Esa mañana, el amanecer era de un color diferente.
Quizá fue porque en lugar de echar mermelada, puse aceite en mis tostadas. A lo mejor, nada más despertarme tener el móvil entre las manos no era una buena idea, ni para mi cabeza, ni para mi vista. Posiblemente fuese porque llevase las gafas por la calle, en lugar de lentillas, las cuales dejé apartadas en un rincón en mi habitación ya que me resultaban especialmente molestas a esas horas del día.
Quizá fueron los graznidos de las gaviotas, que estaban especialmente bajas y resonaban más en mis oídos, o el momentáneo tráfico que se montó por el parón repentino de un coche en medio de la carretera. La ausencia de la brisa marina que las olas traían consigo, o el simple hecho de no llevar guantes y que se me estuviesen congelando los dedos que tenían apresado el manillar.
Quizá fuese una de esas de razones que no paraban de balancearse entre mis posibilidades.
O quizá, fue porque Jimin no estaba ahí.
Estuve las tres primeras horas angustiado, con el corazón en la garganta. Quedarse dormido era una opción especialmente viable, aunque la descarté cuando pensé en lo emocionado que debería estar por nuestro encuentro con los demás. Los minutos se hacían interminables, y a medida de que avanzaba la manecilla en el reloj que había encima de todas las pizarras del instituto, también lo hacía mi temor. Movía las piernas todo el rato, impaciente porque sonase la sirena que parecía sacada de una estación de bomberos capaz de arrancarte los oídos si te pillaba por encima, deseando poder ir a la velocidad de la luz a la puerta.
Y entonces, recibí la señal, y toda la clase comenzó a ponerse en pie.
Recogí lo más rápido que pude, sin esperar a nadie, salí disparado por la puerta, tropezando con mis propios pies mientras intentaba colocarme la mochila a la espalda, ya que ni había cerrado la cremallera. Mis manos se escurrían, pero al fin lo logré, y en cuanto paré de correr justo ante la línea que separaba el recinto de la calle, giré la vista en todas las direcciones posibles, encontrándome de un momento a otro con la de un Jimin tímido, que enredaba sus dedos entre sí, jugando con ellos y esperando a que viniera a buscarle.
—¡Tae! —Exclamó, y se acercó a mí, que aún estaba sofocado. En efecto, había sustituído su matinal rutina de mirar las olas para venir aquí, y algo dentro de mi pecho se retorció, avisándome de que, de alguna manera, esa no era buena señal.
—Hola. —Le saludé, con el corazón en un puño. Se empezaba a ver a los alumnos salir para fumar, ir a comprar a la tienda de la esquina o simplemente reunirse con sus otros amigos fuera. —Hoseok y Jungkook tienen que estar al...
—¡Jiminnie!
¿Jiminnie?
—¡Hola, mandarina!
Mandarina.
—¡Hola, chicos! ¿Qué tal la mañana?
Eso fue lo último que escuché antes de que los tres comenzasen a hablar, y mis pensamientos me hundiesen muy profundo en el océano que eran mis neuronas. Aunque estaba ahí, me ausenté por completo, y dudé entre si lo hice por voluntad o porque algo dentro de mí me estaba arañando las entrañas. Aunque lo odiase, aunque me repudiase la idea, no pude negar que estaba un poco celoso por ¿nada? Pues no tenía razones para estarlo.
Momentáneamente, una exclamación me hizo volver a la realidad, y miré para comprobar que el dueño de la voz había sido Jimin.
—¡Sería genial, Jungkook! —Sus ojos brillaban, al igual que su sonrisa.
—¿El qué?
—¿No te has enterado, Tae? —Me preguntó, y negué con la cabeza. —La madre de Jungkook trabaja en un sitio cerca de mi casa, y siempre pasa por ahí para ir a verla después del instituto. ¡Podemos ir juntos! Menuda casualidad ¿no crees?
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Orange waves - Vmin [PAUSADA]
FanfictionTodas las mañanas, Taehyung veía a un chico mirando al mar. Todas las tardes, Taehyung veía a un chico mirando al mar. »Prohibida la copia, adaptación o traducción total o parcial de la obra. Todos los derechos reservados a la autora...