenido acumulados. —Ahora vamos a casa, que hace frío.

Asentí, y el camino se sintió efímero. Su padre estaba dormido, por lo que no podíamos hacer mucho ruido. Sacamos el menudo pastel de la nevera, y lo llevamos hasta el cuarto de mi amigo, no sin antes agarrar una vela y un mechero para prenderla.

Cuando estuvo asentada encima de la mesa del escritorio del chico, con la vela prendida, y con la tenue luz del fuego iluminando nuestras caras, Jimin rompió el silencio que habíamos guardado hasta encontrarnos con la puerta cerrada, ajenos a cualquier cosa que pudiese pasar fuera de esa habitación.



—¡Feliz cumpleaños adelantado! —Me deseó, y empezó a partir la tarta.

Comimos entre susurros y risas fugaces, como si no hubiese pasado nada, como si esos días hubiesen sido un capítulo borroso en nuestra historia. Vimos el pasar de la luna sobre nuestras cabezas, y disfrutamos de la compañía más que ninguna vez. De un momento a otro, me había convencido para quedarme a dormir. Y cómo no hacerlo después de haberme regalado tan precioso cumpleaños.

Antes de caer por completo en el inmenso mundo de los sueños, pensé escuchar un hilo de voz ronco, que decía sobre la noche y algo bueno.

Después, me hundí, tras sentir unos húmedos labios besando mi mejilla.

Orange waves - Vmin [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora