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La mañana siguiente estaba mucho más relajado, no podía negarlo. Hacía  un clima que cualquiera podría calificar como perfecto: una mañana fresca pero no fría, incluso se podría pensar que el sol brillaba un poco más de lo normal. Indudablemente estaba de buen humor. En verdad que me hacía falta distraerme un poco, relajarme con mis amigos y olvidarme por un rato de esto de ser un segador de almas, de tener que aprender a volar y también tener que ayudar casi a diario a los espíritus de los fallecidos a cruzar al otro lado.

Cuando salí de la cama, eran cerca de las  nueve de la mañana. Era sábado, tendría el día completo para practicar como volar. Estaba completamente listo para hacerme nuevos moretones al fin los anteriores casi habían desaparecido. Mi madre hizo su primera llamada para que bajara a desayunar con los demás, rápido respondí que estaba por bajar. Escuche los pasos de mi hermano James al bajar las escaleras. Tome una ducha rápida y me puse lo primero que encontré en mi guardarropa unos jeans y una camisa a cuadros de color verde y blanco.

Después del desayuno en familia, como suele hacerse los fines de semana. Me despedí  y mencione que saldría con unos amigos, claro si a Tecno lo puedo llamar amigo.

Una vez en la calle, saque de mi bolsillo mi llavero, imagine mi guadaña en la mano y pronto un torbellino de plumas de  águila color café dio forma a mi arma. Cerré mi puño alrededor de su mango y la apreté. Ligera como el primer día que la sostuve. Mire al cielo. Sería estupendo poder volar como lo hacen las aves. Sin ningún límite más que el mismo limite del cielo. Di unos cuantos saltos en mi lugar, si, me sentía mucho más ligero. 

Mire hacia las nubes que se encontraban muy por encima de la ciudad, se movían lento arrastradas por el viento. Unos cuantos pájaros pasaron volando con dirección hacia el centro de la ciudad, no pude evitar sonreír – me encantaría seguirlos – pensé.  Aprovechando que nadie podía verme mientras sostuviera mi guadaña, me dispuse a correr. La calle estaba casi completamente vacía solo había unos cuantos de los muchachos con los que crecí pero parecían demasiado ocupados en sus asuntos. Corrí. Corrí, me deje llevar completamente por la emoción. Me sentía liguero, más liviano que nunca en mi vida. Era la mejor sensación.

Conforme avanzaba sobre la calle, cada zancada era más larga que la anterior. Conforme corría comencé a saltar, más y más alto cada ocasión. Fui abriendo los brazos, al fin y al cabo la guadaña no pesaba prácticamente nada, era tan ligera como una pluma. Estaba tan concentrado que solo podía mirar al cielo y  a las aves alejándose y adentrándose cada vez hacia el centro de la ciudad de edificios de roca rosa.

Con cada salto duraba un poco más en el aire. Podía sentir la briza recorrer brevemente mi cuerpo. Era emocionante, entonces con un último esfuerzo de mis piernas, di un salto, tan alto como pude. Me deje llevar hacia arriba por la fuerza del impulso sin si quiera pensar en la caída. Me concentre en la sensación  del aire alrededor de mi cuerpo y cuando por fin me detuve espere comenzar a descender hacia el suelo, pero no bajaba no pasaba nada solo podía sentir el aire a mi alrededor. Mire al frente estaba casi a la misma altura que las aves que había visto pasar volando sobre mi calle. Las veía justo frente a mí, alejándose. Pero yo no estaba cayendo. No, estaba flotando. Mire a mi alrededor lentamente, di una vuelta completa, estaba volando bueno más bien flotando como cuando me había despertado al lado de mi cama, pero ahora era consciente de que lo estaba haciendo. Una ráfaga  de aire frio pasó a toda velocidad pero no me movió de mi lugar, lo sentí rozar  mi cuerpo sobre mi ropa, acariciar mi rostro y cabello.

Aunque solo estuviera flotando, y no volando como las aves. Era ya un gran avance para lo que había logrado con la ayuda de Tecno, ya que al parecer ni él sabía que era lo que había que hacer para volar. Pero ahora sabía que tenía que hacer para poder flotar al menos: sentirme libre, feliz.

CegadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora