Wet crystal

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Por alguna razón, me levantaba bastante tiempo antes del normal. Ya se me había pasado el resfriado, y en menos tiempo que nunca. Quizá la razón fue Jimin ya que me vino a ver cada día por la tarde, aunque no estudiásemos, para hablarme de sus cosas, como siempre hacía, y que no me aburriese estando en la cama. Al parecer su padre se había retractado respecto a lo de que no le diese clases y se había vuelto más permisivo, incluso me había relatado que le animaba a venir a mi casa y que quería que volviese a pasar por su tienda. Y cuando por fin podía ir de nuevo en bicicleta al instituto, tenía que ocurrirme eso. Por suerte, mi amigo me hizo caso y no apareció en el muelle de cemento en el que siempre nos veíamos a unas horas tan tempranas. No quería presionarle, no quería hacer que me respondiese a cosas que no quería, pero por mucho que quisiese no podía dejar de estrujarme el cerebro para saber por qué era así, y por qué tenía que habérmelo encontrado yo. ¿Acaso las coincidencias eran realmente coincidencias, y no algo planeado? ¿Qué hubiese sido de él si otra persona con peores intenciones le hubiese visto, se hubiese acercado a él? No me consideraba el mejor samaritano del planeta, pero desde luego no dudaba en que pocos le cuidarían como yo trataba de hacer, sin contar lo perdidamente enamorado que estaba de él. Lo que empezó siendo nada estaba terminando conmigo.

Las gaviotas llamaban al viento cada vez que se elevaban, y yo las escuchaba como si no me molestase su infernal chirrido mientras reflexionaba sobre mí mismo. No podía hacer otra cosa además de pensar en Jimin, y es que era normal. Por alguna razón sentía que no podía soltarle o se iría a un lugar donde no volvería a verle. ¿Por qué? Si siempre estuvo en la ciudad, no había razón por la que tendría que esfumarse.

Suspiré, y aunque aún se viesen algunas estrellas me di la vuelta para ir a mi centro de estudios, el cual abriría sus puertas en una media hora.

Pero entonces, como si de un dé ja vù se tratase, unos cabellos naranjas se revolvían con el viento.

Al principio me pareció una ilusión, pero realmente ese muchacho estaba allí, de pie, esperándome. A pesar de que se viese tan real, mi mente me jugó otra de sus comunes travesuras, y cuando estuve a su altura le toqué la mejilla, con esperanza de que se evaporase al igual que mi aliento ante el vacío.

Pero no fue así.

—Me dices que no venga tan pronto, y estás tú aquí. —Me agarró la mano, aún en su cara, y la sostuvo entre ambas suyas, tratando de calentarla. —¿Estás bien?

—No puedo dormir, eso es todo. —No le mentí, no tenía por qué hacerlo. Sonreí por el simple hecho de que estuviese allí.

—¿Te acompaño a clase? —A esa hora ninguno de mis amigos andaba en pie, por lo que asentí sin preocupaciones.

Él todavía agarraba mi mano.

—Tae. —Me llamó, puesto que habíamos estado más de la mitad del camino en silencio. —Ya sabes que si tienes algún problema, puedes confiar en mí. —Me quedé con eso último, y me cabreé con mi conciencia. ¿Por qué él no podía confiar en mí y yo sí tenía que hacerlo?

—Sí, muchas gracias, Jiminnie. —Todo se había vuelto incómodo de un momento a otro, pero preferí ignorar la tensión para, de nuevo, estar en silencio.

Y le perdí de vista hasta la tarde, cuando por fin podíamos estar solos.

—No, Jimin, hoy no iremos a mi casa. —Le conté, mientras le guiaba hasta la parada del autobús. Eran cerca de las cuatro de la tarde y nos iba a dar tiempo de sobra, por lo que decidí improvisar la manera de aprendizaje. —Hoy vamos a un sitio especial.

—¿Especial? ¿Cuál, cuál? —Le vi emocionado, y toda la tristeza del día se me fue en cuanto se destapó y pude ver su sonrisa.

—¡Es una sorpresa! Por ahora, solo espera, ¿vale?

—Hmm... Vale. —Hizo un puchero que se le fue en cuanto se vieron a lo lejos las luces del vehículo las cuales nombraban el tan famoso Balsa.

De un momento a otro, estuvimos de frente al acuario.

—Como me da miedo el agua y no puedo nadar, esto es lo más cerca que puedo estar de los peces. Pensé que te gustaría...

—Nunca he estado en uno. —Tiró de mi abrigo para indicarme que quería entrar, y así hicimos.

Más que una "excursión", parecía una cita.

Casi no había gente, y era normal, en esas épocas casi nadie visitaba los acuarios. Además de que no era muy grande y la mayoría de especies se podían ver desde los barcos. Yo había entrado un par de veces, pero con él todo se veía distinto.

Jimin no dejaba de observar a los animales, y aunque a simple vista se le iluminaban los ojos, por otra parte desprendía un aire de sabiduría, como si no fuese la primera vez que visualizaba los tiburones, los peces globo o las mantas raya. La luz azulada de los tanques de agua hacía una combinación perfectamente armónica con su cabello, tornándolo de un color irreal. A pesar de que no fuese difícil conseguir ese tono, nunca había conocido a nadie que lo tuviese tan natural. No era uniforme, y ciertos mechones parecían castaños a la par que otros brillaban rubios. También alguno que otro era rojizo, pero lo que predominaba era el naranja.

Estuve escuchando cada palabra que decía como si fuese oro, sin perderme ni un detalle, ni un dato que supiese sobre el pez que estaba citando.

Pero en el túnel en donde los animales nos podían pasar por encima, se paró, y miró hacia arriba.

—¿De verdad no puedes verlo? —Me preguntó, e intenté ponerme a su altura para captar lo que él percibía con sus ojos.

—¿El qué? —Estábamos juntos, nuestros abrigos se rozaban y yo me puse nervioso pese a haberle tocado con mis manos anteriormente.

No dijo nada durante unos segundos, hasta que el paso de un pez algo ancho atenuó la luz que nos iluminaba. En ese momento me miró a los ojos, tan fijamente que podía sentir que estaba recorriendo cada esquina de mi cuerpo a través de mis pupilas.

Y, entonces, contuve el aliento.

—Lo que hay más allá de las olas.

Orange waves - Vmin [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora